Como consecuencia del inexplicable fracaso comercial de La gran jornada (Raoul Walsh, 1930), el por aquel entonces casi debutante John Wayne cayó en el ostracismo que significó permanecer durante prácticamente una década encarnando a un cowboy solitario en decenas de westerns similares tanto en su planteamiento como en su escaso presupuesto y nulo interés. Pero gracias a La diligencia (John Ford, 1939), el interprete regresó a la primera división cinematográfica, y de ese modo pudo encadenar una serie de papeles, en películas como Hombres intrépidos (John Ford, 1941) o Río Rojo (Howard Hawks, 1948), que lo encumbraron a una posición privilegiada que, a inicios de los años cincuenta, le animó a asociarse con el productor Robert Fellows y crear su propia productora. La Wayne-Fellows Productions, posteriormente renombrada como Batjac, controlaba las películas en las que participaba el astro y otras que solo producía, entre las que cabe destacar El rastro de la pantera (William A. Wellman, 1953) o Tras la pista de los asesinos (Budd Boetticher, 1956), aunque la mayoría de sus producciones, como sería el caso de Callejón sangriento (William A. Wellman, 1955), apenas poseen mayor interés que el concedido por sus incondicionales, ya que nada tendrían que ver con la calidad que atesoran aquellos títulos que le unieron a John Ford, Howard Hawks o Henry Hathaway. No obstante, dentro de las películas que protagonizó para la Batjac existen aciertos como Infierno blanco (Island in the Sky, 1953), en la que se descubren tres rasgos que se repiten a lo largo de la obra fílmica de su director, William A. Wellman, en la que a menudo se muestra la amistad nacida de compartir circunstancias poco comunes, sea el caso de las pioneras de Caravana de mujeres o el de los pilotos civiles que protagonizan este título, y a quienes les une un nexo (su oficio) lo suficientemente sólido como para no darse por vencidos en la búsqueda del avión desaparecido en el que viajan Dooley (John Wayne) y otros cuatro tripulantes. Un segundo punto común a muchas producciones dirigidas por Wellman reside en su pasión por la aviación, no en vano él mismo fue piloto antes que cineasta, lo que le llevó a rodar una decena de films relacionados con dicha temática, entre los que sobresalen Alas o La escuadrilla Lafayette. Un tercer centro de interés se encuentra en la superación ante las adversidades que se presentan en situaciones extremas y en escenarios inhóspitos como el desierto de Beau Geste, las montañas de Más allá del Missouri o los parajes nevados que dominan en La llamada de la selva, Fuego en la nieve, El rastro de la Pantera y en este film en el que Dooley y sus compañeros se enfrentan a un medio natural donde a duras penas sobreviven mientras aguardan por un rescate que se complica, debido a la inmensidad del terreno y a la falta de medios para hallar una posición que desconocen. Para Wellman hablar de la aviación sería como hablar de parte de sí mismo, por ello, Infierno blanco fue una película que hizo suya al saber equilibrar la presencia y los intereses de la estrella con los propios, creando un drama de aventuras cuya primera intención sería la de destacar el coraje y la valentía de aquellos pilotos civiles que, emulando a los osados de la muy superior Solo los ángeles tienen alas (Howard Hawks, 1938), se jugaban la vida volando en aparatos a menudo anticuados y en condiciones adversas que solo los temerarios o enamorados del aire serían capaces de aceptar y necesitar como parte de sí mismos.
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