<<Y ahora, al releer, por primera vez, mi Abel Sánchez para corregir las pruebas de esta su segunda edición —y espero que no última— he sentido la grandeza de la pasión de mi Joaquín Monegro y cuán superior es, moralmente, a todos los Abeles. No es Caín lo malo; lo malo son los cainitas. Y los abelitas>>
Miguel de Unamuno. Abel Sánchez (prólogo)
Desde su debut en la dirección, con esta fiel adaptación de la novela homónima de Unamuno, Carlos Serrano de Osma se distinguió de sus contemporáneos como un cineasta atípico, más reflexivo, experimental y arriesgado, que se distanciaba de la comedia y del melodrama que dominaban en el cine español de la década de 1940 para adentrarse en una complejidad cinematográfica y humana inusual por aquel entonces. Su alejamiento de las modas e imposiciones se manifiesta en todo su esplendor en Abel Sánchez (1946), en la presencia de la envidia, de las dudas existenciales, de la pesadilla en la que vive su protagonista, de ocultas pasiones del alma humana y de la lucha fraticida que nunca abandona las imágenes que componen esta espléndida película, cuyo inicio se produce en el interior de la casa donde agoniza Joaquín Monegro (Manuel Luna). Él es el personaje principal tanto de la espléndida y lúgubre alegoría literaria de Unamuno como de la fílmica de Serrano de Osma —que contó con el guion de Pedro Lazara, que también iniciaba en este drama su carrera profesional—, pues desde él se descubre que su vida ha girado en torno a la envidia que generó su idea de destruir y destruirse, una idea que silencia desde aquella juventud a la que accedemos cuando su historia retrocede en el tiempo para hablarnos de su amigo, casi hermano, Abel Sánchez (Roberto Rey).
Miguel de Unamuno. Abel Sánchez (prólogo)
Desde su debut en la dirección, con esta fiel adaptación de la novela homónima de Unamuno, Carlos Serrano de Osma se distinguió de sus contemporáneos como un cineasta atípico, más reflexivo, experimental y arriesgado, que se distanciaba de la comedia y del melodrama que dominaban en el cine español de la década de 1940 para adentrarse en una complejidad cinematográfica y humana inusual por aquel entonces. Su alejamiento de las modas e imposiciones se manifiesta en todo su esplendor en Abel Sánchez (1946), en la presencia de la envidia, de las dudas existenciales, de la pesadilla en la que vive su protagonista, de ocultas pasiones del alma humana y de la lucha fraticida que nunca abandona las imágenes que componen esta espléndida película, cuyo inicio se produce en el interior de la casa donde agoniza Joaquín Monegro (Manuel Luna). Él es el personaje principal tanto de la espléndida y lúgubre alegoría literaria de Unamuno como de la fílmica de Serrano de Osma —que contó con el guion de Pedro Lazara, que también iniciaba en este drama su carrera profesional—, pues desde él se descubre que su vida ha girado en torno a la envidia que generó su idea de destruir y destruirse, una idea que silencia desde aquella juventud a la que accedemos cuando su historia retrocede en el tiempo para hablarnos de su amigo, casi hermano, Abel Sánchez (Roberto Rey).
(Entre comillas, extractos de Miguel de Unamuno. Abel Sánchez. 2ª edición)
Creo que vi esta película en TVE hace décadas, pero no estoy seguro. En todo caso tu magnífico artículo la podrá en circulación
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