martes, 25 de septiembre de 2018

Frenesí (1972)


La Inglaterra que vio nacer a Alfred Hitchcock era un país puritano de moralidad inflexible, de formas correctas y de tapar cualquier cuestión que alterase y trastocase la quietud moral y tradicional de una nación que todavía sentía y asumía ser la más civilizada y poderosa del mundo. Esa estricta moral victoriana sobrevivió a la muerte de la reina Victoria y, probablemente, pertenecer a una sociedad en extremo rígida, que prefería ocultar a tratar de forma natural temas incómodos para la época, como lo sería el sexo, condicionó al cineasta y provocó que uno de los temas reincidentes en su cine fuese la represión sexual. En Frenesí (Frenzy, 1972), su regreso al cine inglés después de su periplo estadounidense, tanto el sexo como su represión reaparecen a lo largo de la acción y del suspense que avanzan como y por donde quiere el cineasta. Hitchcock emplea a sus personajes, entre ellos al falso culpable a quien el destino (el propio cineasta) zancadillea una y otra vez para jugar con él —hacerle padecer y empujarle al límite, hacia la irracionalidad en la que se descubre acorralado
, obligado a la clandestinidad, a la huida y a recuperar esa parte de sí (su condición social, su inocencia para la sociedad) que le ha sido arrebatada— y con la percepción del público, al cual convierte en cómplice y en víctima del juego propuesto y expuesto.


Durante el sufrido tránsito de Richard Blaney (John Finch), el último gran falso culpable hitchcockiano, conocemos su enfadado, sus brotes de violencia verbal, 
su fracaso profesional, tras haber sido héroe de guerra, y su amistosa relación con Brenda (Barbara Leigh-Hunt), su ex-mujer y propietaria de una agencia matrimonial, y la pasional que mantiene con Barbare (Anna Massey). Mientras, el realizador va apuntando aspectos del bullicioso y populoso ambiente de Covent Garden (la morbosidad que genera el cuerpo femenino encontrado sin vida en el río o la vida cotidiana del mercado) por donde Blaney se mueve, y por donde también lo hace el asesino que viola y estrangula con sus corbatas a mujeres. En un primer momento, las imágenes parecen indicar que Richard puede ser el criminal, pero Hitchcock no tarda en eliminar dicha sospecha y se decanta por mostrar al psicópata, rostro oculto de la represión y del desequilibrio, de apariencia respetuosa.


Como otros asesinos del realizador, Bob Rusk (Barry Foster) se encuentra condicionado por aspectos que habría que buscar lejos de las imágenes de la película, en su madre dominante y en la represiva autoridad que desequilibra a asesinos hitchcockianos como el de Norman Bates de la magistral Psicosis (Psycho, 1960). <<Frenesí es la combinación de dos tipos de películas: aquellas en las que Hitchcock nos invita a seguir el itinerario de un asesino: La sombra de una duda, Pánico en la escena, Crimen perfecto y Psicosis y aquellas otras en las que describe los tormentos de un inocente perseguido: 39 escalones, Yo confieso, Falso culpable y Con la muerte en los talones>>. La afirmación de François Truffaut es acertada, aunque incompleta, pues Frenesí también sigue una tercera vía: la de quien investiga los asesinatos. El inspector Oxford (Alec McGowen) es el tercer eje sobre el cual gira la trama. Desde él accedemos a la cotidianidad y a supuesta normalidad, aquella que descubrimos tanto en la oficina, donde disfruta del copioso desayuno que su subalterno envidia, y en su hogar, donde no prueba bocado debido a los platos elaborados por su mujer (Vivien Merchant). De ahí que más que su labor de investigación, pues todas las pruebas apuntan a Richard como culpable, la importancia que el cineasta concede al inspector es la que observamos en su casa. Allí descubrimos la relación y la monotonía que comparte con su mujer, una cotidianidad que los muestra opuestos aunque complementarios. Ella presenta una personalidad imaginativa y abierta contraria a la del policía, condicionado por los años de servicio y por las apariencias generadas por las pruebas circunstanciales. Estas pruebas son las que inician la persecución de Richard, tras el asesinato de su ex-mujer (en la única secuencia de violencia explícita). De ese modo, el falso culpable se convierte en una marioneta del destino que ve como la ley le persigue, sus amigos no testifican a su favor, aún conscientes de su inocencia, y su mundo se derrumba hasta dar con sus huesos en la cárcel, de dónde escapa para ajustar cuentas.

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