Los hermanos más populares e hilarantes de Hollywood fueron los Marx, pero hubo más hermanos que conquistaron la industria del cine. Por ejemplo, en los despachos, Myron y David Selznick, los Schenck, Joseph y Nicholas, o los Warner, que llegaron a lo más alto del tinglado sin actuar en la pantalla, haciéndolo en la sombra —Harry apenas se dejaba ver por el estudio, dedicado a los aspectos financieros de la empresa— y, cuando la ocasión lo requería, en público, sobre todo Jack, el menor de los cuatro. Hubo quien lo veía como un payaso, pues tendía al histrionismo, y un reaccionario, pero junto a sus hermanos fue un emprendedor y un empresario fundamental en el negocio cinematográfico. Aparte de familia, los Warner eran hombres de cine y buscavidas que habían empezado con nada y llegaron a ser los creadores de una marca que, aunque haya perdido su esplendor y significado —la Warner actual, salvo el nombre y la WB del logo, nada tiene que ver con la del pasado—, aún hoy sigue dando productos cinematográficos y alguna que otra buena película. A ellos se les atribuye el desarrollo del sonido en el cine, siendo los magnates que apostaron por el sonoro, pues habían visto en el sonido la posibilidad de mejorar su situación económica, la cual, por aquellos años veinte del pasado siglo, no era excesivamente boyante, si se compara con la de otros gigantes de la industria. Realizadas por Alan Crosland, Don Juan (1926) y El cantor de Jazz (The Jazz Singer, 1927), sobre todo esta última, revolucionaron el mundo del cine con la introducción de efectos sonoros. Don Juan pasaría a la historia como el primer film con banda musical sonora, gracias al desarrollo del sistema Vitaphone, y la voz de los personajes se oye en El cantor de Jazz, que se considera el primer largometraje en el que se escuchan diálogos. “El cine habla”, se dijo entonces. Ya no había vuelta atrás, aunque sí hubo quienes se mostraron escépticos e incluso quienes inicialmente rechazaron de plano el nuevo adelanto que permitía escuchar a los personajes. Era la muerte del cine tal y como se conocía hasta entonces, pero algo nacía de aquel principio del fin para el medio visual. Era el alumbramiento del audiovisual y la Warner se posicionaba entre las grandes de la industria; poco después también sería uno de los estudios más interesantes y modernos, en temáticas y formas, en sus propuestas sociales y gansteriles, aunque esto quizá se debiese más a Darryl F. Zanuck que a los hermanos. Como jefe de producción, Zanuck fue fundamental en el estilo que adquirió el estudio entre finales de la década de 1920 e inicios de la siguiente; más adelante, Hal B. Wallis tomaba el relevo y confirmaba con sus producciones el buen ojo de la Warner para escoger a ejecutivos con instinto comercial y cinematográfico…
Los Warner pioneros cinematográficos eran Harry (1881-1958) —hay fuentes que, como Clive Hirschhorn en su libro sobre el estudio, sitúan el año de nacimiento de Harry en 1879–, Albert (1884-1967), Sam (1888-1937) y Jack (1892-1981), miembros de una familia de emigrantes judío-polacos, aunque ellos, salvo Harry, nacieron en Norteamérica. Jack vio la luz en Canadá en 1892, siendo el menor de los hermanos que en 1919 fundaron su estudio en Burbank, California. De los cuatro, también sería quién viviría el apogeo y fin del Hollywood que construyeron junto a otros magnates como William Fox, Adolph Zukor, Marcus Loew, Jessie Lasky o Samuel Goldwyn. Albert y Sam habían nacido en Baltimore y este último fue quien apostó con mayor entusiasmo por el cine sonoro. Creían en su éxito y su apuesta resultó ganadora; pero él no pudo saber cuánto, pues fallecía el mismo año del estreno de la revolucionaria y anodina El cantor de Jazz. En 1904, Harry y Albert compraron un proyector de cine y se dedicaron a la exhibición ambulante. Era una época propicia para ello; pero, como cualquier negocio ambulante, conllevaba sus riesgos. Pero la cosa funcionó y en 1918 comenzaron a producir sus propias películas. My Four Years in Germany (William Nigh, 1918) fue la primera de muchas. Siete años después, la compañía Warner Brothers se hizo con la moribunda Vitagraph, que había sido una de las dos gigantes de la primera época, la otra fue la Biograph. La empresa crecía, pero estaba lejos de obtener los beneficios de Paramount y de la recién nacida MGM, que por entonces arrasaba comercialmente con El gran desfile (The Big Parade, King Vidor, 1925). Fue su asociación con Western Electric la que auparía a Warner al primer nivel, pues la empresa fue fundamental en el desarrollo del sonoro. Dicha unión dio como primer fruto Don Juan, en la que los efectos sonoros llamaron la atención y abrían el camino a logros mayores y a una nueva Warner, la que ya en la década de 1930 tendría en nómina a los icónicos James Cagney, Edward G. Robinson, Bette Davis, Paul Muni, George Raft, Ida Lupino, Humphrey Bogart, Claude Rains, Olivia de Havilland o Errol Fynn; aunque, durante los treinta y cuarenta, era la MGM la factoría que presumía de tener más estrellas que el firmamento…
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