NO ENTRES DÓCILMENTE EN ESA BUENA NOCHE*
<<No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
Como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
No entran dócilmente en esa buena noche.
Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola
Por el brillo con que sus frágiles obras pudieron haber danzado en una verde bahía,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y los locos, que al sol cogieron al vuelo en sus cantares,
Y advierten, demasiado tarde, la ofensa que le hacían,
No entran dócilmente en esa buena noche.
Y los hombres graves, que cerca de la muerte con la vista que se apaga
Ven que esos ojos ciegos pudieron brillar como meteoros y ser alegres,
Se enfurecen, se enfurecen ante la muerte de la luz.
Y tú, padre mio, allá en tu cima triste,
Maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.>>
Autor: Dylan Thomas
Los siglos de Copérnico (1473-1543) y Galileo (1564-1642) implicaron una revolución y una renovación científica; desde entonces, la ciencia ha ido adquiriendo importancia y presencia crecientes y dominantes en nuestras vidas cotidianas hasta ser una nueva deidad omnipresente en cada instante diario. Tal idea la apunta que parte de la humanidad haya ocupado con la Ciencia el lugar vacante de las antiguas creencias y supersticiones desterradas o relegadas a un lugar en la sombra, a las puertas del olvido o de regresar. Pensando en ella como ente divino y todopoderoso, la humanidad sueña con androides y con la ilusión de una ciencia que podrá salvarla de la muerte individual y de la extinción total. La primera es un concepto personal; el segundo, global, pertenece al conjunto que formamos como especie; diferencia que implica un conflicto moral entre el yo y el nosotros, un conflicto que está presente en Interstellar (Christopher Nolan, 2014), película que sitúa a la Humanidad al borde de la desaparición y de la rendición total. Solo queda enfurecerse ante la muerte de la luz, aferrarse a una mínima esperanza de que la llama no se apague para siempre. ¿La ciencia? Los ritos han dejado su lugar a las medicinas, más efectivas, y a la tecnología, fuente de mayor comodidad. Pero ni la ciencia ni la religión son milagrosas, aunque una de ellas viva de milagros, ni tienen solución inmediata para alertas, crisis y problemas inesperados que, aunque se hayan incubado a lo largo de un periodo más o menos largo, se presentan en determinados momentos como surgidos de la nada. En ese instante, nos golpean y tambalean el estado de las cosas. Entonces, nos ahogamos en llantos, nos enfurecemos y clamamos al viento que nos arrastra hacia el pánico y la rabia, en ese instante somos frutos del miedo ante la muerte de la luz, del miedo a desaparecer, del miedo a ser ya nada…
La ciencia debe potenciar la humanidad, no aletargarla ni sustituirla. En todo caso, conlleva estudio, gasto, desgaste, tiempo. Exige responsabilidad, la de su desarrollo, uso y validez, por lo que no vale con depositar Fe y esperanzas, a la espera de que por sí sola supere conflictos e imprevistos que surgen en la naturaleza o de los abusos y desmanes de nuestra especie. Cambio climático, enfermedades, superpoblación, energías renovables y baratas, hambruna a escala planetaria, son algunos de los problemas que se espera resuelvan los científicos. Pero este pensamiento no difiere demasiado o suena similar al del pasado. Suena a delegar responsabilidades, a soñar que alguien o algo nos salve, a ser siervos, ahora tecnológicos; a seguir igual que siempre, echando culpas de “males” propios a cualquiera que no sea uno mismo, hasta que ya no haya a quien culpar ni por donde continuar. Y si se da el caso, ya se escuchará “la Ciencia proveerá”, que para eso le concedemos infalibilidad y omnipotencia: el todo lo puede y todo lo hace, porque vivimos en su mundo matemático, químico y físico. Pero ¿y si faltasen piezas, dimensiones que manipular o una incógnita que se escapa a los conceptos científicos, tal y como los vemos ahora? ¿Y si esa incógnita no fuese temporal, ni una magnitud física, ni parte de una ecuación