lunes, 9 de julio de 2018

¡Quiero vivir! (1958)



A pesar de cualquier promesa de realidad, el cine es ficción y, como tal, las historias narradas distan de los sucesos reales; incluso en su vertiente documental, el cine vive condicionado por el punto de vista de quien lo realiza (y de la subjetividad de quien lo recibe). Su poder de recreación y representación es innegable, incluso es característica común y necesaria a toda obra cinematográfica. Sin embargo, a veces leemos o escuchamos que tal o cual película está basada en hechos reales y
 ese "basado en hechos reales" suele implicar dos reacciones opuestas entre el público: atracción en quienes encuentran motivación en la promesa de presenciar sucesos verídicos y rechazo en quienes, no sin cierto escepticismo crítico, se dejan llevar por los prejuicios que la frase les genera. Pero ni la una ni la otra son posturas objetivas, pues ninguna película es mejor o peor por exponer un hecho extraído de la realidad, de una obra literaria o de la originalidad de cineastas y guionistas. El problema (uno de ellos) que se presenta a la hora de valorar los casos o vidas reales trasladados a la pantalla lo encontramos en los propios responsables de llevarlos a cabo, ya que hay productores, guionistas y directores "tramposos" que intentan seducir al público con sensiblerías baratas, fondos musicales que desvían la atención de las imperfecciones que asoman por la pantalla o fotografías que, al igual que las anteriores, condicionan la mirada del espectador y esconden las limitaciones del film y de sus autores. De modo que para alcanzar una narrativa (crítica o no, realista o imaginativa) que convenza a unos y a otros es mejor crear que manipular, ser honestos con las intenciones y dejar que sea el espectador quien, partiendo de las imágenes y de los sucesos que observa, extraiga sus propias conclusiones. Esto no siempre se logra, a menudo tampoco interesa que se logre, pero existen películas como ¡Quiero vivir! (I Want to Live!, 1958) que saben que condicionan y lo hacen desde la honestidad que domina el punto de vista escogido, en este caso concreto el empleado por Robert Wise a lo largo de una narración sin apenas fisuras, que pasa del cine negro (nocturno y jazzístico) inicial al drama judicial y carcelario que da pie al melodrama que se impone en determinados momentos de la heterogénea mezcla que da forma a la trágica experiencia de Barbara Graham (Susan Hayward).


<<Hice I Want To Live! con Susan Hayward, y ella quería trabajar con un director de fotografía que era la última persona que yo quería para esa película, porque hacía un tipo de trabajo muy pulcro y brillante. Y yo quería algo con mucho grano. Había un director de fotografía en Paramount que me gustaba mucho, Lionel Lindon, admiraba su trabajo. Así que tuve que lanzarme y decirle a Susan que yo quería a este chico. Todos me decían que ella no aceptaría. Pero yo dije que no haría la película si no contaba con él. Le expliqué a Susan por qué no me gustaba el hombre que ella quería, y que el mío era mejor, porque podía conseguir una fotografía con grano cercana al documental. Susan aceptó y yo conseguí a mi hombre. Y ella ganó un Oscar. Yo estaba entonces filmando Odds Against Tomorrow en Nueva York, y todos nos sentamos a ver la ceremonia de los premios de la Academia. Yo estaba nominado pero no gané, y Susan sí que ganó. Cuando salió a recoger el premio dio las gracias a uno y a otro y a otro, pero no me dio las gracias a mí. Otra persona dijo: “Gracias, Bob”.>> (1) Aunque se trata de una de las películas más populares y reconocidas de
Wise, ¡Quiero vivir! también es un film de su productor, Walter Wanger, y de su actriz protagonista, Susan Hayward, que alcanza suma importancia al ser la presencia absoluta y fundamental que condiciona la exposición de los hechos, aunque no altera el posicionamiento crítico de Wise y Wanger hacia la pena de muerte. La presencia estelar de la actriz se convierte en el reclamo principal del film, pero no trastoca (al menos, no demasiado) la intención de la película, que no residen en demostrar la culpabilidad o la inocencia del personaje interpretado por Hayward, tampoco pretende juzgar su comportamiento. La propuesta llevada a cabo por Wise en ¡Quiero vivir! se posiciona con valentía y rotundidad contra la pena capital y, para ello, relata la experiencia real de Barbara Graham. <<Originalmente se titulaba The Barbara Graham Story, porque todo estaba sacado de un caso real. Ed Montgomery, un reportero del “San Francisco Examiner”, fue escribiendo todo lo relativo al caso y luego yo conseguí muchas historias sobre ella, y se las conté a Nelson Gidding para que hiciera el guion. También leí algunas de las cartas que Barbara Graham había escrito a su amiga Peg, y en una de esas cartas decía: “En una de las últimas cartas que te escribí, te decía que no quería vivir, que no quería seguir con esto. He cambiado de idea. Quiero vivir”. De ahí salió el título, de una de sus cartas.>> (2)


Barbara es una mujer a quien inicialmente descubrimos en ambientes nocturnos donde el jazz y los clientes masculinos se convierten en su compañía. Barbara se gana la vida engañando, mintiendo y vendiéndose, pero sobre todo observamos en su comportamiento el rechazo a la moral aceptada. Es una vividora, pero también una mujer que acaba por cansarse de su vida disoluta, al lado de delincuentes y de hombres a quienes engaña y que no le proporcionan más que algo de dinero y algunos minutos de diversión. Pero Barbara ya no es la chiquilla que pasó dos años en el reformatorio antes de deambular por las calles y los clubes nocturnos, ahora es una mujer que pretende enderezar su rumbo y formar una familia, aunque su elección, como tantas otras anteriores, la conduce a un callejón sin salida. Tras un año de matrimonio y un hijo a quien se ha entregado, su hogar vive en la violencia y la desesperación que la deciden a separarse de su marido, aunque, sin alternativas económicas, se ve obligada a regresar a sus antiguos hábitos y a frecuentar a viejos conocidos que acabarán por acusarla de asesinato para salvar sus vidas. Este hecho abre un nuevo frente en ¡
Quiero vivir!, aquel que pone en evidencia a la prensa que manipula para aumentar las ventas y al sistema judicial que busca un culpable que puede no serlo, pero que calme la sed de justicia que le exigen y exige. El tono dramático aumenta con el ingreso en prisión de Barbara y el realismo cobra mayor contundencia cuando se confirma la sentencia de muerte en la cámara de gas que la cámara de Wise detalla con minuciosidad en la angustiosa parte final de un film que a esas alturas de metraje apunta sin disimulo la frialdad, la profesionalidad y la inhumanidad legalizada en la pena de muerte.


(1) (2) Robert Wise, en Ricardo Aldarondo: Robert Wise. Festival de cine de San Sebastián/Filmoteca Española, San Sebastián - Madrid, 2005.

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