lunes, 4 de agosto de 2025

Miguel Gila y Un poco de nada

Hoy, 13 de diciembre de 2024, el cartero ha sido como una especie de Papa Noel, tal como aquellos que Miguel Gila recordaba de su niñez. Otros días es como una persona más, aunque vestida de uniforme azul y amarillo. Pero valga que en ambos casos herede, humanice y profesionalice por oposición el viejo cometido del olímpico Hermes. Mas el cartero es terrenal, bien lo sabía Bukowski, por ajeno al contenido de sus entregas, y cotidiano en su recorrido por calles, edificios y puertas a las que llamar. Casi siempre ignora quién le da acceso a los buzones, salvo que entregue en portería o establezca una relación como la mantenida con Neruda, a través de Antonio Skármeta en su Ardiente paciencia, o con algún vecino anónimo que sabe le abrirá porque siempre está en casa. Ignora si porta buenas o malas noticias, cumple su cometido y desaparece hasta la jornada siguiente. Esta mañana timbró y me trajo ilusión en formato tangible. Suena raro, pero a veces un objeto puede transportarla en su interior. Así de materialistas somos, incluso cuando respiramos, tal vez también cuando soñamos... Se trataba de un paquete bien embalado, así que no respeté el envoltorio y lo abrí lo más rápido que pude. Sabía que era un libro; de ahí las prisas y la ilusión que me desbordaba y que tuve que recoger para que nadie la pisara. No podía equivocarme: ¡qué forma tan insinuante!, mi vista y mi tacto así me lo comunicaban. El paquete envolvía un libro de tantos que ya me cuesta encontrar en las librerías físicas, salvo en las de segunda mano y descatalogados. ¿Cómo se puede descatalogar un libro? Suena triste. Pero hoy es un día alegre porque se trata de Un poco de nada, escrito por Gila, de quien había leído con anterioridad Y entonces nací yo. Memorias de un desmemoriado y Encuentros del más allá…

Ya por la tarde, avanzaba por sus páginas con la sensación de que Un poco de nada me recordaba en su estilo “libre” a mi libro Rincones sin esquinas, lo que me venía a recordar que existen similitudes creativas y emocionales entre desconocidos, más allá de espacio y el tiempo, son aquellas que nos hacen familiares y, contrariamente a lo que las similitudes apuntan, también únicos. Se trataba de un texto imaginativo, pero realista, sin una narración lineal, pero sincera y directa a las cuestiones que plantea. Gila es mucho más que un humorista, es alguien que se expresa desde el humor, que hace de él una herramienta para abordar cuestiones carentes de gracia, como el momento en el que lo fusilaron y sobrevivió. Su lectura me deparó un instante humano que me acercaba a la persona y a su pensamiento, plasmado en escenas que existen entre lo que sucedió, el recuerdo y la evocación del protagonista: el propio cómico que recuerda sus inicios y su transitar abriendo vías y posibilidades. Gila no se limita a una narración habitual, eso sería atípico en un creador que no se limita ni reduce su historia a la sucesión de anécdotas ni al capricho sospechoso de un resultadista que quiera aprovechar su nombre para vender un título; pero resulta que Un poco de nada no es más de lo mismo si no un posible viaje por la evocación literaria e imaginativa de un tipo singular en quien más allá de lo contable está lo incontable: la sensibilidad, la honestidad, el talento y una pizca de amargura y de humor con la que aderezar la historia, la suya. Sus páginas me depararon instantes vitales, que son los que me llenan, los que me hacen reflexionar. Ahora, si alguien me preguntase un solo motivo por el que volvería a leer este libro, no le respondería al momento, pero me quedaría pensando y, tal vez, concluyese que la motivación para releer este viaje escrito por la memoria y por el pensamiento de Gila reside en su cercanía, en encontrarme de lleno en un espacio literario y emocional honesto, reflexivo, abierto a experiencias y a ideas compartidas, a otras ya leídas, algunas que en un primer momento me pasaron desapercibidas, las que pasan de largo en una primera lectura. Volvería a sus páginas porque se trata de una persona y de una obra que me valen la pena reencontrar. Soy de los que dicen lo que hoy no he visto, lo veré cuando vuelva, no tengo prisa en los viajes físicos ni el los literarios, no porque tenga más tiempo que el resto, sino porque el vivir los momentos que me deparan tipos como Gila, sin acelere ni objetivos, más allá de la propia lectura, me permite el transitar que deseo, incluso me permite volver a lugares y líneas recorridas en el pasado, un pretérito que ahora, en el presente en el que escribo, ya es otra, ya es diferente, ya es un poco de nada y tanto de mucho…

domingo, 3 de agosto de 2025

Leones por corderos (2007)


Durante una de las escenas de Leones por corderos (Lions for Lambs, 2007), el profesor de Ciencias Políticas Stephen Malley (Robert Redford) le viene a decir a su díscolo alumno Todd Hayes (Andrew Gardfield) que participar del supuesto proceso democrático —acudiendo a manifestaciones y desfiles o pegando sellos y carteles, supongo que en campañas electorales— es mucho mejor que su escepticismo crítico, casi nihilismo, con el que critica la política de su país. Pero, acaso ¿la crítica y la autocrítica no son indispensables para señalar aquello que no funciona? ¿Se equivoca el alumno o el profesor? ¿Sin una actitud crítica, que ciertamente implica algo de pesimismo y de escepticismo, cómo mejorar el sistema, hacer de él lo que presume ser? En realidad, quiere hacerle pensar, que salga de una actitud apática, pues la crítica implica que luche por un futuro, que demuestre su valía posicionándose, no a favor de los políticos, sino de la democracia; no a favor de la guerra, sino de la lucha pacífica por unos ideales perdidos u olvidados en los que Redford cree, pues cree en su país, en los valores que dice representar, en la prensa, aunque tal vez no recuerde que hay ocasiones en las que esta calla o se centra en noticias que desvían la atención —Ay, Redford, no siempre sucede como en Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, Alan J. Pakula, 1976)—, y en el heroísmo que ve en la juventud, a la que se envía a la guerra o que decide ir sin comprender que hay mucho que arreglar en casa. Tal vez sea el caso de sus antiguos alumnos Rodríguez (Michael Peña) y Finch (Derek Luke), que se presentaron voluntarios para combatir el mal…


