Antes de debutar en la dirección de largometrajes con Sendas marcadas, Juan Bosch había participado en cinco guiones dirigidos por Miguel Iglesias, entre ellos El fugitivo de Amberes (1954) y El cerco (1955), dos títulos fundamentales del denominado cine negro español. Su relación profesional también incluyó el cambio de roles en la ópera prima de Bosch, asumiendo Iglesias la colaboración en el guión de un film que en su apariencia inicial parece encuadrarse dentro del policíaco barcelonés al que ambos aportaron títulos tan destacados como los arriba aludidos o como A sangre fría (1959) y Regresa un desconocido (1961), realizados estos últimos por Bosch. Sin embargo, aunque comienza como una persecución policial, Sendas marcadas no tarda en desmarcarse del género para dar paso a un film de estructura episódica similar a la escogida por Alberto Cavalcanti, Basil Dearden, Charles Crichton y Robert Hamer para dar forma a la espléndida Al morir la noche (Death of Night; 1945). Las primeras imágenes sitúan la acción en un espacio montañoso donde se descubre al inspector Ojeda (Adriano Rimoldi) y a dos agentes persiguiendo a un fugitivo (Antonio Puga) a quien no tardan en herir. Arrestado el delincuente, la inaccesibilidad del medio provoca que pasen la noche en el refugio de montaña donde se desarrolla el presente del film. En ese espacio cerrado, la película se convierte en un híbrido que mezcla comedia, drama, fantástico, cine de montaña y cine religioso, sin dejar de lado su vertiente policíaca, aquella que le concede la segunda historia narrada por el policía y la amenazante presencia en la cabaña del peligroso criminal que, herido de levedad, el inspector esposa sin miramientos. Al igual que sucede en el citado clásico de la Ealing, las historias de Sendas marcadas se introducen desde la narración de varios de los presentes, quienes, a partir del relato de Javier (Ángel Jordán), intentan convencer a Ojeda de la existencia de hechos inexplicables, fruto de un destino escrito de antemano. Desde este punto de partida Bosch realizó un film atípico en el que se combina la situación en la cabaña con las seis historias que se suceden desde la llegada del policía. La primera corre a cargo de Javier, el alpinista que se culpa por haber cambiado la cuerda buena por la mala que provocó el accidente de Gonzalo (Miguel Palenzuela) mientras descendía una pared rocosa. La segunda expone como el destino se ceba con un recepcionista que, tras realizar un desfalco en su trabajo, se hace pasar por un respetado cliente del hotel, con quien guarda un parecido más que razonable, para escapar con el dinero robado. La tercera, no puede atribuirse a la casualidad a la que alude el policía, ya que el esquiador que la cuenta habla de su inexplicable extravío por una montaña que conocía y de su encuentro con una mujer (Anna Améndola) a quien rescató y con quien pasó una noche inolvidable, para poco después descubrir que la casa donde habían compartido la velada lleva abandonada el mismo tiempo que la extraña lleva fallecida. Para Ojeda la aparición tiene una explicación lógica y para demostrarlo relata la historia de un taxista (Paco Martínez Soria) que escucha la voz de una chica (María Dolores Gispert) antes de verla en el asiento trasero de su auto y comprobar que se trata de la misma joven que había atropellado dos años atrás. Para el inspector, hombre práctico y lógico, ambos sucesos son fruto de alucinaciones que, en la mente de quienes la sufren, resultan reales. En ese instante el prisionero intervine y responsabiliza a su captor de la muerte de la agente que lo acompañaba en la investigación. Esta circunstancia obliga al inspector a exponer los hechos que precedieron a la captura del herido, lo cual permite que Sendas marcadas regrese al género en el que su responsable destacaría durante los años siguientes. Tras esta quinta historia se produce el intento de fuga del traficante, dando pie a la escena más violenta del film y a un posible final que no se produce, ya que Bernardo (Carlos Ronda), el encargado del refugio, asume la palabra para decir que el mayor delito que se recuerda en la zona fue el robo de un niño Jesús. Su intervención origina la fábula que tiene como protagonista la inocencia de Pablo (Santiago Medrano) -un niño que pide a la virgen que interceda ante los reyes magos para que le traigan unos esquís- y que rompe con la tensión generada en el interior de la cabaña donde se produce el encuentro entre la lógica y el destino que se enfrentan a lo largo del film.
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