domingo, 20 de mayo de 2018

Nubes pasajeras (1996)


En la década de 1990, Finlandia sufrió una severa crisis económica que elevó la tasa de paro entre la población activa, precipitó el cierre de numerosas empresas y provocó la miseria que Aki Kaurismäki retrató en su trilogía de los perdedores. Nada hay de idílico en la personal mirada cinematográfica de Kaurismäki y sí austeridad, honestidad y lucidez. Con ella observa el abismo que se abre ante los protagonistas de Nubes pasajeras (Kauas pilvet karkaavat, 1996) y, aunque dicha mirada sea contundente, certera y crítica, no está exenta de humor, de cierto surrealismo y de esperanza hacia sus personajes. La economía, la suerte y las instituciones dan la espalda a Ilona (Kati Outinen) y a Lauri (Kari Väänänen) y los condena al exilio social que sucede a la pérdida de sus trabajos. Sin ocupación laboral, inician la búsqueda de nuevas opciones que los reubique, aunque, para individuos corrientes, maduros y trabajadores como ellos, no las hay. Así descubren que se encuentran desprotegidos por el sistema que solo los acepta mientras cumplan los requisitos mínimos de trabajo, dinero y consumo, pero, sin oficio, no hay beneficio y sin este, no hay consumo. Y en esta rueda que no detiene su giro poco importan la eficiencia laboral que Ilona muestra al inicio del film o la desesperanza que Laurie apenas logra expresar mediante su rechazo a la película que le disgusta o en el abusivo consumo de alcohol con el que pretende olvidar su derrota, su despido y la imposibilidad de lograr un nuevo empleo. Así de frágil es el bienestar que, como los muebles y la televisión que compran a plazos y les retiran sin miramientos, desaparece sin aviso para dar paso a la desorientación y al infructuoso deambular de la pareja por un espacio deshumanizado e inmoral, donde la crisis financiera provoca que las entidades e instituciones se desentiendan de ellos. El bienestar es ambiguo, quizá ficticio, porque sin bienes, el banco del que Ilona es clienta le niega el préstamo que le permitiría abrir su propio negocio o, tras pasar la noche delante de su puerta, la empresa de colocación laboral se aprovecha de la extrema necesidad de la protagonista y le exige pagar por la posibilidad de un puesto en un <<agujero piojoso>> donde ella se encargará de todo, pero donde nunca llegarán a pagarle. Mientras tanto, ¿qué hace el Estado de Bienestar para proteger a estos desprotegidos? Al parecer, poco o nada, pues su presencia no se intuye por parte alguna y, sin soluciones a corto y medio plazo, el matrimonio, y otros en su misma situación, sufren su condición de parias y el descalabro económico, sin ayudas, humillados y ninguneados en su digno intento de sobrevivir al desolado panorama que Kaurismäki señala y satiriza tomando partido, porque, fiel a su pensamiento, la mirada del cineasta humaniza y dignifica a los perdedores ante el bienestar prometido e incumplido.

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