Por su fe en el sistema, Redford quizá ya dé la respuesta a las cuestiones que plantea y a la duda que siembra en el alumno de su personaje, aunque parezca que quiere abrir un debate sobre si se persigue alguna mejora, si esta es posible, o si todo (incluida la postura aparentemente rebelde del alumno) se sitúa dentro del orden establecido por un poder cuya meta es perpetuarse, pero no analizarse en busca de sus males, de sus contradicciones y de sus fantasmas internos. Este encuentro entre docente y universitario abre uno de los tres espacios desde el que Robert Redford, a partir del guion de Matthew Michael Carnahan, aborda la política internacional estadounidense, la que desde la Doctrina Monroe (1823) aplica una especie de intervencionismo amigable —en el que parece decir: “haz lo que te digo y así no tendré que enfadarme”— allí donde los intereses llamen. Mientras que el no amigable depararía presiones, bloqueos, actos en la sombra y, finalmente, si nada de lo anterior funciona, la intervención directa.


Las primeras actividades de este estilo datan del siglo XIX, cuando se desata la colonización del oeste y la expansión meridional en la que arrebatan Texas, Nuevo México y Alta California al vecino del sur. Años después, se precipita la guerra hispano-estadounidense, que implantaría su influencia sobre Puerto Rico y Cuba, que se revelaría décadas más tarde, deparando una situación de inestabilidad para las pretensiones de la potencia del norte, que decidió en época de Kennedy el bloqueo estratégico y asfixia económica de la isla caribeña. Pero aquel 1898 también fue el año de la anexión de las islas Hawaii, las cuales, junto a las Filipinas, abrían la puerta al dominio del Pacífico. Su política internacional empezaba a cobrar cuerpo en el continente americano y aumentaba su presencia en el Pacífico, donde la japonesa, otra potencia en auge, tenía sus planes de expansión. ¿Era presumible que los intereses de ambas chocasen?


Del “América para los americanos”, o dicho sin americanismos, “el continente para los estadounidenses”, se pasó a “el mundo libre para nosotros y el que no lo quiera así, lo liberaremos a la fuerza”. Esta política tuvo su periodo de pausa entre guerras, cuando la política que dominaba era el aislacionismo y el New Deal. Aun así, algunas de sus empresas abastecieron combustible a los rebeldes franquistas durante la guerra civil española (1936-1939) o, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Roosvelt logró aprobar la “ley de préstamo y arriendo” con la que suministrar armas a Reino Unido y a la Unión Soviética, respectivamente su aliada de siempre y su enemiga natural. Tras la conclusión del conflicto y con la victoria aliada, la expansión estadounidense y la soviética cobraron nuevos bríos. La geopolítica había cambiado, se creaban dos grandes bloques.


Una demostración del nuevo poderío norteamericano fueron las bases en Alemania Occidental y Japón, que le permitían una mayor presencia sobre el terreno en Centroeuropa, al borde mismo de su rival, y en el Extremo Oriente (geográficamente, visto desde aquí). De paso, establecía una puerta de entrada para sus productos, que no tardarían en dominar los mercados nacionales de medio mundo y cambiar los usos de sus habitantes —la forma de vestir, jeans, camisetas, zapatillas deportivas, medias de nylon, nuevos hábitos, refrescos de cola, chocolatinas, goma de mascar o el jazz y el rock, sirvan de ejemplos de su colonización mercantil y “cultural”—, se pretendía guiar la política y la economía de sus países “amigos” e intentaba por la fuerza o por medios cuestionables marcar las del resto. Para ello siempre sirve la excusa de la seguridad del país y de sus ciudadanos, tal como sucedió con la intervención en Vietnam, un país al otro lado del Pacífico, adonde cientos de miles de soldados estadounidenses llegaron con la idea de estar defendiendo su modo de vida, pero no había ningún enemigo ocupando su suelo soberano, ni amenazaba con hacerlo...


Mirando de pasada la historia del siglo XIX y XX, Estados Unidos es la única potencia moderna que no ha sufrido una ocupación extranjera —al contrario que China, India, dominada por la corona británica, la Unión Soviética, Alemania, Japón o Francia— ni una serie continuada de ataques militares a su territorio —tal como los bombardeos alemanes sobre Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial o mismamente los aliados sobre Francia, antes y durante el desembarco de Normandía—. Su único ataque militar lo sufrió el 7 de enero de 1941, en Pearl Harbor, el que deparó su entrada en La Segunda Guerra Mundial, de la cual salió reforzada como la nueva gran potencia capitalista, sustituyendo a la británica. Desde entonces parece que Estados Unidos quiere llevar su ideología y sus marcas al resto del mundo, obtener recursos y controlarlos, escudándose tras el abstracto “libertad” —en palabras del senador Irving: <<como impulsor de la justicia y la rectitud>>—, pero sin contar con las ideas de aquellos a los que impone su política, apoyando, aupando o deponiendo a sus gobernantes. La historia aún recuerda muchos de esos manejos, solo basta buscarlos, pero la postura del senador republicano Jesper Irving (Tom Cruise) apela al presente, rechaza mirar ese pasado del que le habla la periodista Jannine Roth (Meryl Streep), a quien, por su ideología liberal de izquierdas, quiere convencer porque tenerla de su parte eliminaría cualquier duda, respecto a su política, por parte de la opinión pública. En todo esto, la meta no difiere de la perseguida por anteriores imperios que se expandían y ocupaban territorios en busca de aumentar su poder, su influencia y su economía…


