Los inicios cinematográficos de Frank Tashlin se produjeron en cortos animados rodados en los años treinta, entre ellos destacan los de la serie Looney Tunes con Porky de protagonista. Durante la década siguiente continuó realizando cortometrajes de animación hasta que, a comienzos de los cincuenta, debutó en el largometraje de imagen real. A partir de ese momento se decantó por la comedia, género en el que dirigió a actores como Robert Cummings, Bob Hope o Tony Randall. Sin embargo fue en su colaboración con Jerry Lewis cuando perfeccionó su universo cómico, aquél en el que se descubre su humor visual, absurdo, imaginativo y sarcástico. Su periplo común se inició en 1955 con Artistas y Modelos (Artists and Models) y concluyó nueve años después en Caso clínico en la clínica (The Disorderly Orderly), quizá, junto con Lío en los grandes almacenes (Who's Minding the Store), la mejor muestra del humor desarrollado en sus colaboraciones. En ella, una vez más, el personaje interpretado por Lewis se presenta como un soñador cuya inseguridad y torpeza crean las abundantes situaciones surrealistas, delirantes y divertidas que componen la película, y de las que Tashlin se valió para ironizar sobre el ámbito en el que se desarrolla. Caso clínico en la clínica se ubica en un centro sanitario donde no se mira por la salud o por el enfermo, sino por el dinero que éste pueda proporcionar a la entidad; de ese modo, además de la comicidad, existe una visión nada favorecedora del sistema sanitario, aunque en este punto Tashlin optó por que fuese el propio enredo el que se hiciese cargo de resaltar las carencias de un sistema donde prevalecen los intereses económicos por encima del paciente. El absurdo se crea a raíz de la empatía física que sufre Jerome (Jerry Lewis) cuando contempla el dolor ajeno, cuestión que le genera los mismos síntomas que padecen los enfermos y le aparta de la posibilidad de convertirse en médico. A pesar de dicha dolencia psíquica, el aprensivo trabaja como auxiliar en esa lujosa clínica donde, entre torpeza y torpeza, mantiene relación casi sentimental con Julie (Karen Sharpe) (una enfermera que ve más allá de la aparente torpeza del auxiliar) y otra materno-filial con la directora del centro (Glenda Farrell), quien no esconde su admiración por la entrega y la generosidad de su protegido, aunque sean esas mismas cualidades las que crispan los nervios de la enfermera Higgins (Kathleen Freeman). Mientras emplea su talento para provocar situaciones caóticas, el bueno de Jerome intenta arreglar el desorden emocional que le domina desde que sufrió un desengaño amoroso, aunque menos dramático que el padecido por la mujer que ingresan en el centro. El intento de suicidio de Susan (Susan Oliver) vino provocado por los engaños en su matrimonio, que le han robado la ilusión de amar o de ser amada y la han convertido en una persona desencantada. Esta decepción vital, que el auxiliar escucha a escondidas, le convence para ayudarla, aunque no porque se trate de aquella misma chica de quien se enamoró en el pasado sin que ella supiese de su existencia. Entre los gags en los que Lewis da rienda suelta a su histrionismo y a su particular humor, su personaje se muestra como un ser generoso, sin malicia alguna, que se desvive por complacer a cuantos le rodean en un entorno en el que cada uno se preocupa de sí mismo, como confirma su relación laboral con la enfermera Higgins o con los pacientes a quienes atiende, y en particular con Susan, que se comporta con él de modo cruel, sin saber que el muchacho trabaja a destajo para poder pagar su estancia en un sanatorio donde el jefe del consejo (Everett Sloane) se muestra tajante en cuanto a la política de la empresa, aquélla que defiende el quien no paga no tiene cama, y que da pie a un gag final digno del mejor slapstick del periodo silente.
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