lunes, 27 de abril de 2015

Papillon (1973)



La popularidad de Franklin J.Schaffner se cimentó sobre todo gracias a los éxitos obtenidos por El planeta de los simios (Planet of the Apes, 1967) y Patton (1970), por la que fue galardonado con el Oscar al mejor director. Sus posteriores películas: Nicolás y Alejandra (Nicholas and Alexandra, 1971), Papillon (1973) o Los niños del Brasil (The Boys from Brazil, 1978) resultan de menor interés que aquellas y también se encuentran por debajo de lo expuesto en las menos conocidas El mejor hombre (The Best Man, 1964), El señor de la guerra (The War Lord, 1965) y La isla del adiós (Islands in the Stream, 1977). Sin embargo, Papillon goza de prestigio entre el público mayoritario, aunque se trata de un film carente de fuerza narrativa y cuyo ritmo sufre constantes altibajos, lo que impide que su planteamiento se concrete ante su insistencia en priorizar la relación entre la pareja protagonista, que acaba convertida en una caricatura de lo que podría haber sido, y en su empeño en reincidir en la consabida injusticia del sistema opresor e inhumano en el que se desarrolla la trama. Pero, a pesar de sus carencias, Papillon es uno de esos dramas carcelarios que vienen a la memoria del espectador, aunque no posee el atractivo de otras películas del subgénero carcelario, entre las que destacan títulos como 
Prisionero del odio (The Prisioner of Shark IslandJohn Ford, 1936), parte de su metraje también se ambienta en una isla prisión, Fuerza bruta (Brute ForceJules Dassin, 1947), Sin remisión (CagedJohn Cromwell, 1950), Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappéRobert Bresson, 1956), La evasión (Le trouJacques Becker, 1960) o El hombre de Alcatraz (The Man from AlcatrazJohn Frankenheimer, 1962), producciones que no caen en la desidia ni en el desequilibrio que habita en la irregular puesta en escena de Schaffner, que sigue la evolución de Henri "Papillon" Charriere (Steve McQueen) y Louis Dega (Dustin Hoffman). Estos dos convictos son condenados a permanecer en un correccional que no presenta más muros que el agua del mar que rodea a la isla adonde se les traslada desde Francia, y donde se encuentran con carceleros que, aparte de vigilar y denigrar a los prisioneros, velan desde la violencia por el cumplimiento de normas opresivas que niegan la humanidad de los reclusos; un tema que ya había sido y volvería a ser expuesto en producciones que presentan situaciones similares a la mostrada por Schaffner. Los dos reos llegan a la isla del Diablo, en la Guyana Francesa, para cumplir la sentencia que se les ha impuesto y, en este paraje insular, ambos descubren el infierno en vida; pero, al contrario que Dega, Papillon no se rinde y su estancia en la isla no hace más que aumentar su fuerza de voluntad, que le permite sobrevivir hasta alcanzar la ansiada libertad que persigue desde el primer instante, convertido en la imagen del rebelde que se enfrenta tanto a la injusticia que le ha condenado (por un crimen que no ha cometido) como a ese espacio que destruye los cuerpos y las mentes de los presos.

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