Durante el siglo XX, ese movimiento imperialista estadounidense tuvo su reflejo antagónico en el practicado por la Unión Soviética en sus países satélites. Pero desaparecido el imperio soviético en 1991, el enemigo a señalar se había difuminado, ya podía ser cualquiera o ninguno, pero era inevitable encontrar alguno. Uno de ellos había sido un aliado cuyo comportamiento disgustó cuando invadió Kuwait en 1990; estaba claro que eso no se podía permitir, no por la invasión de un estado soberano —ya en 1979 la URSS había invadido Afganistán y en la década de 1980, en 1983, Reagan había ordenado la invasión de la isla de Granada, más que nada, quizás para tapar las operaciones militares clandestinas que se estaban llevando a cabo en algunos países de Centroamérica; nadie dijo ni pio, excepto Johnny en Rambo III (Peter MacDonald, 1988), que apoyó a los talibanes frente a los soviéticos, tal vez porque vivía día a día—, sino por la situación estratégica y su principal materia prima: el petróleo. Esta invasión por parte del líder iraquí era injustificable, pero también los crímenes cometidos por su régimen cuando todavía era amigo y se dedicaba a acabar con parte de la población del país que gobernaba dictatorialmente, en buena medida porque la política estadounidense lo quiso ahí, y nadie de fuera protestaba —obviamente, en un régimen totalitario como aquel, dentro, tampoco—. Era su aliado, hasta que se le fue de las manos y desafió a quien no debía.


Tras la guerra del golfo, Sadam continuó en el poder, puesto que todavía podía ser útil; mas no resultó así y hubo que deponerlo de una vez por todas. Así que en 2003, apenas una década después de la guerra liderada por George Bush, padre, el hijo, W., tuvo la suya en el mismo lugar que su progenitor y, para ello, necesitaba una justificación, su propia casus belli. La suya fue la supuesta tenencia iraquí de armas de destrucción masiva. Para tales justificaciones, la prensa resultaría determinante, puesto que la opinión pública —manejada por los medios— era la testigo de los hechos que había que legitimar de algún modo. De ahí que en el presente de Leones por corderos, con la guerra de Afganistán llamando a las puertas, el senador Irving conceda una entrevista a Jannine Roth, a quien quiere venderle una realidad que justifique el intervencionismo bélico estadounidense en Oriente Medio, apelando a la guerra contra el terrorismo que se desata tras el 11 de septiembre de 2001. Esta fecha, clave en el devenir mundial, suena en el film en boca de varios personajes. Aquel trágico día, el mundo estaba del lado estadounidense, tal como Jannine le recuerda al senador, las naciones le ofrecían su pesar y las simpatías internacionales que se fueron dilapidando tras los hechos y las decisiones que salieron a la luz más adelante; algunas han sido expuestas en el cine posterior, que se ha hecho eco de situaciones como la caza de terroristas, las instalaciones de Guantánamo o las intervenciones como la que cuenta Redford en el tercer espacio de su film: sobre el terreno, atendiendo a los dos soldados sitiados en algún punto de Afganistán, cuando en su despacho, el senador Irving habla de la guerra contra el terrorismo, la que afirma deben ganar a cualquier precio, tal vez para insistir en su poderío o que este no se ha visto mermado, una guerra en la que su tecnología y sus fuerzas especiales se enfrentan, según afirma, a un enemigo que considera medieval y fácil de derrotar. Algo similar debieron suponer aquellos que en la década de 1960 ocupaban cargos similares al suyo respecto al ejército de Vietnam del Norte…

sábado, 2 de agosto de 2025

Del vicio de caminar


Caminar es un vicio que practico desde que di los primeros pasos y no me arrepiento ni de la práctica ni de mi adicción. Al contrario, abuso de ella siempre que el tiempo me lo permite y supongo que algún día tal exceso me pasará factura. Mas por ahora, pongo un pie tras otro, en alternancia regular y continuada, sin tener que pensar que se trata de un movimiento mecánico que me libera de prestarle atención y permite que mi pensamiento piense en otras cosas. Las más, tonterías relacionadas con lo que hay alrededor, con sueños que se repiten, pero que ya no son iguales, con fantasías, realidades, alegrías y frustraciones que van quedando atrás, a la espera de las nuevas que lleguen, pero también me acompañan otras estupideces que llevo dentro. Así, me digo, todo parece igual, pero basta con detenerse un instante para ver que siempre se producen pequeños cambios, y que debido a su aparente insignificancia no nos sacan de la cotidianidad. No nos alarman ni asustan. Son los inesperados, aquellos que atribuimos a la buena o mala suerte, a los grandes acontecimientos de la vida, los que nos tambalean o los que simplemente cobran apariencia novedosa, esa que nos confirma que algo cambia a nuestro alrededor o mismamente en nosotros. Caminar me hace pensar en los pequeños detalles, en las casi invisibles evoluciones e involuciones que se producen en nuestra marcha. Tampoco voy a negar que, a veces, tengo mayores aspiraciones reflexivas y que pienso en cuestiones en apariencia más grandes. De esto iba hablando conmigo mismo ayer por la tarde, al tiempo que avanzaba en la lectura de Vida líquida, en la que Zygmunt Bauman ensaya sobre un mundo en constante fuga, más que en cambio, en el que nada perdura porque ya nada resulta ser sólido. Tal vez su lectura inspirase o guiase mi pensamiento, pero quizá no fuesen las páginas, sino ese puente ante el que me detuve un instante tal vez para decirme que ni siquiera la forma pétrea que tengo delante es inmune a los cambios, ese mismo puente que unos pasos después veo detrás o del otro lado. Al tiempo que lo pensaba, caminaba bajo uno de sus arcos y sin darme apenas cuenta la construcción no tardó en convertirse en la imagen pasajera que me costaba recordar…



