Además de historias originales, hechos reales o adaptaciones literarias, el cine se nutre de películas ya existentes, que sirven de modelo para nuevas versiones, aunque menos frecuente es descubrir que algunos de estos remakes fueron realizados por los mismos directores que llevaron a cabo los films originales. Cecil B.DeMille rodó dos versiones de Los diez mandamientos, la primera en 1923 y la segunda en 1956, Frank Capra realizó Dama por un día en 1933 y Un gángster para un milagro en 1961, Howard Hawks revisionó Río Bravo en El Dorado y Bola de fuego en Nace una canción, Alfred Hitchcock filmó El hombre que sabía demasiado en su Inglaterra natal en 1933 para volver a hacerlo en Estados Unidos en 1956, Raoul Walsh sitúo la historia de El último refugio en el oeste de Juntos hasta la muerte, Hiroshi Inagaki firmó El hombre del carrito en 1943 y en 1958, o más recientemente Michael Haneke ofreció dos Funny Games, aunque en los casos de Inagaki, Haneke o Hawks, en Nace una canción, los resultados fueron irregulares. Pero la versión de 1958 de El hombre del carrito (Muhomatsu no isso) gozó de gran prestigio dentro y fuera de Japón, al ser galardonada con el León de Oro en el festival de cine de Venecia, del mismo modo que en su país de producción se situó entre las más taquilleras del año; aunque, en realidad, se trata de una película descompensada, que fuerza el sentimentalismo de sus imágenes, en las que se observa el drama que vive Matsu (Toshiro Mifune), rudo y pendenciero, aunque generoso y de buenos sentimientos. Este hombre solitario trabaja transportando pasajeros en su vehículo de dos ruedas, pero, a raíz de su contacto con el pequeño Toshio (Kaoru Matsumoto) y Yoshiko (Hideko Takamine), la madre del muchacho, su vida sufre la transformación que nace del interés y de la preocupación que muestra hacia la educación del niño, tras el fallecimiento del padre de este. Desde ese instante Toshio crece bajo su protección, hasta que se confirma el distanciamiento que hunde a Matsu en un estado de desesperación silenciosa, tras el cual también oculta los sentimientos que siempre ha sentido hacia Yoshiko. La diferencia de clases se observa en la relación entre Matsu y la viuda, quien, a pesar de su amabilidad y la admiración que siente hacia él, semeja incapaz de relacionarse más allá de la servidumbre a la que Matsu parece haberse entregado, la misma que le genera felicidad, porque su vida cobra el sentido de formar parte de una familia que considera suya. Sin embargo, el paso de los años, que se muestra (y fuerza) mediante el giro de las ruedas del vehículo del protagonista, trae consigo el inevitable crecimiento de Toshio y su distanciamiento de aquel a quien siempre ha llamado tío.
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