Lejos del afán de preparar la sorpresa final de El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999), su tercera película como realizador y un filme más atractivo para el público que El protegido (Unbreakable, 2000), M. Night Shyamalan priorizó en esta última la complejidad de sus personajes, interiorizando en la desorientación, en las relaciones familiares y en la gris monotonía de su protagonista, David Dunn (Bruce Willis), cuyo miedo a aceptar sus virtudes y sus defectos, unido a su insatisfacción existencial y a la negativa que rige su vida, lo convierten en un fantasma de sí mismo. La figura de este hombre, que ha perdido la fe en sus posibilidades y en sus opciones, se va dibujando a medida que avanzan los minutos de un filme de superhéroes atípico, sin escenas de enfrentamientos espectaculares ni explosivos, pues, enfrentarse a uno mismo no se produce durante situaciones aparatosas, ni da pie a verborrea de relleno ni a chistes repetitivos, ni al colorido que dominan las aventuras de la mayoría de los héroes de cómic o de celuloide que, innecesariamente, una y otra vez reinciden en la lucha simplista entre el bien y el mal. Los tonos oscuros escogidos por Shyamalan para dar forma a El protegido son acordes con sus días lluviosos y con la sombría existencia de David, un hombre incapaz de aceptarse, decepcionado, con una relación familiar que marcha a la deriva. Se trata de alguien que sufre una crisis de identidad que le impide encajar en su entorno y en su interior. Tampoco le deja aclarar su presente de pareja al lado de Audrey (Robin Wright), así parece demostrarlo su coqueteo con una desconocida en el tren que, al inicio del film, no tarda en descarrilarse, provocando el aparatoso accidente del cual solo él sobrevive. El dolor, la tristeza, el silencio o la falta de algo en que creer, lo acompañan en su deambular y en su posterior rechazo de la fantasiosa teoría del coleccionista de cómics que genera su curiosidad. Elijah (Samuel L. Jackson) es la antítesis de David. Sus huesos se fracturan con la misma facilidad que se rompe un cristal, de ahí el apodo que le persigue desde su infancia, cuando se aficionó-obsesionó con los superhéroes y villanos de viñeta. Lo que puede parecer un planteamiento fantástico es llevado por Shyamalan hacia un terreno íntimo donde expone la dualidad del individuo desde dos personajes que, aunque opuestos, podrían ser complementarios y a la vez uno solo, pues no hay héroe sin villano, ni luz sin oscuridad.
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