viernes, 1 de agosto de 2025

Emil Cioran y Del inconveniente de haber nacido


Seguro que Emil Cioran no fue el primero en decirse que el nacer trae sus inconvenientes, ya solo fuera porque te obliga a morir y a pocos nos gusta tal idea, y no os digo el tener que estar sujeto a sufrirla (y a sufrir la de otros), cuando todavía uno está aprendiendo a lidiar con las paradojas de la vida. Cierto que pocos intentan tal aprendizaje, pues en mayor número se limitan a dejarse estar, hasta que dejen de estar, sin pensar que han estado… Pero, bien o mal mirado, tal vez estos sean los más sabios. Así es el contrasentido de la vida, que naces y al final te mueres, y ya no sabrás qué tiempo hará el día siguiente ni quien caminará sobre la Tierra un lustro, un siglo o un millón de años más tarde, pues, para quien muere, no habrá más jornadas, ni un antes ni un después. Esto queda para los vivos. Y Cioran, que lo era mucho en su lucidez, fue uno de quienes mejor pensaron y escribieron sobre las contradicciones de la vida, desde una postura crítica, un tanto nihilista, no exenta de humorismo, de honestidad y de claridad, por ejemplo en un libro que tituló Del inconveniente de haber nacido, publicado por primera vez en 1973, el cual depara una lectura de aforismos y reflexiones entre pesimistas e irónicas que desvelan lo bien que pensaba este exiliado rumano, asentado en Francia, pero que nunca se encontró en ningún lado, salvo cuando reflexionaba y escribía perlas como <<la lucidez es el único vicio que hace al hombre libre: libre en un desierto>> o <<siempre tenemos la impresión de que podríamos hacer mejor lo que otros hacen. Desgraciadamente, no tenemos el mismo sentimiento hacia lo que nosotros mismos hacemos.>> Acaso, ¿no? ¿Quién puede decir que estaba errado? De cualquier modo, en el desierto nadie te escucha. Pero no por ello la lucidez deja de tener valor. Al contrario, ya que se trata de una rareza adictiva que, quien da con ella, se engancha y ya no quiere dejar de pensar y descubrir el mundo que le rodea, al que pertenece no por decisión, sino porque ha llegado a él sin escoger ni la fecha ni el lugar, ni la familia, ni la ideología de esta ni su posición económica.

<<El pensamiento no es nunca inocente. Porque es implacable, porque es agresión, nos ayuda a romper nuestras trabas. Si se suprimiera lo que entraña de maldad, e incluso de demoníaco, habría que renunciar también al concepto de liberación.>> La lucidez es vicio que rompe cadenas y que no gusta a lo políticamente correcto, al orden establecido, ni a las multitudes que lo acatan fuera de ese desierto donde vaga quien disiente no por el hecho de disentir, sino por pensar y ver que no todo va bien, e intentar <<romper nuestras trabas>>. Claro que si al menos se callara, pero no, la mayoría de los lúcidos, van y hablan. Ay, presumidos de vuestro luminoso vicio, ¿cómo no vais a caminar por el desierto o permanecer en él cual Simón? O mismamente vivir aislados, en un cuarto de baño, en un intento de apartarse del mundo. Tal vez, por similar lucidez, ya sabe el dicho “dios los cría y ellos se juntan”, a Buñuel le diese por colaborar con Julio Alejandro y rodar Simón del desierto (1964) y a Juan Estelrich, partiendo del guion de Rafael Azcona, El anacoreta (1976). Y es que a Cioran tampoco le falta humor para hablar de la vida, ni sinceridad para abordar la no la muerte y decir que <<es imposible sentir que hubo un tiempo en que uno no existía. De ahí ese apego al personaje que se era antes de nacer>>. El verdadero inconveniente de haber nacido no es morir, que sí, por supuesto, aunque una vez muerto, ya siempre seremos el <<personaje que se era antes de nacer>>. Cioran habla de la vida, de como pueden arrebatarte la libertad, de como se puede vivir a ciegas o cegado, algunos menos buscando una posible luz que pueda evitar la sensación de que algo falla en todo este tinglado. Incluso llega a decir que <<el sabio es aquel que consiente en todo porque no se identifica con nada. Un oportunista sin deseo.>> ¿A qué se refiere? ¿A la postura de Lao Tsé o a donde hemos llegado, a la indiferencia? En cualquier caso, su visión, la expuesta en este tratado, contempla lo fanáticos e idiotas que somos y lo expresa sin vergüenza. Faltaría, pues Cioran es un auténtico vicioso de la lucidez y un tipo al que no le falta arte para exponer los resultados de su vicio…


El entrecomillado pertenece a Emil Cioran: Del inconveniente de haber nacido (traducción de Esther Seligson). Editorial Taurus, Madrid, 1981.

jueves, 31 de julio de 2025

No hay salida (1987)

