domingo, 15 de noviembre de 2020

Nicolás y Alejandra (1971)


La disponibilidad de medios no asegura un buen resultado, aunque sí ayuda a disimular y maquillar parte de los defectos de la película, de sus personajes, diálogos y temas. Esto puede aplicarse a Nicolás y Alejandra (Nicholas and Alexandra, 1971), una superproducción que Franklin J. Schaffner rodó en España, pero que desarrolla en Rusia y recrea los últimos años de la dinastía Romanov. Lo que ya supone un problema de inicio, puesto que habría que encontrar el modo de equilibrar el momento histórico (de gran complejidad y alcance) y la intimidad de la pareja protagonista. Sin embargo, da la sensación de que la regularidad no se logra en ningún momento. Sin ir más lejos, por cercanía temática, David Lean sí la obtuvo en su Doctor Zhivago (1965), que equilibra personajes e historia o, quizá mejor, pone la historia al servicio del romanticismo. Por su parte, Franklin J. Schaffner parece conformarse, no decide tomar un rumbo que lo aparte de lo convencional. Todo lo contrario había hecho apenas dos años antes en Patton (1969), el máximo tras el cual su obra declina, pierde fuerza —por mucha mítica de la que disfruten títulos como Papillon (1973) o Los niños del Brasil (1978)— y cae en lo previsible, por momentos en lo anodino. En Patton sucede lo contrario, su protagonista no da tregua, y su arrolladora personalidad contagia o impregna cada escena de la película. Al igual que Nicolás y Alejandra, es un film basado en personajes y hechos reales, también su narración se prolonga en el tiempo y narra una excepción. No obstante, en la del general estadounidense logra una biografía cinematográfica enérgica y contundente, mientras que en la de los zares solo consigue apariencia, pero sin brío y sin que los protagonistas nos transmitan la humanidad que desborda en el Patton de George C. Scott. En las andanzas del famoso militar, el conjunto funciona, pues el caos de la época, las imágenes y la personalidad del personaje se funden en un todo desde el inicio, cuando Scott se engrandece durante su discurso con las barras y estrellas de telón de fondo. Ese equilibrio y la presencia de un protagonista fuerte, temperamental y ambiguo no existen en Nicolás y Alejandra, que pierde parte de su atractivo, que lo tiene, en su intención de combinar intimidad de los últimos zares, circunstancias históricas e inestabilidad política.

Como indica el título, la película se centra en la relación de Nicolás y Alejandra, a quienes enfrenta al devenir histórico, pero, como queda apuntado arriba, algo falla en el camino y Schaffner se desorienta en su intento de intimidad e Historia. Si a esto se añade que estamos ante el reflejo de personajes desdibujados y nada creíbles, tenemos un problema. Nicolás, de carácter débil e indeciso, ingenuo y totalitario, no duda del derecho divino que lo asienta sobre el imperio ruso. Tampoco se plantea que su pueblo no le quiera; el es su padre y el guía de sus vidas. Solo que se olvida que en el día a día el pueblo necesita comer, entre otros asuntos que el monarca pasa por alto. Al tiempo, él es culpable e inocente, puesto que es un autoritario y, por mucho que le adviertan, es alguien incapaz de ver los nuevos tiempos, es incapaz de lidiar con el momento histórico mucho antes de que estalle la tormenta —que amenaza con anterioridad a 1905, año en el que ya hay señales más que suficientes para comprender que la situación exige un cambio respecto al Antiguo Régimen— y triunfe la Revolución roja de sangre que pondrá fin a su reinado y a su familia. Los frentes abiertos por Schaffner —el matrimonio real, su intimidad, su familia, el zarevich Alexei, los últimos días de los Romanov, la Duma (un parlamento de apariencia) que el zar consiente para calmar al pueblo y a los políticos, la Gran Guerra, los bolcheviques, Kérensky o, con anterioridad, Rasputín— quedan desdibujados, quizá porque son demasiados asuntos a los que atender y cada uno tiene su propia complejidad, cuya suma daría un todo, aunque no el total de la época que el cineasta retrata sin lograr expresar su esencia.

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