lunes, 23 de julio de 2018

La perla (1947)


<<Si esta historia es una parábola, tal vez todo el mundo tome su propio significado de ella y lea su propia vida en esta. En cualquier caso, dicen en el pueblo...>>. Así concluye la introducción que John Steinbeck empleó para adentrarnos en La perla (The Pearl, 1947), el espléndido relato de la trágica existencia de Quino, Juana y su bebé Coyotito, pero La perla (1947) también es la magistral película que Emilio "el indio" Fernández realizó a partir del guión que él mismo escribió al lado del escritor estadounidense. En sus mejores trabajos, tanto el cineasta mexicano como Steinbeck orientaron sus simpatías hacia los desheredados y esa misma simpatía prevalece a lo largo del metraje de un film de emociones humanas —dolor, esperanza, amor, violencia, miedo...— que fluyen a raíz de la "perla del mundo" que Quino (Pedro Armendariz) encuentra en el fondo del mar. En presencia física o simbólica, la joya se convierte en la excusa narrativa que nos aproxima a la condición humana que el Indio Fernández exteriorizó equilibrando (y enfrentando) las necesidades y los sueños de sus protagonistas, una pareja indígena, y la avaricia que se desata y confirma la imposibilidad de los pobres de escapar de su condición social. La perla de Quino y Juana (María Elena Marques) es al tiempo la promesa de libertad y opulencia a la que inicialmente ambos se aferran —un rifle, ropas nuevas o que su bebé aprenda a leer y a escribir— y la maldición que los persigue, aunque dicha maldición es fruto de la codicia que la esfera de nácar desata entre mercaderes, vecinos, el cura del pueblo o el doctor que rechaza atender a Coyotito tras recibir la picadura de un alacrán.


Los primeros compases de La perla, aquellos que preceden a la aparición de la joya, nos muestran la precaria situación de los nativos de origen precolombino: viven en chabolas, carecen de cualquier atención social, no tienen acceso a la educación y siempre son víctimas del engaño de quienes se aprovechan de su trabajo, de su ignorancia, de su falta de recursos y de su condición marginal. La primera parte de
La perla nos permite acceder al pensamiento de Quino, cuya ignorancia no le impide comprender que solo la educación permitiría a su hijo ser libre, y a su vez, dicha libertad posibilitaría la suya, la de su mujer y la de todos los oprimidos por el sistema que los somete. Con la aparición de la perla, materializar el sueño deja de ser una quimera, al menos, deja de serlo para la pareja que no tarda en sufrir los hechos que se encargan de alejar la realidad deseada, la cual es sustituida por los atropellos que obligan a Quino, Juana y Coyotito a huir en busca de la posibilidad que se les niega y que para ellos es inexistente. Como en otras de sus mejores películas, La perla reincide en el tema de indigenismo que Fernández supo desarrollar mejor que nadie en una época en la que tratar aspectos como los expuestos, de la forma en la que son expuestos, era nadar a contracorriente dentro de la industria cinematográfica mexicana. Pero él lo hizo con gran acierto, impregnando al cine azteca de un nuevo aire donde lo mexicano, la naturaleza, el melodrama, el amor y las fuerzas que intentan impedirlo se convierten en los protagonistas absolutos de cuanto se observa en la pantalla y en La perla todo ello se equilibra a la perfección para dar como resultado el que posiblemente sea su film más logrado.

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