En una de sus conversaciones con Henry Jaglom, Orson Welles comenta que <<cuando ves una película a la edad adecuada, la ves de otra manera; la valoras en su justa medida, la ves como realmente es>>. (1) Pero me pregunto cuándo es la edad adecuada, ¿antes o después? ¿Cómo saberlo? Pero tengo más preguntas, siempre me asaltan cuando más protegido de ellas me creo. Otra que me viene a la mente es cuánto tiempo puede permanecer bajo la cama el negativo de una Polaroid en una casa pulcra y en la que todo parece estar colocado en su sitio, incluso ese negativo, que permanece ahí abajo para que Scott Pritchard (Will Patton), un amigo, un admirador, un esclavo del secretario de Defensa David Brice (Gene Hackman), lo encuentre; sino, adiós suspense y a la carrera contrarreloj que se producirá lejos de esa habitación donde el mobiliario se ha preparado para que luzca en escena, tal vez porque a Roger Donaldson solo le preocupe el efecto y el ir preparando, abonando y sementando el terreno, para luego recoger el fruto. En cualquier caso, diría que ese cuarto se limpia con bastante frecuencia y que esa fotografía velada, en la que el rostro del fotografiado resulta irreconocible a simple vista, no ha sido dejada ahí por despiste, sino por la decisión de quien quería que todo sucediese así. Estoy por acusar al guionista Robert Garland, más que a Donaldson, el director, pero lo dejo estar y regreso a la cuestión de limpieza, porque en No hay salida (No Way Out, 1987) no dejan ni huella. Bueno, alguna sí, porque son necesarias para la buena marcha de la intriga. Lo cual tampoco resulta extraordinario, me refiero de nuevo a cuestiones de limpieza, más si cabe si un ministro, allí se dice secretario, paga el alquiler y supongo que el mantenimiento de su nidito de amor fuera del lecho conyugal donde, quizás, su mujer se la esté pegando con otro, ¿por qué no? ¿O, por ser político, solo él va a saber de engaños e infidelidades? Pero esto no importa, solo es relleno para el texto, como también lo fue la pregunta que me permitió introducir el negativo y abrir el camino para decir lo que sigue, que es un breve comentario sobre No hay salida.

Se trata de un thriller tramposo, en el sentido de que todo gira y transita en busca de la sorpresa final que, insinuada al inicio, deje al público con la boca abierta, tal vez para descubrir quienes han devorado más palomitas. Pero esto lo pienso ahora. Cuando la vi por primera vez, allá hacia finales de la década de 1980, me pareció un film entretenido, de los que me mantenían sentado y con la mente pendiente, uno que, inicialmente, me había llamado la atención por su reparto. Hoy, tengo mis dudas al respecto, incluso dudo de qué es entretenido. Me refiero a que no todos encontramos el entretenimiento en los mismos lugares; ni lo definiríamos de modo similar. El gran reloj, la popular novela negra de Kenneth Fearing, publicada e 1946, ha dado pie a tres versiones cinematográficas muy distintas: una se desarrolla con la precisión de un relojero, me refiero a El reloj asesino (The Big Clock, John Farrow, 1948), otra es Policía Python 357 (Alain Corneau, 1975), que también me resulta una gozada, y la otra, No hay salida, que hoy la veo más tramposa que en mi adolescencia y como la peor película de las tres. Pensando en qué trampa hacer para dar la campanada, Donaldson se pasa media película preparando la otra mitad —lo mismo podría decirse de Farrow y Corneau, pero a ellos se les nota menos—, la que se mete de lleno en la carrera contra el reloj del comandante Tom Farrell (Kevin Costner), en su búsqueda del asesino de Susan Atwell (Sean Young), a quien, para adaptar la película a los tiempos finales de la guerra fría, acusan posmortem de ser la amante de un espía soviético, pero Tom sabe que no es el asesino ni el único amante de Susan. Hay otro, y ese otro es su jefe, el secretario de defensa y el verdadero asesino…

(1) Peter Biskind (Ed.): Mis almuerzos con Orson Welles. Conversaciones entre Henry Jaglom y Orson Welles (traducción de Amado Diéguez Rodríguez). Editorial Anagrama, Barcelona, 2015.

miércoles, 30 de julio de 2025

Jenofonte recuerda a Sócrates

¿Cuántos son los personajes (históricos) de la Antigüedad que pueden presumir de llegar hasta nuestros días? De viva voz, ninguno, pero si ya es mediante fuentes propias o impropias, Sócrates es uno. Mas no se le puede culpar, pues lo hizo sin querer; nunca pretendió ni imaginó que su nombre se escucharía casi dos mil quinientos años después de pasearse en toga y sandalias por la Acrópolis, cuando en este conjunto arquitectónico resplandecía el mármol y no era objeto de la visita masiva de turistas, ni que un tipo cualquiera escribiese sobre él mediada la tercera década del siglo XXI. No dejó testimonio de su puño y letra, no escribió ninguna de sus ideas ni pregunta alguna. Lo que sabemos de él nos llega por el testimonio de otros. Por una parte está su filosofía, la que Platón le atribuye en sus obras para desarrollar la suya. Por otra, hay constancia de su juicio, de su sentencia a muerte y de su suicidio.


La condena a muerte de Sócrates ha pasado a la historia como una de las grandes injusticias cometidas por un tribunal de Justicia, —suena contradictorio enfrentar ambos opuestos en la anterior afirmación, mas la historia se ha encargado de reiterar que no en pocas ocasiones se confunden—, tal vez por la fama que le procuraron los textos de Platón, pues este poeta hizo del primer filósofo ateniense el protagonista de sus diálogos. Y a la fama milenaria del discípulo, debemos la “inmortalidad” del maestro. Sin embargo, el máximo culpable, el autor de La República, no fue el único en dejar constancia de la existencia de quien nunca reconoció ser maestro de alguien y sí un constante aprendiz de todo, siempre preguntando, en busca del conocimiento y de encontrar la verdad. Pero ¿cómo distinguir el uno y la otra entre las sombras? A esto respondería convencido el de las anchas espaldas.


