martes, 17 de julio de 2018

El beso mortal (1955)


El lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón apuró el inminente fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la era atómica, que enfrentó a dos grandes bloques antagónicos (el capitalista y el comunista) en una nueva guerra, la fría, aunque caldeada en lugares y periodos concretos de la segunda mitad del siglo XX. Tras la guerra mundial la hegemonía planetaria recayó en la Unión Soviética y en Estados Unidos, país donde, en 1947, el Comité de Actividades Antiestadounidenses iniciaba las persecuciones a sospechosos de simpatizar con el comunismo, persecuciones legalizadas que cobraron repercusión mediática en las vistas de "los diez de Hollywood", y posteriormente de otros guionistas, actores, actrices y cineastas hollywoodienses. Aquel año, los que siguieron y la década posterior, fueron años convulsos para Hollywood, años de cazas de brujas, de listas negras, de la amenaza de la televisión, del fin del sistema de estudios y del clasicismo cinematográfico. También fue el tiempo del debut en la dirección de largometrajes de
 Don Siegel (1946), Richard Fleischer (1946), Nicholas Ray (1948), Samuel Fuller (1949), Robert Aldrich (1949) o Richard Brooks (1950), cineastas cuyas personalidades difieren, aunque no en su intención de modernizar el lenguaje audiovisual. La mayoría de los nombrados fueron agrupados y etiquetados como la generación de la violencia, pero se trataba de un grupo heterogéneo que no respondía a una escuela o influencia común y sí a sus distintos intereses creativos, ideológicos y laborales. Su pasó a la dirección se produjo tras trabajar como guionistas (Fuller y Brooks), por la sala de montaje (Siegel) o en el caso de Aldrich tras ser ayudante de directores como Charles ChaplinJoseph Losey o Fleischer. Ya desde sus primeras películas, el responsable de Veracruz (1954) destacó por agitar el sistema de estudios de Hollywood, pues no dudó en asumir su individualidad para criticar en sus películas tanto a la industria del cine como a determinados estamentos sociales, e incluso, antes que lo hicieran otros, señaló el delictivo y lucrativo contrabando atómico que precipita la intriga de la espléndida El beso mortal (Kiss Me Deadly, 1955). Su personal adaptación del detective creado por el escritor Mickey Spillene se inicia con unos títulos de crédito a contracorriente, tampoco es convencional la presentación de sus dos personajes más importantes, ni que uno de estos, Christina (Cloris Leachman), lo sea por su ausencia de la pantalla y por el <<recuérdame>> que regresará en determinados momentos de la obsesiva búsqueda de Mike Hammer (Ralph Meeker). Pero el mayor distanciamiento, respecto al cine negro anterior, reside en la ausencia de ética asumida por el detective, a quien solo importa su beneficio, transgrediendo normas o utilizando a cualquiera que pueda darle respuestas al asesinato de la desconocida que recogió en la carretera. Al detective poco o nada preocupa que su empeño se cobre vidas ajenas, pues persigue un fin y no le importan los medios empleados para alcanzarlo. En manos de Aldrich, Mike Hammer es amoral, hedonista y violento, rasgos que lo alejan de los detectives cinematográficos anteriores, como el más ético Phillip Marlowe interpretado por Humphrey Bogart en la magistral y más clásica El sueño eterno (The Big Sleep; Howard Hawks, 1946). El Hammer de El beso mortal pierde la simpatía del público porque solo muestra interés por sí mismo y por su ambición. Como consecuencia, cuanto hace provoca violencia y muertes que van afectando a desconocidos y conocidos, sea su secretaria (Maxine Cooper), a quien secuestran, o Nick (Nick Dennis), su amigo mecánico a quien asesinan. Estos dos hechos puntuales sí lo afectan, aunque demasiado tarde para cambiar o para abandonar la investigación que poco importa a Aldrich, cuyo interés reside en el personaje en sí mismo y en la inmundicia donde se sumerge sin contemplaciones.

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