jueves, 28 de febrero de 2013
Skyfall (2012)
martes, 26 de febrero de 2013
Mayor Dundee (1965)
Arma letal (1987)
lunes, 25 de febrero de 2013
Ruta suicida (1977)
domingo, 24 de febrero de 2013
El prisionero de Zenda (1952)
sábado, 23 de febrero de 2013
Europa (1991)
viernes, 22 de febrero de 2013
El infierno del odio (1963)
jueves, 21 de febrero de 2013
¡Qué ruina de función! (1992)
domingo, 17 de febrero de 2013
La rueda (1923)
En cualquier libro de historia de cine, Abel Gance asoma como uno de los primeros “autores” del cine francés, cineasta vanguardista y desmesurado en proyectos como La rueda (La roue, 1923), en el que buscó combinar poesía visual y vanguardia en imágenes cargadas de simbolismos; tal vez en exceso, lo que genera la sensación de que, a pesar de poseer excelentes momentos, La rueda haya perdido parte de esa modernidad de la que gozaría en su momento. No obstante, el inevitable paso del tiempo no impide apreciar sus logros como cineasta ni el mérito de una de las grandes obras del cine mudo francés. La vida, el destino, el amor y la muerte son radiales de una rueda caprichosa de la que Sisif (Severin-Mars) forma parte, al igual que la pequeña que sobrevive al choque de los dos trenes. El maquinista es testigo del accidente, y entre las víctimas y los escombros comprende que, sin nadie en el mundo, la niña será enviada a un orfanato; pero ¿qué sería de ella?, parece preguntarse antes de decidir ofrecerle un hogar y el mismo cariño que a su hijo Elie. Quince años después se descubre a un Sisif depresivo, perdido, atormentado; cuantos le rodean achacan su estado a su precario estado económico, pero mediante su confesión a Hersan (Pierre Magnier) se conoce que su tormento se debe a que se ha enamorado de Norma (Ivy Close), su hija adoptiva. El anciano no puede soportar el sentimiento de culpa que le embarga, pero tampoco se siente con fuerzas para continuar luchando contra el amor que domina su pensamiento. Atrás quedaron los años de júbilo y de armonía, porque la rueda gira y desata la tragedia que condena a todos los implicados al sufrimiento y a la desdicha. Norma, ignorando el auténtico motivo del nuevo y amargo presente, decide sacrificarse para salvar a su familia y acepta la propuesta de matrimonio de Hersan, el millonario que ha utilizado el secreto de Sisif para su propio beneficio, sin embargo, sus celos serán fuente de mayores desgracias. Abel Gance realizó un montaje superior a las seis horas de metraje, aunque en la actualidad La rueda se ve como un film, de algo más de cuatro horas de duración, dividido en dos partes delimitadas por el espacio donde se desarrolla el drama: la estación de ferrocarril, donde Sisif ha pasado la mayor parte de su vida conduciendo una máquina a la que pone por nombre Norma, y la montaña adonde el maquinista y su hijo (Gabriel de Gravone) se trasladan a la espera de olvidar sus males de amores, ya que también Elie se ha enamorado de quien creía su hermana.
Argo (2012)
viernes, 15 de febrero de 2013
El coloso en llamas (1974)
miércoles, 13 de febrero de 2013
Yo anduve con un zombie (1943)
No considero exagerado señalar que Jacques Tourneur se sentía a gusto dentro de la serie B, pues, la producción barata le permitía un libertad creativa superior a la concedida en las producciones de alto presupuesto, mucho más controladas por los estudios y por el humor de las estrellas que en ellas participaban. Lo mismo podría decirse de Val Lewton, productor con inquietudes artísticas y encargado de dirigir el departamento de películas de bajo coste de la RKO. Tourneur y Lewton habían iniciado su productiva relación profesional mediada la década de 1930, pero fue en el siguiente decenio cuando ambos alcanzaron notoriedad compartida, con tres referentes del terror sugerido: La mujer pantera (Cat People, 1942), Yo anduve con un zombie (I Walked with a Zombie, 1943) y El hombre leopardo (The Leopard Man, 1943). De las tres, Tourneur nunca ocultó su predilección por Yo anduve con un zombie, quizá porque en ella combinó con maestría la poesía que mana de sus imágenes con la historia de amor que narra, la misma que se ve imposibilitada por los fantasmas del pasado que habitan en el presente de los personajes cuyo deambular no desentonaría en el romanticismo inglés decimonónico.
