miércoles, 17 de octubre de 2018

La busca (1966)


Mi primer contacto con la narrativa de Pío Baroja se produjo cuando abrí y leí Zalacaín el aventurero, pero fueron las lecturas de El árbol de la ciencia y de El mundo es ansí las que acabaron por convencerme de la grandeza y universalidad de la prosa de Baroja. Desde entonces, ha sido uno de mis autores habituales y su literatura, innovadora en su momento y de incuestionable valor y calidad siempre, me ha hecho reflexionar y nunca me ha decepcionado, más bien me ha llevado a admirar a un escritor que volvió a deleitarme con la trilogía La lucha por la vida, compuesta por La busca, Mala hierba y Aurora roja. Esta trilogía es una espléndida muestra de la escritura barojiana, del aprendizaje de su desorientado protagonista por un Madrid marginal donde a duras penas sobrevive y donde intenta enderezar su rumbo sin aparente éxito. Se trata de una novela publicada por primera vez en 1903, aunque su forma definitiva no aparecería hasta el año siguiente, pero el paso del tiempo no ha mermado su capacidad de conectar con quien la lee, pues lo expuesto por Baroja es intemporal y encaja en cualquier época y lugar donde el ser humano luche por salir adelante. Esta ausencia de caducidad llamaría la atención de Angelino Fons a la hora de decidirse por adaptar La busca, pero el realizador lo hizo alejándose de lo narrado por el escritor vasco y eliminando cualquier posibilidad de que Manuel (Jacques Perrin) encuentre una salida más o menos airosa. Fons tomó de la obra algunos de los personajes, prescindiendo de otros importantes, y la atemporalidad que permite desarrollar los hechos en el pasado descrito en la novela (1888-1891) pero hablando de un presente juvenil y urbano que enlaza con el espacio marginal de Los chicos (Marco Ferreri, 1959), Los golfos (Carlos Saura, 1959) o Young Sánchez (Mario Camus, 1963), películas que, como La busca (1966), exponen la cruda realidad a la que se enfrenta la juventud, de su desorientación y de la imposibilidad de escapar de la miseria en la que crecen y malviven. De modo que, al igual que los protagonistas de aquellas, para Manuel es más cómodo dejarse llevar, zarandeado por el espacio humano que lo empuja hacia la mala vida que descubre desde su llegada a Madrid. La apertura del film, con fotografías de finales del siglo XIX, acompañadas por la voz que habla de la precariedad, de la Restauración, del retraso económico, de las implicaciones de las pérdidas coloniales, de la lucha de clases y del enfrentamiento entre dos Españas, sirve para dos cosas: la primera, ubica la trama lejos del franquismo y la segunda habla de los mismos problemas que se observan en el franquismo. Este doble juego permite no hablar de un momento cuando en realidad sí se habla del mismo, así que Manuel, Rosa (Emma Penella), Vidal (Daniel Martín), el Bizco (Hugo Blanco), Justa (Sara Lezana) y el resto de parias de La busca podrían transitar tanto el Madrid desolado y ruinoso de finales del Diecinueve donde se ubica la trama como el de la década de 1960 al que de manera consciente remite la película de Fons.

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