Elegante, irónico y divertido, Leo McCarey se ríe de las diferencias de clases, decantándose por la igualdad a la que se alude en determinados momentos de Nobleza obliga (Ruggles of Red Gap, 1935), la misma equivalencia que a Ruggles (Charles Laughton) le cuesta aceptar porque no está acostumbrado a ser un igual, aunque no tardará en acostumbrarse a las nuevas costumbres que encuentra en un pueblo donde, para sorpresa de todos, es el único que recuerda las palabras de Abraham Lincoln, aquellas que le ayudan a comprender que, en la medida que le corresponde y que el sistema le consiente e indica, puede decidir su ahora y su después. Pero antes de verle asumir su nueva condición, vive sin saber que una mala mano en una partida de cartas puede traerle consecuencias imprevisibles, imprevistos que Ruggles sufre en su propia piel cuando Earl de Burnstead (Roland Young), el "lord" al que sirve, le comunica que le apostó y perdió la noche anterior. La reacción de Ruggles no muestra enfado, pero sí desilusión, porque sabe que debe dejar la seguridad que conoce y el mundo para el que ha sido educado, como antes que él lo había sido su padre y el padre de este. Ruggles deja de ser el ayuda de cámara de un aristócrata inglés para convertirse en el empleado de los Floud, un matrimonio estadounidense y nuevos ricos que pasan sus vacaciones en París con la intención de tomar nota y aprender de la “refinada” sociedad europea.
Aprender quizá no sea el verbo correcto, quizá presumir se adecue mejor, pues esa esa la intención del viaje, que les permita presumir entre los suyos cuando regresen a Estados Unidos. Aunque quizá sería más conveniente y justo decir que esa es la intención de Effie Floud (Mary Boland), porque Egbert Floud (Charlie Ruggles) solo pretende continuar siendo tal y como es (y siempre ha sido), un hombre campechano que disfruta de una buena comida y de unas copas en compañía de sus amigos. La primera impresión del antiguo ayuda de cámara cuando se encuentra con la pareja le produce desasosiego al pensar en lo que le espera, sin embargo, no tarda en descubrir que se trata de gente auténtica, sobre todo su nuevo jefe, que más que un jefe se muestra como un amigo o un igual que le muestra aspectos de la vida hasta ese momento ocultos para el sirviente. El primer momento que Ruggles se dedica a sí mismo sucede en compañía del americano, cuando ambos se sientan en la terraza de un bar en compañía de un conocido de Egbert, y acaban con las existencias alcohólicas del local antes de continuar la fiesta por otros lares todavía por explorar. La borrachera le desinhibe, pero no calma los temores que le produce vivir en un país que imagina plagado de indios salvajes siempre dispuestos a arrancarle la cabellera, pero, cuando llega a Red Gap, sus sensaciones cambian, como también cambia su cometido inicial, al ser presentado como un coronel retirado del ejército de su majestad. Ruggles vive por primera vez, encuentra la amistad en Egbert y en "Ma" Pettingill (Maude Eburne), pero también descubre el amor en la viuda Judson (Zasu Pitts), aunque también sufre el esnobismo de Charles Belknap-Jackson (Lucien Littlefield), engreído y ridículo hasta extremos insospechados.
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