Cuarenta y dos años después de su primera película,
Cecil B. DeMille concluyó su carrera de director realizando
Los diez mandamientos (
The Ten Commandments), una revisión sonora y en
technicolor del título que había rodado en 1923, pero, en la versión de 1956,
DeMille suprimió la historia contemporánea que ocupa la segunda parte de
Los diez mandamientos (1923) para conceder el protagonismo exclusivo a la figura de Moisés (
Charlton Heston), aunque su estilo narrativo prevaleció sin apenas variaciones, quizá porque su manera de entender el cine y también la vida nunca llegaron a sufrir cambios considerables. En la nueva versión
Charlton Heston asumió un papel que guarda similitudes con el Judá Ben-Hur que interpretaría tres años después para
William Wyler en
Ben-Hur, a su vez remake del
Ben-Hur mudo dirigido por
Fred Niblo en 1925. Si en el film de
Wyler,
Heston interpretó a un príncipe judío condenado a galeras, en la película de
DeMille, el actor encarnó a Moisés, a quien rescatan de las aguas del Nilo para convertirse en príncipe de Egipto y, al igual que Hur, acabar siendo condenado, en su caso a vagar por el desierto, donde se adentra sin saber qué le deparará el destino. Y ese sino no es otro que alcanzar el Sinaí y ser elegido para dirigir el éxodo de los hebreos esclavizados en la tierra de los faraones. Como tantas otras producciones sonoras de
DeMille,
Los diez mandamientos es una superproducción de larga duración que el director narró desde un clasicismo propio de los pioneros del medio, aún así, y a pesar de su éxito, vista en la actualidad se podría decir que el film ha ido perdiendo fuerza con el paso del tiempo, ya que tanto sus diálogos como sus personajes acaban por resultar simples caricaturas. De ahí que Moisés semeje un hombre sin mayor interés que el de servir, primero al faraón y posteriormente a una divinidad a ratos vengativa que, ante la negativa de Ramsés (
Yul Brynner) a liberar a su pueblo, envía plagas sobre la población egipcia. Como antagonista, Ramsés vive para satisfacer sus deseos de poder y envidiar a Moisés, ya que este es el favorito del faraón (
Cedric Hardwicke) y el elegido por el amor de Nefertiri (
Anne Baxter), una mujer acorde con otras protagonistas de
DeMille, seductora, ambiciosa y despechada cuando comprende que no es correspondida por aquel que elige a su pueblo en detrimento suyo, lo que la familiariza con la Popea interpretada por
Claudette Colbert en
El signo de la cruz (1932) o con la Dalila a quien dio vida
Hedy Lamarr en
Sansón y Dalila (1949), otras dos producciones de
Cecil B.DeMille que escogen un marco religioso similar al que se puso de moda durante la década de 1950 en producciones como
Quo Vadis? (
Mervyn LeRoy, 1951),
La túnica sagrada (
Henry Koster, 1953),
Ben-Hur (
William Wyler, 1959),
Rey de Reyes (
Nicholas Ray, 1961) o, las más tardías,
La historia más grande jamás contada, (
George Stevens, 1965) y
La biblia (
John Huston, 1966).
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