viernes, 30 de noviembre de 2012
Election (2005)
El bazar de las sorpresas (1940)
jueves, 29 de noviembre de 2012
Un hombre sin pasado (2002)
miércoles, 28 de noviembre de 2012
La mujer del año (1942)
martes, 27 de noviembre de 2012
X-Men 2 (2003)
La continuación de X-Men no defrauda respecto a lo expuesto en la primera entrega de la saga mutante, ya que Bryan Singer, además de continuar por el camino iniciado en aquella, profundizó en la persecución sin sentido a la que se ven sometidos aquellos individuos que presentan una diferencia malinterpretada que les aleja de lo que se ha estipulado como normal. Con Magneto (Ian McKellen) encerrado en su jaula de plástico los problemas del profesor Xavier (Patrick Stewart) parecen haber desaparecido, salvo por el pequeño inconveniente de que Mística (Rebecca Romijn) continúa libre y no piensa detenerse hasta liberar a su líder, que sufre las torturas de William Stryker (Brian Cox), el nuevo villano de la función, obsesionado con la idea de exterminar a los mutantes. X-Men 2 resulta más inquietante que su precedente al meterse de lleno en la intolerancia que se fomenta en el miedo y en la incomprensión de Stryker, que no acepta la diversidad, postura que provoca el estallido de violenta que se produce cuando el comando de asalto liderado por él mismo se introduce en el colegio de Charles Xavier. El exterminador ha perdido cualquier capacidad de raciocinio, obsesionado por la locura que pretende llevar a cabo, convencido de que así liberará al mundo de una enfermedad que sólo existe en su mente. En X-Men 2 se combina a la perfección la acción con las emociones que habitan en sus personajes, cobrando mayor protagonismo la figura de la doctora Grey (Famken Jenssen), que continúa debatiéndose entre Cíclope (James Marsden), el chico bien, y Lobezno (Hugh Jackman), el chico malo, pero no tanto, que semeja tan perdido como en la primera película de la saga, salvo por la pequeña diferencia de que William Stryker forma parte de ese pasado que empieza a recordar mediante las breves imágenes que le desvelan parte de su naturaleza, pasada y presente, y le permiten tomar partido a favor de un colectivo que sufre la incomprensión de quienes equivocadamente se consideran normales. En esta entrega de los hombres de Xavier no prima la lucha entre las dos facciones mutantes, sino que éstas se ven obligadas a unir fuerzas ante una necesidad mayor: la de impedir el genocidio que Stryker ha planeado, y que piensa llevar a cabo utilizando los poderes del profesor, sometido en contra de su voluntad a los deseos de un hombre incapaz de asumir que no hay nada más natural que la existencia de similitudes y diferencias entre los individuos de una misma especie.lunes, 26 de noviembre de 2012
¿Qué tal, pussycat? (1965)
El hombre que sabía demasiado (1956)
sábado, 24 de noviembre de 2012
La conversación (1974)
Tras el éxito de El padrino (The Godfather, 1972), Francis Ford Coppola se encontraba en una posición inmejorable para realizar cualquier proyecto, aunque este fuese una producción relativamente modesta, intimista y arriesgada, influenciada en cierto aspecto por el Michelangelo Antonioni de Blow-Up (1966). Pero, aparte de una cercanía temática, similar también a las que se pueden observar en las posteriores Impacto (Blow Out, Brian de Palma, 1981) o La vida de los otros (Das leben der anderen, Florian Henckel von Donnersmarck, 2006), La conversación (The Conversation, 1974) nada tiene que ver con Antonioni, posee personalidad propia. Tampoco es un film menor dentro de la obra cinematográfica de Coppola. Todo lo contrario. Se trata de una de sus mejores películas, de las más complejas y personales, un film cuya trama permite profundizar en la interioridad de un hombre solitario, atormentado por un pasado incapaz de expresar y exteriorizar, y, por tanto, incapaz de liberarse de sus fantasmas. De ese modo, La conversación (The Conversation) puede hacer hincapié en aspectos tan humanos como la soledad, la incomunicación o el sentimiento de culpa, la culpabilidad, que se descubre en este experto en escuchar secretos y sentimientos ajenos, un individuo condenado a vivir una existencia vacía y obsesiva en la que el silencio y la ausencia, mismamente los sonidos que escucha y analiza, se convierten en parte de su cotidianidad y en parte de sí mismo.
