lunes, 11 de noviembre de 2019

Buñuel en el laberinto de las tortugas (2018)


Al inicio de las apenas dos páginas que, en sus memorias, dedicó a Las Hurdes (Tierra sin pan) (1933), 
Luis Buñuel recordaba que <<había en Extremadura, entre Cáceres y Salamanca, una región montañosa desolada, en la que no había más que piedras, brezo y cabras: Las Hurdes. Tierras altas antaño pobladas por bandidos y judíos que huían de la Inquisición...>>1. Su ya mítico documental, prohibido después de su estreno porque proyectaba una imagen que <<denigraba a España>>2, se convierte en uno de los ejes sobre los que gira Buñuel en el laberinto de las tortugas (2018). Los otros pilares que sostienen el acercamiento cinematográfico de Salvador Simó al cineasta de Calanda son la relación que este mantiene con el anarquista Ramón Acín, que cumplió su palabra y produjo la película tras haber ganado un premio en la lotería, y la personalidad del realizador, definida en el film a partir de obsesiones, gustos, de su afán transgresor o su desorientación vital.


El personaje llega al público desde la mezcla de supuesta realidad y de sueños que remiten a su infancia y su juventud, a su complicada relación paterno-filial, a la idealización de la madre, a su obsesión con la muerte —referencia constante, incluso uno de los personajes oníricos apunta a la muerte cansada de Las tres luces (Der mude töd; Fritz Lang, 1921), la que le abrió los ojos al cine—, su afición a las armas —<<se la debo a mi padre>>3, o a su ruptura con Salvador Dalí. La introducción de las alucinaciones, pesadillas en su mayoría, quizá pretendan una explicación freudiana que justifique la personalidad del realizador de Los olvidados (1950), otro título fundamental que, en su aparente realismo, conecta con Las Hurdes, pero, más que nada, la sucesión de sueños redundan en las ideas que el imaginario popular se ha hecho del calandés.


En esta biografía animada e imaginada, inspirada en el cómic homónimo de Fermín SolísSimó recrea lo que pudo ser, no lo que fue, recrea situaciones, algo que también Buñuel hizo en su documental sobre la comarca extremeña, John Huston en La batalla de San Pietro (San Pietro, 1945) o, ya en los orígenes del género, Robert Flaherty en Nanuk el esquimal (Nanook of the North, 1922). Pero de las complejidades de un hombre como 
Buñuel, y de aquel rodaje en el que <<nos fuimos a Extremadura... Eli Lotar, Pierre Unik y yo>>4, poco más se puede hacer que especular a partir del mito, de sus declaraciones y, sobre todo, de sus películas más personales, en las cuales dejó constancia de sus obsesiones y de su pensamiento. Respecto a este ilustre desconocido, Max Aub escribió en el prólogo de sus conversaciones con el cineasta que <<para dar a entender lo que es el cine de Luis Buñuel —tan personal— me interesa saber quién es ese extraño ser que anda por el mundo, horripilado por las arañas [...] Ese extraño ateo que habla continuamente de la Iglesia católica; ese amigo de las armas, y no más cobarde que cualquier hombre, que huye de toda contienda aunque ésta pueda servir a sus ideas. Antes o después se puede hacer el examen de su obra con relación a los demás, pero para comprenderla hay que intentar saber quién es>>5. Y esta es una de las pretensiones de Buñuel en el laberinto de las tortugas, explicar al hombre, sus obsesiones y su complejidad, a partir de la filmación de su documento cinematográfico, donde deja su impronta y adultera la realidad para transformarla en su visión de un espacio olvidado por el tiempo y por la civilización, un lugar para él fascinante, adonde accede en compañía de Acín, y posteriormente se les unirán Pierre Unik y el cámara Elie Lotar. Allí se encuentra con el ser humano natural, el más cercano a este, alejado del corrompido por la sociedad burguesa, la rechazada por el surrealismo.


¿Fue ética la postura asumida por el cineasta aragonés? Ni
Solís en su novela gráfica ni Simó en su película juzgan al cineasta, aunque ambas propuestas puedan inducir a plantearse tal cuestión. Lo que sí parece evidente es que si Buñuel adulteró la realidad para llevar a cabo su propósito, ¿por qué no hacer lo propio con un "cómo se hizo" de Las Hurdes? Acaso, ¿la realidad, la que señala la Historia, no la forman diferentes interpretaciones de hechos, especulaciones, intereses y olvidos, unos involuntarios y otros voluntarios? Consciente de la posibilidad de acceder al cineasta desde la idealización del rodaje y de la estancia en la Extremadura de 1933, durante los meses de marzo y abril, el director dibujado se descubre desorientado, obsesivo, radical, provocador, pero también sentimental y humano, que busca agitar conciencias dormidas, busca lo que cualquier surrealista que se precie, busca con su rechazo y su exageración transformar la sociedad del momento en una más justa y menos deshumanizada.


1.Luis Buñuel. Mi último suspiro (traducción Ana María de la Fuente). Penguin Random House, Barcelona, 2018

2,3,4,5.Max Aub. Conversaciones con Luis Buñuel. Aguilar, Madrid, 1985

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