Como ya he dicho, el pensamiento y personalidad de Sócrates nos llegan de forma indirecta, es decir a través del filtro de quienes lo nombran en sus obras, que son autores que lo admiran y hacen de él uno de los grandes héroes de la historia humana. ¿O acaso no suena a heroicidad el dar la vida por evolucionar el pensamiento, no solo el suyo, sino el de la humanidad? Sócrates no dejó nada escrito, primero porque la filosofía era entonces hablada, en su caso dialogada  a base de preguntas que conducirían a la respuesta adecuada. Claro que si bien no se consideraba maestro, es imposible pensar que no fuese un guía de sus amigos, entre ellos el joven Platón y Jenofonte, quien dejó constancia de Sócrates en varios textos: Recuerdos de Sócrates, Apología o defensa ante el jurado y Económica, en el que da cuenta de las precarias finanzas del “maestro”. El historiador, pues tal era la ocupación de Jenofonte cuando escribió Anábasis, comenta con otras palabras y en otro idioma (hoy, lengua muerta, aunque todavía objeto de estudio) que no era Sócrates alguien a quien le interesasen los bienes materiales; lo suyo era la búsqueda del conocimiento y se puede decir que él marca el inicio de la filosofía, aunque con anterioridad existiesen otros filósofos, a quienes se conoce como presocráticos. Sin embargo, estos estaban más preocupados por explicar la naturaleza, mientras que él se centró en el ser humano.

Jenofonte expone al inicio de sus Recuerdos la acusación socrática: <<Es Sócrates reo de delito de no reconocer los dioses que el Estado reconoce y de introducir otros genios o espíritus extraños: y asimismo del delito de corromper a nuestros jóvenes.>> Jenofonte rebate tales acusaciones explicando las costumbres del filósofo, por ejemplo su constante ir y venir por la ciudad ateniense hablando con cualquiera que quisiera escucharle y establecer diálogo; tal como expuso Rossellini en la biografía televisiva en la que se acerca a la figura del filósofo. En principio, no puede decirse que fuese un tipo peligroso. No obstante, no hay mayor peligro para el orden que quien se hace preguntas y Sócrates no paraba de preguntarse acerca de todo lo relacionado con el ser humano, su comportamiento, su naturaleza, su pensamiento, su política... Esto no era habitual, más bien resulta extraordinario, incluso en la actualidad, en la que presumimos de avanzados, y quizá eso fue lo que entusiasmó al joven Platón, quien llevó hasta el extremo el pensamiento del hombre que admiraba y creó el suyo propio, aquel en el que la idea es principio y fin. Luego llegaría Aristóteles de Macedonia, para rebatir a su maestro platónico y ponerle al asunto algo de cuerpo, de forma y de materia…

martes, 29 de julio de 2025

Hoffa (1992)


Uno de los temores de Thomas Jefferson fue que su país cayese en manos de una elite que lo controlase todo. Tal vez no se dio cuenta de que ya lo estaba y que él pertenecía a ella, pero el caso es que temía eso porque, de suceder, la democracia en la que creía y que defendía correría el riesgo de ser una oligarquía en cubierta, en la que unos pocos controlarían al resto. Para evitarlo estaban la Constitución y las leyes, que funcionan en teoría y según la interpretación —solo cabe pensar en el principio de igualdad, incumplido porque el dinero y el poder desigualan en cualquier rincón del mundo, diga lo que diga un papel, incluso la pertenencia a un grupo étnico y el sexo desigualan o lo hicieron en un pasado no muy lejano—, puesto que la práctica se distancia de la teoría, para ser espejismo del ideal inexistente en la realidad de las calles, de los guetos, de las casas, de las familias, de las fábricas, de los juzgados, de las carreteras, de los trabajadores, de la marginalidad… e incluso de la criminalidad. Jules Dassin ya expuso la precaria situación de los camioneros en Mercado de ladrones (Thieves’ Highway, 1949), en la que los transportistas, por tener, no tenían ni un seguro que les cubriese los accidentes. Vivían al límite, aceptando encargos mal pagados y asumiendo riesgos que podrían costarles la vida y dejar a sus familias desamparadas. Ese sector tan importante en la buena marcha de cualquier nación, pues se encarga de llevar los productos y las materias primas de un lugar a otro del país, cobra importancia protagónica en Hoffa (1992), una película en la que Danny DeVito, si bien exalta a su héroe, también intentar recrear la situación que le lleva a la lucha sindical, a asociarse con el hampa y a enfrentarse con el sistema para lograr su victoria o su derrota…


Escrita por David Mamet, dirigida y también producida por DeVito, quien se reserva uno de los dos papeles principales, el de Bobby Ciaro, el fiel amigo de James R. Hoffa (Jack Nicholson), Hoffa, mezcla de biopic y de revisión histórica, se inicia en el presente en el que Hoffa y su amigo Bobby aguardan sin saber que es la muerte la que les saldrá al encuentro. Mientras aguardan, ese tiempo de espera permite a DeVito introducir los retrocesos temporales en los que expone la historia de Hoffa, la cual forma parte de la historia de los Estados Unidos y de sus contradicciones. Al contrario que en los países europeos, donde el sindicalismo se convirtió en parte de la realidad social y laboral, en Estados Unidos nunca hubo un sindicalismo fuerte —en Europa, en países como España o Alemania, en sindicalismo horizontal sería borrado durante sus totalitarismos—. No podía haberlo si las grandes fortunas pretendían controlar el trabajo y a los trabajadores.