Harry Caul (Gene Hackman) trabaja escuchando a los demás, graba conversaciones para quienes pagan por conocer los secretos de otros. Su oficio choca con su aislamiento personal —para hacerlo físico, Coppola emplea con maestría los espacios y los planos generales—, ya que en su vida laboral dominan los sonidos y las voces, sin embargo en su vida intima se atrinchera en una fortaleza inexpugnable donde guarda culpas y frustraciones, al tiempo que le aisla de quienes le rodean: un ayudante que se siente menospreciado o una mujer cansada de aguardar en el apartamento a donde Harry acude muy de vez en cuando, para únicamente compartir la cama. A Caul le atormenta la posibilidad de que su último encargo guarde una intención oculta, cuestión que ya le había sucedido en ese pasado que agudizó su aislamiento y su culpabilidad, que vendría marcada por su educación católica; quizá por eso no puede permitir que la grabación caiga en otras manos que no sean las del hombre que contrató sus servicios. Harry muestra paciencia, profesionalidad y vació cuando filtra una y otra vez los sonidos para alcanzar la nitidez que le permita descifrar el enigma que le atormenta. ¿Qué otra cosa podría hacer alguien tan apartado del mundo? Pero por mucho que insiste no halla respuestas al misterio que esconde la conversación que grabó en un parque repleto de gente; algo se le escapa, aunque no sabe qué; pero la obsesión crece hasta que sólo puede pensar en esa hipotética intriga que podría ser fruto de su paranoia, gestada a lo largo de los años, mientras desempañaba un oficio que le ha convertido en un hombre enfermo, obsesionado y condenado a no poder disfrutar de relaciones afectivas, pues los sonidos y los recuerdos que nunca exterioriza, salvo en un sueño o una pesadilla, se lo impiden.
viernes, 23 de noviembre de 2012
Al despertar el día (Amanece) (1939)
Mecánica nacional (1971)
jueves, 22 de noviembre de 2012
Tambores lejanos (1951)
El fuera de la ley (1976)
Cuanto se es o lo que se ama puede dejar de ser y convertirse en una realidad muy distinta a la conocida hasta entonces, a menudo dolorosa. Josey Wales (Clint Eastwood) lo sabe de primera mano, él lo ha sufrido y le ha transformado en un renegado que vaga sin poder olvidar el brutal instante en el que lo perdió todo, cuando un grupo de sanguinarios botas rojas asesinaron a su esposa e hijo durante la Guerra de la Secesión. La conducta posterior de este hombre silencioso y atormentado desvela su rechazo a cualquier tipo de autoridad, así como la pérdida de parte de su humanidad, la cual desaparece poco antes de unirse a la lucha que le proporciona la negación del nuevo comienzo que no desea. Ante todo, El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales) es un intenso western que sigue el descenso a los infiernos de su protagonista, así como su paulatino renacer en el mundo de los vivos, el cual se gesta gracias a la presencia de aquellos seres que se le unen en su deambular tras la conclusión de la contienda. Josey no acepta la rendición, no puede hacerlo, ya que no combatía por una idea, sino por el dolor que habita en su alma, un olor que ha generado odio y deseo de venganza. Pero su lucha no es contra los demás, sino contra sí mismo, al ser incapaz de olvidar y asumir las relaciones afectivas que se le presentan, y no puede aceptarlas porque teme causar la muerte de aquello a quienes tome cariño. Este ángel exterminador se muestra lejano en su silencio, en su manera de mascar tabaco y de escupirlo, en su mirada y en su manera de emplear la violencia, apartado de todos y de todo, incluso dentro del grupo de milicianos con quienes ha luchado y de quienes se separa cuando se rinden tras la traición de Fletcher (John Vernon), sorprendido por el giro de los acontecimientos que se produce en ese campamento donde los suyos deponen las armas y por la condena que significa perseguir a un forajido que no olvida (nunca lo hace). El viaje de Wales no habla de venganza, sino de su viaje hacia ese interior atormentado que se manifiesta en su constante enfrentamiento a la autoridad o a cualquier cuestión que signifique la cercanía de alguien, pero Josey no es ajeno a los sentimientos, como demuestra su actitud hacia el indio (Chief Dan George) que se convierte en su inseparable compañero de travesía. En todo momento, el forajido se descubre más noble que sus perseguidores, ya sean estos soldados, comancheros o cazarrecompensas, a quienes se ve forzado a matar y en quienes se descubren aspectos negativos ausentes en Josey, en quien se observan destellos de su humanidad olvidada cuando se produce su contacto con aquellos que se convierten en su nueva familia, incluyendo en el núcleo familiar a ese perro que le persigue a todas partes convertido en el blanco preferido de la indiferencia del personaje principal y del humor negro siempre presente en un película menos espectral que el primer western filmado por Eastwood.























