miércoles, 29 de mayo de 2024

Esperando la felicidad (2002)


El punto de partida fundamental hacia la felicidad humana es la ausencia de frustración, pero ¿quién no la ha sentido en algún instante? Además, habría que responder qué es la felicidad y si es posible encontrarla; y, consecuentemente, retenerla como si fuese una posesión o un bien preciado. Como abstracto, su significado varía según quién se plantee el qué le significa o qué le implica, si piensa que se trata de una cuestión material, sentimental-emocional o una combinación de ambas. Bertrand Russell en su libro La conquista de la felicidad habla de la existencia de dos clases, con sus grados intermedios: <<podrían denominarse normal y de fantasía, o animal y espiritual, o del corazón y de la cabeza>>. Pero, en general y de modo particular, la apuntaba en el mirar más las necesidades ajenas que a las propias. Era europeo, humanista, ajeno a las creencias cristianas y perteneciente a la clase acomodada, lo cual, a priori, le suponía ver cubiertas sus necesidades básicas, cuya realización resulta fundamental para aspirar a cualquier tipo de felicidad. El filósofo y matemático británico daba como feliz una especie de altruismo teórico, un interés por los otros que ubica la felicidad lejos del egocentrismo tan de moda tras el fin del teocentrismo y del posterior antropocentrismo. Apuntaba que el secreto de la felicidad residía <<en que tus intereses sean lo más amplios posibles y que tus reacciones a las cosas y personas que te interesan sean, en la medida de lo posible, amistosas y no hostiles>>, mientras que el oriental Lao Tse, muchos siglos antes, en Tao Te King ubicaba la felicidad en la desposesión; algo así como es más feliz quien menos tiene: <<¿No es acaso por no querer nada que lo posee todo?>> Pero que se lo digan a Rockefeller o al tío Gilito, cuya acumulación de dinero, en monedas y billetes, le posibilitan sus tranquilizantes chapuzones en la piscina de su lujosa mansión. Son modos distintos de sentir aquello que llaman felicidad, que sería algo así como un estado de plenitud, sea de un segundo o de un mes, pero, indudablemente, no es un estado estático ni perdurable, como todo estado humano es variable y efímero. Vive en la alternancia, incluso en ausencia, en el deseo de ser felices.


La felicidad también es un concepto que difiere según lo que te han querido vender como tal. Por ejemplo, el proletario ruso soñaba con obtenerla cuando se instaurase la dictadura del proletario, utopía que, como tal, es irrealizable, y los cristianos medievales se dejaban guiar y someter porque su recompensa estaba en un paraíso celestial, idea que, con sus variaciones, ya se encuentra en Platón, quien en El Fedón apunta que el alma se prepara en la vida para la muerte, que sería algo así como la puerta a su liberación del cuerpo, a su acceso al conocimiento puro. <<Si el alma se retira en este estado, va hacia un ser semejante a ella, divino, inmortal, lleno de sabiduría, cerca del cual, libre de sus errores, de su ignorancia, de sus temores, de sus amores tiránicos y de todos los demás males anexos a la naturaleza humana goza de la felicidad>>. Pero la felicidad la queremos aquí y ahora, es mundana y vital, a la par abstracta y física. Se ve influenciada por el pensamiento y el estado emocional de la persona, por la salud y la geografía, influye en ella desde la sensaciones corporales y mentales hasta el lugar de nacimiento y de asentamiento, entre otras variables que a menudo resultan ajenas al control de los aspirantes a la felicidad. A nadie escapa, aquello de que no es lo mismo nacer en un país desarrollado y seguro, donde las comodidades apenas se valoran porque, desde que podemos recordar, están ahí, formando parte de nuestra realidad, que en uno árido, pobre y amenazado por la carestía o la guerra, entre otras. Las condiciones climáticas, políticas o económicas determinan parte del día a día y nacer en la Unión Europea supone, a priori, unas comodidades que se niegan a los nacidos en países como Haití o Mauritania, pues tanto en el caribeño como en el africano la situación económica de la población apunta una precariedad que no se da en suelo europeo, el cual se convierte en una especie de ilusión para aquellos que, viviendo realidades como la de los personajes de Esperando la felicidad (En attendant le Bonheur/Heremakono, 2002), sueñan una plenitud que creen posible en Europa. Pero la película no solo trata de la emigración, aunque esté presente en todo momento: dos personajes hablan de si un tercero habrá llegado a Tánger o a España, el mismo personaje que el océano devuelve su cuerpo a la costa. Intentó buscarla, pero, para él y para tantos otros, la felicidad es la idea de bienestar imposible de alcanzar. Para Abdellah, uno de los personajes principales de Abderrahmane Sissako, la felicidad es inexistente en su hogar, es decir, vive en la frustración y en el sueño de estar lejos, en Europa. No se encuentra, es infeliz, apenas habla y en su rostro se lee la tristeza que le consume y le aparta. Quiere otra vida, lejos, en algún lugar donde la felicidad forme parte de su cotidianidad. Pero, aparte de este joven triste, que no se plantea la felicidad como un derecho constitucional, sino como una necesidad vital en alternancia y no en eterna ausencia, Sissako ofrece en su película un paisaje humano que acerca la situación de otros personajes, cotidianidades y aspectos de su cultura, de su entorno humano y natural vivo, árido, arenoso, a orillas de ese Atlántico que se ofrece como engañosa vía de escape, pues no deja de ser una frontera entre la idea y la realidad mundana. En Esperando la felicidad, el cineasta mauritano muestra otra perspectiva de la felicidad, su ausencia, de ahí la búsqueda o la espera; es decir: emigrar o quedarse, pero ¿dónde se encuentra la plenitud, para ellos desconocida?



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