Su apariencia de thriller realista y su origen ajeno a David Cronenberg (el cómic homónimo de John Wagner y Vince Locke) pueden provocar la impresión equivocada de que Una historia de violencia (A History of Violence) se distancia del universo creativo-reflexivo del realizador canadiense, pero solo hace falta que transcurran unos minutos de metraje para comprender que todo cuanto sucede a lo largo de la película encaja a la perfección dentro del mismo. La primera secuencia muestra un par de asesinos que servirán como detonante para romper el orden en el que vive Tom Stall (Viggo Mortensen), un hombre corriente, casado y con dos hijos, que cada mañana acude a su pequeña cafetería sin otra intención que la de mostrarse amable mientras sirve café y comida a los vecinos que allí charlan y almuerzan. Su vida familiar resulta perfecta. Edie (Maria Bello) lo ama y lo desea, su hijo Jack (Ashton Holmes) y su hija Sarah (Heidi Hayes) le quieren. Todo marcha sobre ruedas hasta que la pareja de psicópatas se presenta en su local e intentan asesinar a los allí presentes. En ese instante de agresión, Tom reacciona de igual modo porque ya no es Tom, sino su otro yo, aquel a quien creía haber matado veinte años atrás. Es entonces cuando el desorden y la violencia se adueñan de su vida, sobre todo a raíz de la intervención de los medios de comunicación, los cuales, en su constante necesidad de inventar heroicidades, lo proclaman héroe. La publicidad no le agrada, le resta importancia y pretende pasar desapercibido, pero es demasiado tarde, su rostro y su historia están en todas las cadenas televisivas. No tarda en comprenderse el por qué rehuye las cámaras, ya que salir a la luz conlleva la aparición de Carl Fogarty (Ed Harris), quien, amenazante tras sus oscuras gafas de sol, se dirige a él llamándole Joey Cusack. Sin embargo Tom no es Joey, así lo cree o así quiere creerlo, porque esa parte de él ya no existe, al menos hasta que su familia se ve amenazada y la violencia pretérita (oculta hasta entonces en su interior) resurge. Como otros personajes de Cronenberg, Tom es un ser de dos caras enfrentadas que busca su identidad para sobrevivir al caos e imponer de nuevo el orden en el mundo que construyó enterrando el pasado, que ha vuelto para despertar al monstruo que lleva en su interior. Con todo lo dicho, y partiendo de que se trataba de un encargo que hizo suyo desde el primer momento, Una historia de violencia reincide en la temática de un cineasta que reflexiona sobre la naturaleza racional e instintiva de sus personajes, seres duales (que viven entre el equilibrio y el desequilibrio) enfrentados a sí mismos, como ya había sucedido en La mosca (The Fly, 1986), Inseparables (Dead Ringers, 1988), M. Butterfly (1993) o Spider (2002). Pero al tiempo que esta constante en la obra fílmica de Cronenberg plantea interrogantes sobre el individuo, también lo hace con el medio social al que pertenece, de ahí que la idílica imagen del pueblo haga sospechar que no solo Tom oculta secretos, aunque el suyo deja de serlo para su familia cuando Joey sale a la superficie y mata a Fogarty. Ese instante rompe definitivamente la armonía en la que ha vivido los últimos años y provoca su regreso al pasado para poner fin a la mentira sobre la que ha sustentado ese presente perfecto que, tras su último estallido, dará paso a un futuro familiar incierto aunque no por ello imposible.
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