En 1945, con la conclusión de la guerra, se iniciaba una época de cambios socio-políticos a nivel mundial. Dichos cambios también produjeron un aumento del realismo cinematográfico, no solo en Italia, donde el neorrealismo se confirmaba con Roma, ciudad abierta (Roma citta' apperta; Roberto Rossellini, 1945), sino en otros puntos del globo como Japón o Estados Unidos. Pero, mientras en Italia y en Japón se intentaba mostrar el devastador presente de posguerra, en Hollywood el tono documental se empleó en producciones propagandísticas protagonizadas por infalibles agentes de la ley. Esta corriente, surgida dentro del cine negro, asumía características del noticiario cinematográfico, de las crónicas de sucesos y, en menor medida, del propio neorrealismo para relatar investigaciones policiales desde la mezcla de imágenes de archivo y de ficción, inicialmente protagonizadas por personajes planos que, a medida que avanzaba el ciclo, irían cobrando mayor profundidad dramática, de ahí que La casa de la calle 92 (The House on 92nd Street), título fundacional de este subgénero policíaco, carezca del dramatismo que sí se descubre en El beso de la muerte (Kiss of the Death, 1947), también realizada por Henry Hathaway, o en Relato criminal (The Undercover Man; Joseph H.Lewis, 1949). Como sería característico en las producciones que la siguieron, al inicio de La casa de la calle 92 se informa de que, en la medida de lo posible, se rodó en los espacios donde se desarrollaron los hechos reales en los que se basa su argumento, así como se insiste en la impecable labor llevada a cabo por los agentes protagonistas, en este caso, encargados de vigilar a los espías alemanes en suelo estadounidense en los instantes previos a la Segunda Guerra Mundial. Hacia final de la introducción, que da paso al desarrollo del relato, se conoce a los personajes que tienen la misión de desarticular la red de espionaje nazi, impedir sabotajes, evitar la sustracción de información vital para el devenir de la contienda o echar por tierra la posible creación de una quinta columna. Como sería habitual a lo largo de los títulos adscritos a este tipo de crónica policial y propagandística, la voz en off informa de la entrega del personal humano y de los modernos recursos materiales con los que cuenta la agencia. Esa misma voz continuará sonando a lo largo del metraje para guiar al espectador y remarcar la infalibilidad del personal encargado del caso. Esta circunstancia sería otra de las características de este tipo de producciones, cuyas temáticas varían desde el espionaje que da forma a este y al posterior film de Henry Hathaway, 13 Rue Madelaine (1946), que se inicia con las mismas imágenes de archivo que cierran La casa de la calle 92, hasta la investigación del periodista interpretado por James Stewart en Yo creo en ti (Call Northside 777; Henry Hathaway, 1947), pasando por el fiscal de El justiciero (Boomerang!; Elia Kazan, 1947). Bajo la producción de Louis de Rochemont, hasta entonces productor de documentales, La casa de la calle 92 y 13 Rue Madeleine iniciaban este subgénero expositivo y meticuloso que seguía la evolución de las labores policiales a lo largo de escenarios reales, lo cual permitía abaratar costes, a pie de calle, en ocasiones con cámara oculta, al tiempo que intentaba dirigir la simpatía del público hacia las agencias encargadas de velar por la seguridad del Estado. Esta perspectiva nace de su momento histórico, poco faltaba para el inicio de la caza de brujas y para la guerra fría que marcaría la segunda mitad del siglo XX, de modo que asume una postura parcial y conservadora. La acción desarrollada por Hathaway en La casa de la calle 92 muestra una realidad ya pasada en el momento de su rodaje, aunque cercana en el tiempo, lo que permitió el acceso a los archivos del FBI y, por lo tanto, a los pasos que siguieron sus representantes a la hora de desarticular la red de espionaje nazi en Estados Unidos. Para ello se concede el protagonismo al inspector Briggs (Lloyd Nolan), a su equipo, y a Bill Dietrich (William Eythe), un joven universitario de origen alemán que, tras recibir la visita de agentes nazis, se convertirá en agente doble para ayudar a los federales a atrapar a los espías enemigos que, entre otras cuestiones, pretenden hacerse con el secreto de la bomba atómica, un secreto que al final del film se afirma que continúa a salvo, sin que nadie más lo tenga, lo cual supone un mensaje para la población, a la que se pretende tranquilizar, y para posibles rivales exteriores, a quienes se pretende amedrentar, conscientes de la capacidad destructiva del artefacto que el mundo conoció el 6 de agosto de 1945.
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