miércoles, 10 de octubre de 2018

¡Qué alegría vivir! (1961)


La picaresca literaria y, por tanto, la figura del antihéroe con aspiración de mejora tuvieron su origen en la España del llamado siglo de Oro, aunque pícaros reales los hubo y los hay en cualquier época y en cualquier lugar del globo. Tampoco el pícaro es exclusiva de la literatura, en otras artes, como el cine, también aparece para mostrar precariedades, miserias o descontentos sociales. El vagabundo creado por 
Charles Chaplin es su mejor ejemplo, aunque hubo otros que, como los de Mario Monicelli, también se vieron en la obligación de ingeniárselas para sobrevivir en un entorno hostil que les obliga a buscarse la vida o a escapar de la que les ahoga. Las comedias de Monicelli, con o sin Steno, presentan en su mayoría a antihéroes ignorados por la sociedad que los margina. Son individuos que no logran alejarse de su condición marginal ni de la miseria en la que viven. Ellos son protagonistas de lo mejor de la comedia italiana pos neorrealista y, de ellos, aunque con visibles diferencias y menor carga crítica, Ulises (Alain Delon), el protagonista de esta sátira de René Clément, asume su condición de desheredado. Este huérfano pasa del rígido cuidado de la iglesia a las duras manos del ejército, y de los callos de este, al negro de los fascistas. De la oficina del fascio sale con una misión, con unas cuantas liras en el bolsillo y con la certeza de ser un hombre libre, pues así se lo han repetido desde niño y sin embargo desconoce el significado de la libertad. Sus andanzas en busca de la imprenta donde se imprimen octavillas antifascistas le llevan hasta la casa de Olinto Fossati (Gino Cervi), el cabeza de familia de un núcleo que se declara anarquista, pacifista y libre. Pero Ulises nunca se ha planteado ¿qué es la libertad de la que tanto ha oído hablar? Y, como consecuencia, no sabe responder a la pregunta, como tampoco parecen saberlo la familia que lo acoge, le ofrece un trabajo de aprendiz, cama, comida y la posibilidad de intimar con Franca (Barbara Lass), la hija pequeña de Olinto.


Como comedia a la italiana, aunque sea una coproducción franco-italiana dirigida por un cineasta francés,
¡Qué alegría vivir! (Che gioia vivere, 1961) presenta personajes caricaturescos y la burla que nos confirma que ninguno de los personajes tiene acceso a la libertad, ni siquiera el grupo de anarquistas que fantasean ser libres cuando, en realidad, viven en una prisión invisible aunque evidente. Durante la mayor parte de sus desventuras, Ulises no tiene una repuesta a ¿qué es la libertad? Pero sí tiene claro su amor por Franca, quien ya ha sido catalogada por las autoridades de elemento subversivo socialmente peligroso de tercer grado. Pero al antihéroe poco le importan las etiquetas, ni le preocupa que Roma sea un hervidero de monárquicos, de anarquistas y de fascistas, un entorno caótico donde el conflicto socio-político queda relegado a un plano secundario, ya que Clément no pretendía realizar un estudio de una época concreta (ni de la primera mitad de la década de 1920 en la que se desarrolla la trama ni del momento del rodaje), sino una sátira que aboga por la vida y la alegría que persigue su desorientado protagonista, aunque quizá más orientado que el resto de las caricaturas que campan a sus anchas por el film. A Ulises le basta con saber que quiere a Franca, además, es el único de los personajes principales que asume una actitud activa, al emplear cualquier artimaña para lograr ser correspondido, aunque para ello tenga que aprenderse las teorías de Bakunin, hacerse pasar por un peligroso y experto anarquista llamado Camposanto o compartir celda con el grupo de ilusos que se dicen hombres libres, cuando en realidad viven encerrados dentro y fuera del correccional de donde el antihéroe escapa con el fin de reunirse con Franca, pero su fuga también le posibilita comprender que (para él) la libertad es <<un pequeño agujero dentro de una cárcel>>, al tiempo simbólica y real, que nadie podrá tapar.

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