La vida de Jimmy Hoffa, en relación a la hermandad de camioneros asoma en la pantalla para desvelar los entresijos en la sombra y la lucha sindical, que vendría a ser la lucha contra el poder establecido, una lucha que exige una mejora en las condiciones laborales, objetivo que, de primeras, la patronal no está dispuesta a aceptar. Pero Hoffa comprende la fuerza que podrían tener los transportistas en un país como el suyo, tan extenso y que basa su economía y su modo de vida en el mercado, el consumo y el comercio… y así, el sindicalista protagonista pasa de la nada a controlar el país, lo cual no gusta a quienes lo habían controlado hasta entonces: la administración y las grandes empresas. Los primeros comprases del film, en su primera analepsis, dejan claro que Jimmy no es un comunista, ni un socialista. Es un sindicalista estadounidense que sabe jugar duro, también sabe jugar sucio y al margen de la ley, que aboga por la unión de los trabajadores para lograr las condiciones dignas que mejoren la realidad de los casi dos millones de sindicados: mejora horarios, aumento de sueldos, bajas laborales retribuidas, plan de pensiones para una jubilación digna, etc, pero ¿cuál es el precio a pagar?

lunes, 28 de julio de 2025

Sofia y tal vez su mundo

La curiosidad y el deseo de conocer son los motores que nos empujan a las preguntas e inician la búsqueda de respuestas, las cuales a menudo no llegan o llegan para que, tiempo después, sean sustituidas por otras que se irán sucediendo. Como humanidad, las iremos acumulando, descartando o aceptando, y como individuos, no conoceremos la mayoría de ellas porque estaremos muertos y otros todavía no nacidos tendrán que plantearlas y reflexionarlas, descartar las insatisfactorias y buscar nuevas, y así hasta que la especie humana desaparezca, pues tal es el sino de lo que nace. La vida de la humanidad, también la de la persona, aunque esta de mayor brevedad, es un continuo viaje, un caminar y tropezar en busca de respuestas que expliquen el universo físico y abstracto, también que nos expliquen como especie y como individuos, así como nuestra relación con el mundo. ¿Qué nos diferencia del resto de los seres vivos? ¿Y entre tú y yo? ¿Qué tengo para ser yo y no ser tú, pero ser nosotros? ¿El pensamiento? ¿Mi capacidad para darme respuestas tal vez diferentes a las mismas preguntas que puedas hacerte? Por ejemplo ¿qué es el conocer? ¿Conocemos del mismo modo? ¿Se puede llegar al conocimiento pleno? Es decir, ¿a conocer todo? Pero ¿cuáles fueron las primeras preguntas que se formularon los individuos que originaron el pensamiento humano?

Quizás las mías fuesen ¿quiénes son esos dos gigantes que me miran y no me dejan dormir?, ¿por qué me insisten y responden a mis pedorretas con las suyas? Acaso ¿también ellos se comunican así o tienen otro lenguaje más complejo? Probablemente, no fuese así y lo que despertó mi curiosidad fue la novedad tras el dolor que supuso el cambio tras nueve meses en la húmeda sombra. Lo mismo podría decirse como especie, las cuestiones primarias asoman ante lo que nos sorprendió primero: preguntas relacionadas con la naturaleza, con sus cambios físicos y también con los nuestros: nacer, crecer, envejecer, morir. La humanidad podrá existir millones de años, mientras que el individuo más longevo apenas supera el siglo, pero eso no evita que sueñe la inmortalidad, primero por medio de la religión y después por la ciencia, tal como hace Victor Frankenstein de la mano de Mary Shelley. Estos dos opuestos, aquí se acercan para mitigar el que quizás sea el mayor temor de la especie desde que toma conciencia de ser y nacen las preguntas, y se dan las primeras respuestas. Así surge el mito, que explica con la intervención divina los hechos y las cosas que les resultan de difícil explicación y comprensión, pero este tipo de respuesta acaba por resultar infantil, insuficiente e insatisfactoria para quienes observan que los cambios físicos, las formas e incluso sus propias ideas obedecen a algo distinto; y ahí entran en juego el pensamiento analítico (y crítico) y el sentido común, que no era ni es tan usual ni fácil de encontrar como su adjetivo presume…

Solo el preguntarnos puede respondernos. ¿Y esta testura y este material? ¿Donde se esconde el sol? ¿A qué se debe la lluvia y por qué todo florece después? ¿Dónde encontrar refugio contra el frío? ¿Puedo combatirlo de otro modo? ¿Y el fuego? Sentarse alrededor de una hoguera calienta, y esa calidez también permite un ligero acomodo que invita a detenerse y pensar en el crepitar… Quizás ese sonido nos llevase a la abstracción, pero me decanto por una suma de factores que deparó el interrogante que al tiempo que nos define nos cuestiona. Quien no se pregunta, ¿cómo puede saber quién es? Si no me planteo quién soy, me doy por satisfecho siendo qué y me estanco en un dejarme estar alienado; pero si me lo pregunto, tal vez logre seguir preguntándome quién soy, la persona que creo ser, y continuar cuestionando el mundo, más allá del mundo alcanzado por los sentidos. Cada nuevo conocimiento abre las puertas a lo desconocido. Así, de plantearse algo tan sencillo en apariencia, algo que se plantearon tantos otros antes y espero que después, se accede a la idea de ser, la que habrá que ir replanteando a lo largo de la existencia, pues quien fui ayer, no lo seré mañana, aunque parte de mi yo anterior perdure en el posterior. ¿Lo mismo valdría para cuanto me rodea? Aquí se juntan las posibilidades de Parménides y de Heráclito, las unidas por Empédocles y las que fueron evolucionando hasta llegar al primer “materialista”: Demócrito, quien asume que todo está compuesto por átomos y vacío. A esa serie de pensamientos, que van desde los primeros pensantes hasta este filósofo presocrático, se le llama evolución, que también existe a la inversa y la llamamos involución, que no es más que evolucionar en sentido contrario al esperado. Pero ¿esperado por quién? ¿Y qué esperamos de nosotros y de los demás?

