miércoles, 22 de febrero de 2017

Doce lunas de miel (1943)


Tras rodar en Reino Unido, Hungría (su país natal), Francia e Italia, Ladislao Vajda llegó a España en 1942 huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Un año después realizaba sus dos primeros largometrajes españoles, la comedias Se vende un palacio (1943) y Doce lunas de miel. Esta última significó su encuentro con el cuentista y humorista José Santugini, quien había debutado en la realización de largometrajes con Una mujer en peligro (1936), a la postre su única película como director. Durante la posguerra Santugini inició una prolífica carrera como guionista que dio pie a títulos emblemáticos del cine español, entre ellos Viaje sin destino (Rafael Gil, 1942), La torre de los siete jorobados (Edgar Neville, 1944), que adaptaba la novela homónima de Emilio CarrereCarne de horca (1953) o Mi tío Jacinto (1956), estas dos últimas, para quien escribe, sus mejores colaboraciones con Vajda. De aquellas dos comedias solo se conserva la segunda, un enredo romántico al uso del cine español del momento, y como tal rehuye de cualquier tipo de realismo para conceder el protagonismo a dos personajes igual de inverosímiles que la historia narrada. Doce lunas de miel contó en los papeles principales con el actor Antonio Casal y la actriz portuguesa Milú, presencia femenina que quizá tuviera como objetivo la distribución del film en Portugal. El primero dio vida a un joven inventor que no logra vender ni sus ideas ni sus inventos y la segunda a una aspirante actriz a quien se le niega la oportunidad para demostrar su talento. Pero un buen día el destino les lleva a cruzarse en un hotel donde inicialmente comparten ascensor, para minutos después, y tras sendos fracasos, reencontrarse en las escaleras donde doña Flora (María Brú), la excéntrica millonaria que pretende regalar cuarenta mil pesetas a doce parejas, los confunde con dos enamorados y les insta a que la sigan. Conocedores de la extravagancia de la viuda, en su desesperación, ambos acuerdan hacerse pasar por novios y así conseguir una de las doce dotes que doña Flora lleva todo el día intentando entregar a las parejas que llenan su cuarto y la recepción del edificio. Así, sin otro ánimo que los ocho mil duros, se casan para luego separarse y cada uno seguir su camino, sin embargo, se ha plantado la semilla del amor. Ella embarca para Hollywood, con su mitad del botín más las diez mil pesetas que Jaime le regala porque considera que a ella le harán más falta, no obstante, Julieta triunfa y a él continúan rechazándolo. Pasan tres años y, convertida en una estrella de la pantalla, Julieta regresa a España de vacaciones, sin saber que el mayordomo que han contratado es su marido, quien tampoco sabe que su mujer es la dueña de la casa donde demuestra su inexperiencia de las labores domésticas. De ese modo se inicia el enredo central de Doce lunas de miel, a la espera de que los dos enamorados acepten su destino común, que no es otro que el de aceptar su amor. Pero, antes de que esto sucede, se desarrolla el tira y afloja entre ambos, rodeados de una cohorte de admiradores entres quienes se encuentra Harry (Ramón Elías), el hombre que descubrió a Julieta y quien urde el engaño que provoca que esta se decida por él y no por el mayordomo. Aunque se trata de una comedia entretenida, con diálogos frescos y espontáneos, Doce lunas de miel se encuentra muy por debajo de posteriores colaboraciones de Santugini y Vajda, centrando su comicidad en la atracción y en el rechazo de la pareja de enamorado y en la vis cómica de Casal en su intención de no dejar escapar a su mujer.

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