martes, 18 de septiembre de 2018

Fuga sin fin (1971)


Su primera aparición en la pantalla delata el carácter meticuloso de Harry Garmes (George C. Scott) a la hora de preparar (mimar) el descapotable que pone a punto para probarse que todavía continúa vivo, aunque consciente de que la muerte le ronda en la tumba de su hijo, en la ausencia de su mujer o en su retiro en el pueblo pesquero del Algarve donde, nueve años atrás, pretendía iniciar una nueva vida que se quedó en nada. Su decepción vital es evidente, también lo es su necesidad de recuperar aquella parte de sí mismo que regresa por última vez a raíz del encargo de transportar a un fugitivo de la justicia española hasta tierras francesas. Garmes sabe que e
l tiempo es su enemigo, que agudiza su soledad y la monotonía que acaba por convencerlo para retomar su antigua ocupación al servicio de quien le pague por pilotar. Esto lo sabremos más adelante, aunque durante los títulos de crédito de Fuga sin fin (The Last Run, 1971) Richard Fleischer nos presenta a su protagonista sin necesidad de palabras. Lo hace con su imagen solitaria, cuidando su auto como si este fuera un órgano vital de su cuerpo. Y así es, como confirmará la conclusión del film. En la escena que sigue a los créditos iniciales, Harry prueba su máquina y su destreza, al tiempo que su primera carrera en casi una década confirma al espectador su inmediato regreso al asfalto. ¿Por qué regresa al camino que dejo tanto tiempo atrás? Con precisión y brillantez, Fleischer nos responde introduciéndonos en la psicología de un hombre maduro que vive fuera del mundo, un hombre que comprende su muerte en vida, pues sus años de inactividad así se lo hacen sentir. Harry necesita probarse, saber que aún respira, huir de su desencanto existencial y de la amenaza crepuscular que forma parte de la cotidianidad en la que se relaciona de forma esporádica con Monique (Colleen Dewhurst), la prostituta que ha convertido en su confidente y consuelo carnal, y Miguel (Aldo Sambrell), quien realiza el trabajo pesquero que él no pudo hacer. Si la presentación de Harry Garmes es un alarde de la habilidad de síntesis de Fleischer, la recreación de Scott está a la altura de la humanidad exigida por su personaje, pero, aparte de la precisa y esclarecedora introducción y de la aportación del actor, una de sus mejores y más contenidas interpretaciones, Fuga sin fin sobresale por el equilibrio alcanzado entre las trepidantes escenas de acción en carretera y la intimidad compartida por el trío protagonista durante la fuga que une sus destinos. Este fue el gran logro de Fleischer -que había sustituido a John Huston al frente del film-, el combinar con fluidez las secuencias de acción con las escenas que nos van descubriendo las distintas personalidades de los fugitivos, su evolución y su acercamiento, aunque el de Claudine (Trish Van Devere) a Garmes resulta en cierto modo ambiguo, pues nunca llegamos a saber a ciencia cierta si sus sentimientos son fruto de la sinceridad o de las indicaciones de Rickard (Tony Musante) y la necesidad del apremiante momento que los tres comparten.

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