Las impresiones cinematográficas inventadas por Thomas Alva Edison o la primera proyección pública del cinematógrafo creado por los Lumière, La salida de los obreros de la fábrica (Le sortie de l'Usine Lumière à Lyon, Louis Lumière, 1895), forman parte de los orígenes de un arte que tuvo en la fotografía su punto de partida. Pero aquellos intentos no presagiaban el nacimiento del cine como medio de expresión complejo, ni siquiera, en ese instante, sus creadores apostarían por el alcance que poco después adquirieron las imágenes en movimiento. Los trucajes y la puesta en escena de Alice Guy o la de Georges Méliès, teatral y fantasiosa, los movimiento de cámara de James Williamson, los primeros planos de George Albert Smith o la complejidad narrativa de Ferdinand Zecca iniciaron una evolución que ya no se detendría. Sin estos y otros pioneros, y sin su afán por crear historias e ilusiones, nada de lo conseguido hasta ahora en el cine sería posible, al menos no a la velocidad que se produjo. Vistas en la actualidad aquellas películas pueden provocar una sonrisa maliciosa e incluso algún comentario despectivo, aunque ni lo uno ni lo otro empañan la transcendencia de aquellas piezas revolucionarias que pusieron en marcha la imparable evolución de un invento que no iba a tener futuro comercial, pero que no tardó en convertirse en una lucrativa industria de entretenimiento. Con el tiempo las películas se fueron enriqueciendo: el uso del montaje, los trucajes, el color, el sonido, los diferentes formatos o los efectos especiales son prueba de ello, pero antes de producirse muchos de esos adelantos, surgieron los primeros empresarios cinematográficos: Charles Pathé o León Gaumont en Europa y Edison en los Estados Unidos. Así pues, aparte de patentar el kinetoscopio (que desarrolló uno de sus empleados, William Kennedy Laurie Dickson), y la película de celuloide perforada por un lateral (sin perforación la había fabricado George Eastman), el famoso inventor, consciente de los grandes beneficios y de la influencia que le reportaría un monopolio cinematográfico (que dio pie a la famosa guerra de las patentes que se produjo en los albores del cine estadounidense), fundó su propia productora de películas. Entre 1902 y 1910 el director de la compañía de Thomas Alva Edison fue Edwin S.Porter, un cineasta que asimiló y empleó a lo largo de su extensa producción de cortometrajes las innovaciones narrativas de los pioneros europeos, y también las perfeccionó en películas como Asalto y robo de un tren (The Great Train Robbery, 1903), según algunos historiadores el primer western de la historia del cine.
El film, de apenas diez minutos de duración, sorprendió por su fluidez, su coherencia y su complejidad narrativa, aunque todavía la cámara permanecía estática. Rodada en una serie de planos fijos, que dan forman a las catorce escenas que se suceden como un conjunto homogéneo y dinámico gracias al acertado uso del montaje, Asalto y robo de un tren se abre en una secuencia que muestra la oficina del ferrocarril donde un empleado no tarda en ser reducido por varios forajidos. En la siguiente escena se descubre a los asaltantes subiendo al tren, para poco después producirse una serie de tiroteos, e incluso la muerte de uno de los pasajeros a quien los forajidos disparan. Mientras, en el pueblo, las autoridades disfrutan de un baile que se ve interrumpido cuando alguien da la alarma. En ese momento se inicia la persecución que, a pesar de estar rodada en un plano fijo, adquiere gran profundidad de campo y abre el camino tanto para el cine de acción como para el western. Y como no podía ser de otra manera, finalmente, los buenos dan caza a los malhechores y el film concluye, aunque no antes de insertar el famoso primer plano del bandido (George Barnes) que dispara a la cámara para impactar y atemorizar al espectador, algo que sin duda consiguió.
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