lunes, 3 de junio de 2013

El extraño caso del Dr.Jekyll (1941)


Resulta obvio decir que pertenecer a una sociedad condiciona el comportamiento individual, pero hasta qué extremo debe hacerlo cuando la dualidad es una de las principales características del ser humano. Evidentemente nadie puede escapar de las influencias sociales, ni siquiera el Dr. Jekyll (Spencer Tracy), que dedica su tiempo a la investigación, convencido de que puede separar el bien del mal que habitan en los seres. Sin embargo, este científico ha vivido reprimiendo sus emociones, sus sentimientos, sus instintos y sus deseos, ocultándolos bajo una máscara de aceptación que no le permite alcanzar el equilibrio entre lo racional y lo emocional, cuestión ésta que marca su empeño por separar las dos caras que habitan en los seres humanos. Mentira y verdad, felicidad y tristeza, pensamiento y acto se enfrentan día a día en el interior de este individuo que no tarda en sufrir su transformación, pues su anhelo (simbolizado en el experimento científico que lleva a cabo) no tarda en romper las cadenas que han mantenido oculta a esa parte que lucha por salir a la luz. El detonante de su metamorfosis se debe más a su encuentro con Ivy Peterson (Ingrid Bergman) que a sus experimentos con sustancias que permiten la aparición de Mr. Hyde, su otro yo, totalmente contrario al hombre que ha mostrado ser hasta ese instante. Hyde es su lado salvaje, aquel que no se encuentra condicionado por valores o convencionalismos sociales; y con su aparición los instintos reprimidos afloran de un modo peligroso. Hyde se divierte, se burla y finalmente actúa para conseguir materializar sus apetencias. Sin embargo, se trata de un ser que ha vivido atrapado en la sombra más oscura del alma de Jekyll, hecho que provoca que su nacimiento se produzca desde el salvajismo que le domina, incapaz de aceptar su parte racional, como tampoco el doctor ha conseguido asumir la animal, aquella que ha rechazado durante toda una vida de aceptación a las imposiciones externas, olvidándose de sus propias necesidades. Dividido en dos partes, desea poseer ambas, como demuestran sus sueños, donde asoman dos mujeres que representan los extremos en los que ahora se mueve. Beatrix Emery (Lana Turner) es la imagen de lo que considera correcto, pero también de la represión de los deseos y de los pensamientos, por contra, Ivy sería la imagen de la lujuria, de lo prohibido, de aquello que la condición social del científico le ha impedido asumir como parte de su propia naturaleza. Hyde y Jekyll son una única esencia, y como tal ambos forman un solo yo, por ese motivo su no aceptación y su posterior separación crean el desequilibrio entre el ser emocional y el ser racional; de ese modo, ninguna de las dos caras puede existir, ya que separar su dualidad natural impide que ninguna de las mitades funcione, produciéndose la liberación de una bestia reprimida que escapa de su largo encierro, aquél que le ha convertido en una amenaza para Jekyll y para su entorno.



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