Stanley Kramer tituló una de sus comedias El mundo está loco, loco, loco, loco (It’s a Mad, Mad, Mad, Mad, World, 1963), título que caería bien a Relatos salvajes (2014). Pero el motor de este popular film episódico del argentino Damián Szifron no es el dinero, aunque en cualquier sociedad capitalista, o no capitalista, el dinero, la economía, sea el motor del sistema y, por tanto, el que mueve el conjunto y genera los distintos ritmos de vida. Sitúa a unos arriba y a otros abajo, también hay a quien ubica entremedias; claro que la “cosa” es más compleja, siempre lo es. El individuo vive determinado por las diferencias y las normas inculcadas por dicha sociedad; es decir, vive condicionado por un sistema cerebral creado para ejercer control sobre quienes lo forman. No hay posibilidad de escape, salvo para el ermitaño o los marginales expulsados del mismo. Pero los personajes de Relatos salvajes, al menos por un instante (el cinematográfico), estallan y se apartan de los condicionantes y de la lógica. Son viscerales, se dejan llevar por el instinto de supervivencia, por la venganza, por el miedo, por la ira o por la bestialidad y, en cierto modo, se liberan. Dejan de ser razonables. El Jekyll que hasta entonces dormitaba asoma feroz y desplaza la tranquilidad aparente en la que se inicia cada episodio de Relatos Salvajes para llevar las distintas situaciones al caos e incluso a la liberación, la catarsis. El sosiego y el control desaparecen, dejan su lugar a la irracionalidad desatada, cuando no al salvajismo instintivo que intenta prevalecer en una lucha por la supervivencia. Por un instante, son animales acorralados cuya ferocidad se desata contra el sometimiento, la estupidez humana, el desengaño, la traición, entre otros aspectos. Las historias exponen desobediencia civil, corrupción, violencia, lucha a muerte, indignación, la de los oprimidos, desencantados, ninguneados, “puteados”… La mayoría de los personajes pretenden vengarse por oprobios sufridos, tal vez por el lugar que les ha tocado en el mundo o el que les han obligado a ocupar. Quizá sea la fuerza de los sometidos, de los burlados de siempre, pero no por estallar dejarán de ser los burlados. Algo así le dice la mujer a “Bombita”; pero se olvida de que a su marido le llega con la satisfacción y el placer que le genera liberarse. Probablemente, nada cambiará tras esa liberación momentánea, pero, para “Bombita”, la satisfacción de dejar de padecer la burla del sistema es recompensa suficiente: siente que ha sobrevivido y vencido a un sistema kafkiano. La víctima se transforma en victimario y, aunque para la sociedad todo seguirá igual, para los personajes involucrados todo será distinto o ya no será. Para bien o para mal, por un instante, han dejado de ser autómatas; despiertan a ser víctimas o verdugos; quizá ambas.
Como suele suceder en los films compuestos por diferentes historias, las hay mejores y peores, pero los seis cortometrajes que, expuestos uno tras otro, dan forma de largometraje de Szifron, comparten indignación, violencia, humor negro y un eco que resuena a ya visto, más allá de encontrar su posible inspiración en la serie televisiva Cuentos asombrosos. Viendo sus episodios, me viene a la mente Diez negritos (And Then There Were None, René Clair, 1945), El diablo sobre ruedas (Duel, Steven Spielberg, 1971), Un día de furia (Falling Down, Joel Schumacher, 1993), Ciudad en sombras (Dark City, William Dieterle, 1950) o Tres monos (Üç maymun, Nuri Bilge Ceylan, 2008), pero solo se trata de una “venida” fruto de mi subjetividad como espectador, que reconoce aspectos comunes que las relaciona con Pasternak, Las ratas, El más fuerte, Bombita, La propuesta, Hasta que la muerte nos separe. Las seis partes encuentran su desahogo en la violencia, en la venganza, en el lado irracional de vidas que despiertan a un instante que funciona como desahogo, pero que, visto en conjunto, no deja de ser un ahogo que podría llevar a cuestionarnos si nuestra sociedad ha llegado a un estado enfermizo o siempre ha estado enferma; o simplemente no hay enfermedad, solo pequeños brotes de malestar que se curan para las víctimas de los relatos cuando, tras sentirse heridos o verse acorralados o desesperados, se convierten en verdugos. Y de ese modo, Relatos salvajes va quemando sus naves y jugando la baza del impacto, pero, transcurrido el segundo episodio, la resolución de los sucesivos ya no sorprenden, pero eso no es lo que importa sino lo que cuenta y el mundo que muestra donde la corrupción, el dinero, la burocracia, la insolidaridad, las diferencias de clase, las mentiras y engaños… dominan y aplastan; aunque todavía parece existir esperanza o, al menos, una liberación momentánea…
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