Esta “segunda” colaboración de Tourneur y Lewton arranca con Betsy Connell (Frances Dee), cuando esta acepta un puesto de enfermera sin saber quién será su paciente o que enfermedad padece. No obstante, el trabajo le permite alejarse del frío y de la nieve que se observa a través de la ventana de la oficina del abogado que la contrata. Gracias a esta breve escena se accede a algunos aspectos de la protagonista, que quedarán definidos en la siguiente, cuando se la observar sobre la cubierta del barco que la traslada a las Antillas. Para ella todo resulta novedoso y hermoso, sin embargo no tarda en descubrir la negación y el pesimismo que habita en Paul Holland (Tom Conway), con quien llega a la plantación donde presencia el rechazo existente entre él y Wesley Rand (James Ellison), su medio hermano. Sin desearlo, Betsy se convierte en testigo del distanciamiento que domina en su entorno, donde escucha los constantes reproches de Rand hacia Paul o la decepción acumulada en este personaje trágico, que la recién llegada achaca a la enfermedad de su esposa. Jessica Holland (Christine Gordon) ni habla ni siente, aunque deambula por la casa como si fuese una muerta en vida, aunque esta zombie de Tourneur y Lewton no es un ser terrible, solo una víctima del infortunio, de un rito vudú, como quieren creer algunos, o de un deterioro del sistema nerviosos, como defienden aquellos menos supersticiosos. Yo anduve con un zombie desprende un tono trágico e inquietante, aunque no por la atmósfera sombría en la que se desarrolla, ni por los ritos que se observan en determinados momentos del film, sino por ese fantasma del pasado que pervive en la figura de la muerta viviente. A medida que el relato avanza hacia su final, se confirman las sospechas de que Jessica y Wesley fueron amantes, hecho que ha creado el distanciamiento entre los hermanos, así como el sentimiento de culpabilidad que domina a Paul, de quien Betsy se enamora a pesar de ser consciente de que se trata de un amor imposibilitado por la presencia de la zombie a quien intenta curar para devolver la alegría al hombre que ama, sin saber que esa misma mujer creó el pasado en el que todos se encuentran atrapados.
martes, 12 de febrero de 2013
Punto límite (1964)
En el centro de control aéreo de Omaha se descubre una pantalla electrónica que muestra el planisferio dese donde se vigila la posición de los aparatos soviéticos y lo movimientos que se producen en los silos de misiles rusos. Allí todos son conscientes de que existe un enfrentamiento silencioso entre dos ideologías que se oponen, a pesar de guardar aspectos comunes como el temor y la amenaza que se generan la una a la otra, y que han creado ese estado de permanente ansiedad y conflicto que se vive en la sala, repleta de aparatos electrónicos de alta precisión que indican que la ciencia ha evolucionado desde la Segunda Guerra Mundial, lo mismo sucede con las estrategias militares y con las armas que llenan los arsenales de ambos países, las cuales bastarían para destruir el planeta en un solo día. Hasta el instante en el que se inicia la ficción de Punto límite (Fail-Safe, 1964) la situación se ha mantenido equilibrada y controlada, salvo por alguna que otra anomalía o señal de alarma en la pantalla de seguimiento, la mayoría provocadas por aparatos no identificados que resultan ser vuelos comerciales fuera de ruta. Sin embargo, durante una de esas alertas se produce un error mecánico que provoca el avance de un escuadrón de seis bombarderos estadounidenses hacia Moscú. Incomunicados y entrenados para seguir las instrucciones hasta sus últimas consecuencias, los pilotos y sus tripulaciones continúan con una misión que solo concluirá cuando lancen varias bombas sobre la capital rusa. Un ataque similar, aunque premeditado por un oficial desequilibrado, también se produce en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, rodada ese mismo año por Stanley Kubrick, coincidencia nada extraña si se tiene en cuenta la realidad de aquella época, en la que aún era reciente la crisis internacional generada a raíz del descubrimiento de misiles soviéticos en suelo cubano allá por octubre de 1962. Ambas producciones desvelan preocupación y crítica hacia aquel enfrentamiento ideológico-militar, pero desde planteamientos opuestos, ya que Sidney Lumet se decantó por una perspectiva seria, más desgarradora y tensa, sin espacio para la acidez satírica que habita en la excelente propuesta de Kubrick. Lo que aquí se muestra es una reflexión sobria sobre una hipotética realidad que profundiza en los distintos comportamientos humanos que se producen durante los momentos previos a una posible guerra total. Siendo uno de los aciertos de Punto límite el no simplificar los hechos, presentando buenos y malos, puesto que en ambos bandos existirían posturas correctas e incorrectas como las que se descubren en cada uno de los frentes donde se desarrolla la trama. En el Pentágono se produce un choque dialéctico entre el general Black (Dan O'Herlihy), convencido de que cualquier conflicto nuclear sería un error irreparable, y el profesor Groeteschele (Walter Matthau), que aboga por aprovechar el fallo para que su la cultura occidental prevalezca. En la Casa Blanca se escucha la voz del primer ministro soviético a través del traductor (Larry Hagman), testigo de la situación límite que obliga al presidente de los Estados Unidos (Henry Fonda) a tomar decisiones que jamás desearía asumir, consciente de que el problema no reside en un fallo electrónico sino en el conflicto en sí mismo, algo que también se descubre en el centro de control aéreo donde dos generales, uno ruso y otro americano, mantienen una emotiva conversación mientras aguardan a que se confirme un desenlace que ninguno desea.