matemática, ni una fuerza entendida tal como la entendemos hoy? La ciencia no ha hecho más que dar sus primeros pasos, continua caminando y su evolución será acorde con la de la especie o quizá vaya por delante y vuelva a por nosotros, o quizá no sea suficiente para salvarnos como especie ni como idea de lo que ya fuimos o de lo que podríamos llegar a ser. Interstellar habla de eso, habla del amor como pieza clave para salvar a la humanidad. No importa, o al menos no solo, el estudio científico que se lleva a cabo o la misión espacial en la que se embarcan Cooper (Matthew MacConaughey) y Brand (Anne Hathaway); no importan sin amor y sin otros sentimientos que humanizan y confieren sentido y esencia a la Humanidad. Sin ellos, la especie desaparecería y cualquier aporte científico para recuperarla o salvarla sería estéril. Christopher Nolan apuesta por las emociones y sentimientos humanos como piezas insustituibles en la evolución: el amor de un padre y una hija o los lazos que surgen durante la misión espacial en la que se encuentran depositadas las esperanzas de prolongar la vida de la especie humana que se muere, que dejará de existir de no encontrar un nuevo hogar en la distancia que separa a Cooper de Murph, al padre de la niña (Mackenzie Foy) que se convierte en la mujer (Jessica Chastain) que será anciana (Ellen Burstyn) en un tiempo vital que difiere del que viven los astronautas.
Estos dos personajes permiten a Nolan realizar sus trucos de prestidigitador, el jugar con nuestra percepción y con el tiempo narrativo, en este caso dos momentos: uno sigue la evolución del padre y otro el de la hija. Así tenemos varios puntos de interés que transitan como si sucediesen en un presente continuo, aunque lo hagan en varios tiempos que distan entre sí, pero que buscan lo mismo: la supervivencia de la especie. Pero dicha búsqueda es inevitable, pues es instintiva, por lo que la ciencia nunca será el fin, solo el medio para la colonización de otros planetas: la búsqueda de condiciones idóneas para perpetuarnos. La gravedad y el tiempo, como dimensión física, relativa, permiten a Nolan jugar con los diferentes espacios temporales a lo largo de su filmografía, confundiéndolos, haciendo que se acerquen, que influyan unos en otros, pues están conectados, aunque sin tocarse en un mismo plano —el caso de Murph y su fantasma, unidos por el amor, la dimensión más importante, la que mueve a Cooper, la que mueve los mundos y los distintos tiempos. El amor en Interstellar es el eje que permite que todo lo demás tenga su razón de ser o que sea posible. Para Nolan, la ciencia, la exploración o el tiempo, son realidades cuya validez queda supeditada a ese sentimiento humano por el que Coop siente que vale la pena su sacrificio —abandonar a Tom y a Murph para perseguir una posibilidad para ellos. De aceptar la validez del amor como piedra angular, también habría que asumir que Interestelar da una respuesta concreta, pero sin plantear ninguna pregunta. Las da hechas, o eso parece, quizá porque a Nolan no le interese entrar en cuestiones antropológicas y existenciales, más allá de insinuar posibles en los que no pretende profundizar porque lo suyo es cine, no una ponencia científica ni filosófica, y vuelca toda su “energía” en dotar de ritmo trepidante y emocional a los hechos que narra. Y lo logra con creces, gracias al uso que hace del montaje y del fondo musical que cobra protagonismo en ciertos pasajes del film, para potenciar la emoción que el cineasta británico pretende transmitir: rabia ante la muerte de la luz y amor como fuerza motriz de su odisea espacial más allá de La vía láctea.
*DO NOT GO GENTLE INTO THAT GOOD NIGHT
Do not go gentle into that good night,
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.
Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.
Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.
Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.
Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.
And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.
Autor: Dylan Thomas