viernes, 28 de octubre de 2011

La mujer del cuadro (1944)


En poco más de un minuto Fritz Lang expuso parte del contenido de La mujer del cuadro (The woman in the window), en una breve escena en la que presenta al profesor de psicología criminal Richard Wanley (Edward G. Robinson) dirigiéndose a un grupo de estudiantes a quienes explica los diferentes grados que existen dentro del homicidio. Así pues, en ese primer instante, se unen crimen y psique, dos cuestiones que perseguirán a este maduro profesor casado y con dos hijos, cuya conciencia parece haber aceptado una vida rutinaria que le informa de que el tiempo de las emociones y de las aventuras ha quedado atrás, pensamiento que confiesa a sus amigos Frank Lalor (Raymond Massey), fiscal del distrito, y Michael Barkstane (Edmund Breon), médico, mientras toman unas copas en el club al que pertenecen; del mismo modo que les comenta la impresión que le produjo el retrato de esa bella mujer que los tres han observado antes de entrar. Sus movimientos y sus palabras se muestran pausados, actitud que parece confirmar su pensamiento; que se ve reafirmado cuando su mente le indica que se quede en la sala de lectura hasta que llegue la hora de irse para casa. Tras abandonar el club, donde había estado leyendo en un cómodo sofá, se detiene de nuevo a observar esa pintura que parece no abandonar su cerebro, despertando algo en su interior que parecía aletargado por esa conciencia que ha asumido su condición y su edad. Sin embargo, el subconsciente le ha obligado a regresar hasta el escaparate donde se encuentra observando el rostro de la misteriosa y bella mujer (Joan Bennett), quien como si de un sueño se tratase se descubre en carne y hueso mediante el reflejo de su rostro sobre el cristal. Richard, impresionado por la coincidencia, no sabe qué decir, ni qué hacer; sin embargo, no desea irse, desea estar con ella, quien le comenta que suele pasear ante la tienda para contemplar su retrato y la reacción de los hombres que lo miran. Richard acepta acompañarla, quizá en un último intento por luchar contra esa conformidad que parece haber asumido, sin embargo, lo que parecía un sueño no tardaría en convertirse en una pesadilla. La irrupción de un amante celoso desencadena un acto violento en el que Richard le asesina en defensa propia, pero ¿quién va a creerles? En un primer momento pretende alertar a la policía, sin embargo, la idea de que no le creerán y el escándalo que significaría le convencen para deshacerse del cuerpo y de cualquier prueba. La mujer acepta todo cuanto dice el profesor, lo único que desea es no ir a la cárcel, circunstancia que comparte con un teórico que aplica sus conocimientos para no dejar ninguna pista que conduzca hasta ellos: dos desconocidos que ni siquiera conocen sus nombres. La atmósfera de La mujer del cuadro (The woman in the window) se vuelve tensa y oscura, como la mente de Richard que, a pesar de su ofuscación, logra deshacerse del cadáver en una noche en la que cualquier fallo puede ser su perdición, pero en la que su existencia se ha alejado de la apatía para embarcarse en una tensión que le mantiene alerta y que parece haber devuelto la emoción a su vida. Al día siguiente, su amigo, el fiscal, le informa de la desaparición de un importante hombre de negocios; por los datos que ofrece, Richard comprende que se trata de su víctima y empieza a comportarse de un modo atípico, adelantándose a las palabras de Frank, quien le observa atentamente, como si sospechase de él. El peligro pasa momentáneamente hasta que se descubre el cuerpo en un bosque de las afueras, un lugar al que Richard es invitado por su colega Frank Lalor. ¿Por qué acepta? Quizá por esa sensación de peligro que le ha alejado de una vida marcada por la total ausencia de emociones, pero sea por lo que sea a Frank no le pasa desapercibido que su amigo parece conocer la zona. Richard se da cuenta de su error, como también comprende que las pistas conducen a un tipo como él, aunque nadie podría probarlo todavía, sin embargo, el nerviosismo, los sudores fríos y el miedo son una constante que cambian la teoría en la que había vivido por una práctica que le ahoga. La mujer del cuadro (The woman in the window) es una de las mejores películas rodadas por Fritz Lang en Estados Unidos, un tenso y angustioso policíaco escrito y producido por Nunnally Johnson, en el que el director alemán construye un film negro diferente, donde la psicología del criminal y el carácter onírico predominan sobre las escenas de acción, reflejando los miedos, los deseos y las frustraciones de un hombre que se descubre dentro de una pesadilla de la que no puede escapar, sobre todo en dos momentos: cuando se encuentra presionado por la ilusión de que su amigo desconfía de él y a partir de la repentina aparición de un chantajista (Dan Duryea) que parece saberlo todo y que atosiga a Alice Face, la mujer del cuadro.

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