miércoles, 8 de enero de 2014

El diablo sobre ruedas (1971)


Tras dirigir varios episodios de series de televisión, un joven y prácticamente desconocido
Steven Spielberg se hizo cargo de la adaptación televisiva de un relato publicado por Richard Matheson en la revista Play Boy, cuyos derechos fueron adquiridos por la Universal y el propio Matheson se encargó de escribir. En 1971 la cadena ABC estrenó El diablo sobre ruedas (Duel, 1971con gran éxito y dos años después fue comercializada en salas europeas con una duración superior a su pase televisivo, convirtiéndose en la película que impulsó la carrera cinematográfica de su realizador, quien, cuatro años después, alcanzaría fama mundial gracias al rotundo éxito obtenido por Tiburón (Jaws, 1975). En El diablo sobre ruedas se desconocen los motivos que empujan a un camionero, que nunca se deja ver, a perseguir hasta el límite a David Mann (Dennis Weaver), a quien al inicio de la película se descubre conduciendo su vehículo rumbo a una reunión laboral después de haber discutido con su esposa. Pero ¿por qué le acosa hasta el punto de sacarlo de la calzada? Los motivos del camionero carecen de importancia, como tampoco la tiene el conductor en sí mismo, pues ésta recae en el gigante oxidado que conduce, y que parece adquirir vida propia cuando se lanza a la caza del turismo dentro del cual David se convierte en la presa. Este hombre de mediana edad, mediocre y sometido a su rutina, se muestra incapaz de comprender por qué ese máquina demoledora se empeña en atacarle, lo que provoca que abandone la sumisión que le domina en los primeros compases para poder sobrevivir a lo largo de una carretera donde la amenaza nunca desparece. La mayor parte del film trascurre sobre el asfalto donde se enfrentan ambos conductores, aunque en momentos puntuales David se detiene, ya sea en una cabina telefónica, donde una vez más es atacado, o en un bar de carretera donde sus pensamientos delatan el nerviosismo que le domina al saberse víctima de una situación a la que no encuentra ni lógica ni fin. En ese local su desequilibrio emocional aumenta al descubrir que en el exterior se encuentra aparcado el viejo camión que le ha estado persiguiendo, cuestión que le lleva a sospechar que el desconocido es uno de los clientes de la cafetería. Sin embargo no puede reconocerle, solo ha visto sus botas, similares a las del individuo con quien se enzarza en una pelea que solo sirve para agudizar la confusión que le domina. El diablo sobre ruedas posee un ritmo trepidante, y puede que fuese mayor si Spielberg hubiese logrado convencer a los productores, que se negaron a prescindir de los diálogos, aunque los que hay tampoco impiden que se trate de un thriller de carretera plenamente visual. Desde el primer encuentro, impera la tensión que se genera tanto desde el rostro y el comportamiento de un hombre que se ve en una situación límite como en la constante presencia del mastodóntico y letal ser de metal que le persigue.

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