domingo, 20 de mayo de 2012

Patton (1969)



La mayoría de las biografías cinematográficas son insulsas y siguen un patrón similar; las que se alejan del mismo tampoco suelen ofrecer interés, pues buscan más que nada mostrarse originales y modernas, sin lograrlo. Pero hay excepciones que escapan a lo dicho y se desvelan distintas sin necesidad de proclamarlo a cada movimiento de cámara, o en el montaje. Con sobrada personalidad, no poca se la confiere la presencia y actuación de George C Scott, y con buenas dosis de cine, escrita por Francis Ford Coppola y Edmund H. North, la película de Franklin J. Schaffner no cae en el error de querer reducir la vida de su protagonista a una sucesión de momentos a lo largo del tiempo, sino que lo enfrenta al tiempo, a su época, una que odia, <<como odio este siglo XX>>, porque la guerra ya carece de honor —aunque ignoro cuándo lo ha tenido— y no es el oficio ni el arte del guerrero. Schaffner ubica a su biografiado dentro de un marco espacio-temporal puntual, la Segunda Guerra Mundial, pues cualquier otro periodo de la vida del general hubiese sido un relleno innecesario, ya que ninguna sucesión de fechas, personajes y hechos le definirían ni lo explicarían como el personaje en conflicto y contradicción que se descubre a lo largo del metraje de Patton (1969). En este aspecto, el personaje de Schaffner se iguala al Thomas Edward Lawrence que David Lean expone con brillantez y épica en Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), ya que George S. Patton, Jr. (George C. Scott) encuentra a su verdadero “yo” en la contienda para la que cree haber nacido. Ambos personajes son héroes románticos, se creen elegidos para la gloria, así se sienten y así se comprenden en su drama, para quienes no hay nada escrito, salvo que ellos lo escriban…


Las barras y estrellas dominan el encuadre empequeñeciendo al soldado que camina por el escenario hasta que se posiciona, saluda e inicia su discurso de presentación. En ese instante las palabras de Patton fluyen para 
expresar su personalidad y sus intenciones al tiempo que su figura se engrandece al asumir como suyo el patriotismo representado por la bandera que adorna la sala, y que semeja disminuir de tamaño ante la presencia del oficial que toma como características definitorias de su carácter la soledad y molesta sinceridad (para los demás) que se descubre tanto en sus actos como en sus declaraciones. Ante la mirada del espectador y de los soldados, que no se observan en la pantalla, la transformación de su pensamiento en palabras genera la sensación de estar contemplando a un individuo peculiar y narcisista, al contrario que Eisenhower o Bradley —como su uniforme repleto de condecoraciones lo confirma y, más adelante, la premura a la hora de colocarse su tercera estrella—; de ahí la importancia de su discurso inicial, de las introducciones cinematográficas más significativas que recuerdo para definir a su protagonista, porque resume cuanto se verá a continuación, desde su llegada a África hasta la caída del III Reich, un periodo que ya sería pasado, respecto a ese inicio en el que ya luce cuatro estrellas —la cuarta situaría ese instante a partir de abril de 1945—.


Una de las ideas motoras de su personalidad desvela su desagrado por vivir en una época que no le corresponde y que le aparta de la estirpe de conquistadores en la que se incluye… La certeza de ser similar a Alejandro Magno, a Julio César, a Federico, el Grande o a Napoleón, sin olvidar a Guillermo el Conquistador, incluso de ser ellos, provoca el rechazo entre su interioridad y cuanto le rodea y solo al participar de manera activa en la contienda encuentra su razón de ser, ya que es en la lucha y en el avance cuando se iguala en gloria a aquellos generales del pasado con quienes se compara, cuestión que se observa a la perfección cuando desembarca con el 7º Ejército en Sicilia, conquistando por su cuenta y riesgo la ciudad de Palermo. A la sombra de Patton se encuentra el general Omar N. Bradley (Karl Malden), oficial profesional, efectivo y dispuesto a cumplir las órdenes, consciente del carácter de su colega, de quien difiere en pensamiento y actos. La presencia de Bradley enfatiza el ego de Patton, si bien la primera imagen del film ya mostraba a un general narcisista, cubierto de condecoraciones y con su revólver de culata de marfil al cinto. Patton convierte la contienda en el centro de su existencia, para él no existe nada más, por eso no contempla que el enemigo tome la iniciativa —incumple órdenes o sacrifica a sus soldados para alcanzar sus objetivos—, como tampoco aguarda a que se haga oficial su tercera estrella de general (¿para qué esperar?), ni acepta la flaqueza en sus tropas. Esto último parece confirmar que no piensa en sus efectivos como seres humanos, quizá por ello no puede comprender que sus soldados padezcan cansancio debido al combate o que este les genere secuelas psíquicas, que él no las considera más que cobardía. El instante en el que abofetea al soldado en el hospital de campaña, además de grotesco, provoca que se le retire el mando del ejército, aunque no puede concebir que se deba a su comportamiento intolerante, ya que su manera de entender la guerra le indica que ha actuado correctamente. Solo cuando le informan de que el general Bradley ha sido nombrado jefe de las tropas estadounidenses para la invasión de Francia —esperaba ser él quien dirigiese la operación Overlord, pero sólo le usan como cebo en la Fortitude— comprende que le van a dejar fuera —<<¡y solo por golpear a un soldado llorica! ¡si lo hubiese sabido, le habría besado!>>—. El tiempo que Patton pasa alejado del frente muestra a un hombre hundido, desilusionado, consciente de que la guerra podría concluir, perdiendo de ese modo su oportunidad para realizar aquello para lo que ha nacido. Esta idea le domina hasta el punto de convencerse para acudir a Bradley y pedirle que interceda a su favor, cuestión que no hace falta, porque se le entrega el mando del Tercer Ejército.


A pesar de su carácter egocéntrico, por momentos intolerante e infantil, el personaje interpretado por George C. Scott resulta contradictorio con sigo mismo y con los demás, interpreta a su manera las órdenes que recibe, pero no tolera que las suyas sean interpretadas; han de ser ejecutadas tal cual las dicta. Al tiempo, resulta sensible y tiránico, simpático y antipático, quizá debido a la incomprensión que genera su sinceridad desequilibrada y ese comportamiento rebelde y autoritario que nace de su amor a la guerra y a sí mismo, a esa mezcla de guerrero y poeta —pues todo guerrero ama la lucha y todo poeta es, en cierto grado, narcisista y enamorado de sí mismo— , sin entrar en más cuestiones que avanzar y vencer. Por este motivo a Patton no le importa el aislamiento individual al que está condenado, porque su convencimiento de vivir en un periodo temporal que no le corresponde ya le habría generado la soledad que le persigue desde su presentación hasta la conclusión del film. En todo caso, sabe, como lo sabe el oficial alemán que lo estudia, y le admira, que, con el final de la guerra, también llegará el suyo; pues, para el guerrero, no hay lugar en la paz ni en la guerra moderna; en la paz solo lo habrá para diplomáticos y administradores como Bradley o Eisenhower, y en futuras guerras, para quienes la sobrevivan…

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