jueves, 21 de junio de 2018

Las señoritas de Rochefort (1967)

No me había planteado la posibilidad de escribir un relato sobre alguien atrapado en un musical hasta que vi por segunda vez Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1967) e imaginé a un individuo prisionero en un mundo de color, donde, salvo él o ella, todos sus habitantes bailan en lugar de caminar y solo se expresan cantando. Pensé que la imposibilidad de abandonar ese espacio melódico, de tonos en ocasiones chillones y en otras color pastel, sería una pesadilla tan terrorífica como estar atrapado en la oscuridad del Nostromo o entre las garras de Freddy Krueger. Pero solo fue una idea pasajera que me llevó a pensar en Gene Kelly y en su idilio con el género que ayudó a engrandecer, pero que a él lo encasilló hasta el extremo de que cualquier espectador o espectadora asociaba (y asocia) exclusivamente su imagen a la del musical hollywoodiense (y, una minoría, quizá a la de D'Artagnan). Atrapado en su faceta de bailarín y coreógrafo, Kelly fue, junto a Fred Astaire, la estrella masculina que brilló con mayor fuerza e intensidad dentro del género, sin embargo, cuando este sufrió su descenso productivo, la estela del actor se resintió y, dejando de lado la tardía y prescindible Xanadu (Robert Greenwald,1980), encontró en el film de Jacques Demy la oportunidad de brillar, cantando y bailando, una última vez delante de la cámara, aunque sin la omnipresencia ni la energía de sus protagonistas en Cantando bajo la lluvia (Singin' in the Rain; Stanley Donen y Gene Kelly, 1952) o Un americano en París (An American in Paris; Vincente Minnelli, 1951). Kelly se unió al espléndido reparto de Las señoritas de Rochefort y dio vida a Andy Miller, un compositor estadounidense que llega a la localidad francesa para visitar a su amigo Simon Dame (Michel Picoli), pero el destino dispone que allí encuentre el amor. Ni Andy ni Simon son personajes protagonistas, pues, si en alguien recae dicho rol, esas son las gemelas Garnier, Delphine (Catherine Deneuve) y Solange (Françoise Dorleac), dos jóvenes que, como el resto de prisioneros de este ensueño musical, anhelan encontrar su ideal del amor. Aunque a la vuelta de la esquina, el amor se antoja esquivo para las Garnier, también para su madre (Danielle Darrieaux), la dueña de la cafetería situada en la plaza del pueblo donde, convertida en escenario, se celebra la feria del Mar que congrega a vecinos y a numerosos visitantes, entre ellos los actores y actrices ambulantes que abren la película. La presencia de Kelly y la de George Chakiris, protagonista de West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961), así como la puesta en escena de Demy y la música de Michel Legrand homenajean al musical hollywoodiense, pero son las dos hermanas, también en la vida real, y la espléndida Danielle Darrieux quienes dan vida y sentido a una película por momentos entrañable, siempre romántica e inferior en su resultado a la menos amable y melosa Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964), quizá la obra cumbre del musical francés y, Lola (1961) aparte, de Demy.

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