martes, 5 de junio de 2018

Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983)


Los primeros años de 
Nagisa Ôshima en Shochiku anunciaban a un cineasta combativo, crítico, transgresor, que desarrollaba historias y reflexiones que, en su cuarto largometraje, generaron el conflicto con los directivos de la productora. Era cuestión de tiempo que buscase la independencia creativa que le permitiera radicalizar su cine, llevando al límite sus ideas transgresoras y su compromiso de romper con la tradición imperante en la cinematografía japonesa. Él fue uno de los abanderados del nuevo cine nipón de la década de 1960, aunque, si bien le avalaban entre otras las espléndidas El ahorcamiento (Koshikei, 1968), El muchacho (Shonen, 1969) o La ceremonia (Gishiki, 1971), no fue hasta que presentó en Cannes su famosa El imperio de los sentidos (Ai no korida, 1976) cuando su nombre se internacionalizó definitivamente. Aquella película, en la que denunciaba la represión sexual institucionalizada, conllevó el rechazo y la censura en Japón y los sinsabores que estos trajeron consigo. Aún así, el cineasta no claudicó y se mantuvo fiel a su manera de interpretar el cine como medio para azuzar mentes, sobre todo la suya, crear arte y señalar aspectos que creía mejorables en la sociedad de su país. De modo que dos años después regresó al certamen con la también polémica El imperio de la pasión (Ai no borei, 1978) y allí coincidió con el productor Jeremy Thomas, a quien le habló de un guión que cinco años después cobraría forma en Feliz Navidad, Mr. Lawrence (Merry Christmas Mr. Lawrence, 1983), un film que enfrenta dos culturas tan lejanas entre sí como la japonesa y la occidental anglosajona.


La película confirmaba el regreso de un realizador en constante lucha contra los tabúes asociados a la herencia tradicional japonesa y, por ende, contra una parte de sí mismo, pero también mostraba su atracción por los dos polos que se enfrentan en su film desde su gestación, pues se trataba de una coproducción, y en sus protagonistas, que se atraen y repelen en el campo de prisioneros ubicado en Java, en 1942. Ese espacio sirve para la reflexión de 
Ôshima sobre la imposibilidad del amor entre dos hombres distanciados por las diferencias culturales, por la irracionalidad imperante, por la violencia y la muerte, pero sobre todo porque ese sentimiento es reflejo del imposible entendimiento entre dos mundos antagónicos que solo el coronel Lawrence (Tom Conti) parece conocer e intenta unir. Su conocimiento de la cultura y de la lengua japonesa convierten a Lawrence en el nexo entre oriente y occidente, al tiempo que le confieren el sentido común que, en su relación de prisionero-carcelero con el sargento Hara (Takeshi Kitano), pretende una aproximación más terrenal que la idealizada y negada en el comandante Celliers (David Bowie) y el capitán Yonoi (Riûichi Sakamoto), quien desde su primer contacto con el oficial británico siente la fascinación que generará su comportamiento contradictorio. Salvo los recuerdos juveniles que atormentan al indomable Celliers durante su cautiverio, la acción de Feliz Navidad, Mr. Lawrence se desarrolla en el interior del recinto donde los prisioneros se encuentran a merced de los guardianes, pero tanto los unos como los otros viven atrapados en el distanciamiento insalvable que encuentra explicación en sus diferencias, no en la guerra que sirve de telón de fondo y nunca asoma en la pantalla. Sus distintas interpretaciones del honor, del deber, de las costumbres, de la vida o de la muerte chocan constantemente en un espacio de cautiverio, violencia y malos tratos, pero también de intimidad y de confesiones inconfesables, algunas audibles y otras silenciosas, aunque evidentes. No por capricho, la trama se inicia con el castigo a un guardián coreano que ha mantenido relaciones sexuales con un prisionero holandés, pues más allá de que los soldados japoneses rechacen la homosexualidad, pretenden mantener el orden establecido, aquel que implica los tabúes que el capitán no logra traspasar y la idea de superioridad racial que Hara asume porque considera a los coreanos inferiores y a los occidentales indignos, pues prefieren la sumisión al suicidio al que se fuerza al coreano. Este arranque violento se detiene en Yonoi para anunciar la contradicción que le supondrá la presencia de Celliers en el campo, ya que ni puede apartarlo de su mente ni puede realizar el acercamiento deseado, siempre tan lejos, tan cerca, como demuestra que los momentos de mayor acercamiento (los besos del británico en la mejilla del oficial japonés y el mechón que este corta del cabello del primero) sean los de mayor distanciamiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario