Faraón (1966)
Miembro destacado de la generación de realizadores polacos surgidos en la posguerra (Andrzej Munk, Andrzej Wajda, Wojciech J. Has), lo mejor de Jerzy Kawalerowicz llegó cuando se alejó de la didáctica socialista que impera en sus primeras películas, lo que le permitió un enfoque cinematográfico distinto y, a simple vista, menos politizado en películas tan destacadas como Tren nocturno (Pociag, 1959), Madre Juana de los Ángeles (Matka Joanna ad aniolów, 1961) o Faraón (Faraon, 1966). Esta última, una superproducción de unas tres horas de duración (aunque depende de la versión visionada), resulta una excelente oportunidad para acceder al Antiguo Egipto desde una perspectiva atemporal y anacrónica, en la que se puede descubrir parte de la situación político-social de la Polonia del momento de su rodaje, en la que, al igual que en el film, existía un enfrentamiento de intereses entre la iglesia y el estado. A través del personaje de Ramsés (Jerzy Zelnik), inexistente en la Historia, se descubren las costumbres del Egipto de los faraones en un momento de decadencia del reino, una crisis económica, político y social que el ingenuo heredero al trono desea poner fin, para así mejorar las condiciones de vida del pueblo y engrandecerse como monarca. A parte de su cuidada ambientación, Faraón destaca por su enfoque de la situación heredada por Ramsés, reflejo de cualquier época y lugar, en la que se descubren la corrupción y las intrigas que imposibilitan la materialización del sueño de un monarca que, inconscientemente, se deja manipular al no comprender que su poder es tan irreal como imposible su visión. Las intenciones de quien se conocerá en la ficción del film como Ramsés XIII quedan claras antes de que acceda al trono, cuando se le observa decidido a romper con lo establecido desde el vitalismo que le confiere su juventud, aunque sin la efectividad deseada, ya que se encuentra con la férrea oposición de los sacerdotes, quienes se descubren como expertos políticos que manejan los asuntos de estado desde y para sus intereses. Tras la muerte de su padre Ramsés XII, también ajeno a la realidad histórica, el nuevo faraón asume el poder y se opone abiertamente al grupo de intrigantes que hasta el momento de su coronación han controlado el país; al tiempo, Ramsés pretende inmortalizar su presencia en el devenir de la Historia devolviendo la grandeza perdida a su nación, sin embargo, sus intenciones se ven frenadas por el poder e influencia de Herthor (Piotr Pawlowski), el sumo sacerdote, por la amenaza bélica del ejército asirio (posible representación de los soviéticos de la época del rodaje) y por la desmedida ambición comercial de los fenicios. Faraón funciona desde la interioridad de su personaje principal y desde las relaciones que este mantiene con su entorno, siendo Ramsés un iluso joven y seguro, pero inexperto en las intrigas que le rodean y que le afectan, sobre todo aquella en la que participa Kama (Barbara Brylska), la sacerdotisa fenicia de la que se enamora y quien se las ingenia para manipular el pensamiento del monarca en beneficio de los suyos.
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