Esta no es la pregunta que despierta la curiosidad de Sofía, la que le abre las puertas a la búsqueda de sus propias respuestas, que comprende que no tienen que ser las que se da el resto. Sus preguntas iniciales son dos, que no son suyas, si no de su guía. Aquí se introduce la importancia del maestro, de quien ayuda a pensar, tal como sus discípulos nos muestran a Sócrates, quien para Platón y Jenofonte sería alguien así como Ernst Lubitsch para Billy Wilder, salvo que el ateniense no dejó nada escrito, ni dijo nadie es perfecto, tal vez no le pareciese importante insistir en eso —ya su famoso discípulo se encargaría de señalar donde encontrar la perfección, aunque otros como Aristóteles se mostrarían en desacuerdo con las ideas platónicas—, ni dejar constancia de sus ideas, puesto que las dirigía a un grupo determinado y limitado: sus oyentes. <<Para cualquiera que tuviese una mediana sensibilidad era evidente que cosa ninguna había más útil que estar con Sócrates y pasar con él tiempo en cualquier sitio y en cualesquiera actividades>>, (1) escribe Jenofonte, una de las fuentes directas que nos hablan del maestro de la mayeútica, a quien el desconocido, o desconocida, que establece contacto con Sofía, omite cuando habla de Sócrates.

El extraño deja las cuestiones en el buzón de la casa de la adolescente, escritas en el interior de dos sobres blancos; en los amarillos llegarán futuras explicaciones, que conducirán a la protagonista y a los lectores por donde quiere el escritor, similar a lo que hace Sócrates en los “diálogos” de Platón, que siempre nos conduce donde quiere que lleguemos. Resulta evidente que es un tramposo, mas su guía y su conversación son estimables porque nos sitúa cara a cara con el “solo sé que no sé nada”. O, según infiero de las palabras de Bertrand Russell, <<Esto equivale a decir, una vez más, que estaremos tanto menos seguros de nosotros mismos cuando más exactos y precisos seamos>>. (2) A eso lo llamo jugar con ventaja, pero así es el juego del aprendizaje y del desaprender, que alguien anterior ha de guiar los primeros pasos de los siguientes. En todo caso, los interrogantes empujan a Sofía al camino de la duda, al plantearse las cuestiones que para la mayoría pasan desapercibidas, porque se han acostumbrado y acomodado a la apariencia del mundo y a la vida que en él experimentan ya sin preguntarse ni sorprenderse. Las preguntas que empujan a Sofia vendrían a ser el conócete a ti mismo, en su sentido mas amplio que el expresado en Delfos, y aquello que te rodea, es decir el mundo tal como es, pero ¿cómo es? ¿Y quién soy, si dudo de todo y llego a la conclusión cartesiana de que pienso, entonces existo?… Claro, todos sabemos que soy yo, y que el mundo es así, o ansí si eres Baroja, pero resulta más complejo que eso…

Que la protagonista de esta novela didáctica se llame Sofía no es un capricho de Jostein Gaaeder, el autor del libro, aunque lo sea por decisión, puesto que sabe de sobra que Sofía significa sabiduría y la Filosofía es el amor a la sabiduría, el amor por conocer, pero no existe posibilidad de conocimiento sin las preguntas, sin él plantearnos quiénes somos, qué hacemos aquí, qué hay después o si no hay nada, que es el lugar a donde llegaron los nihilistas. ¿Qué interpretaron? ¿Estaban ante un callejón sin salida? Los orígenes de la filosofía habría que buscarlos con anterioridad al siglo VI a. C. en la Antigua Grecia, que es donde surge la filosofía occidental y donde la democracia es para los ciudadanos, que eran los tipos afortunados que se pasaban el día ociosos, lo cual les dejaba todo el tiempo para pensar, comer, beber, siestear e intentar fastidiar a cualquier posible rival. Y así, en ese entonces, la esclavitud de unos, práctica habitual de la humanidad desde la prehistoria hasta la actualidad (y supongo que más allá), posibilitó el tiempo libre de otros —¿tiempo libre?, el pronunciarlo me plantea si el resto del tiempo será esclavo—. Pero las influencias llegan de oriente, y nacen del misticismo del que la filosofía se desliga para explicar la naturaleza lejos del mito. Los sentidos cobran importancia, se observa y se piensa según lo observado. Entra en juego la observación, la capacidad analítica y el sentido común, mas resultan insuficientes. Además, a cada respuesta surgen nuevos interrogantes que ponen en duda lo supuesto.

Con el nacimiento de la Filosofía nacen las posibilidades de explorar nuestro horizonte, lo que estaba y está ahí, delante de nosotros, sin tener que acudir a la primera respuesta, que sería la creación del mito, de la religión, de los dioses. La explicación más sencilla para todo era de origen divino. Era obra de los dioses, incluso muchos siglos después se continuaba y se continúa respondiendo con “es obra de Dios”. Los griegos tenían los suyos y Homero los describió con suma humanidad en sus historias, habló de sus características y de sus deseos humanos, pero no tardaría en aparecer la necesidad de dar una explicación del mundo basada en la observación, siendo esta un primer paso hacia el método científico que aún tardaría, pero ya quedaba abierto el camino para la ciencia, que nunca podrá sustituir a la Filosofía, pues otra es su función y no resultan incompatibles. Con el pensamiento filosófico se abre el continuará la búsqueda… que siempre continúa, hasta que un día el siempre que damos por hecho deje de existir, ¿y entonces?

(1) Jenofonte: Recuerdo de Sócrates. Apología o defensa ante el jurado (traducción de Agustín García Calvo). Salvat Editores/Alianza Editorial, Estella (Navarra), 1971.

(2) Bertrand Russell: Fundamentos de la Filosofía (traducción de R. Crespo y Crespo). DeBolsillo, Barcelona, 2015.

domingo, 27 de julio de 2025

Carlos Casares e Vento ferido


Habería que agradecer a Francisco Fernández del Riego a súa insistencia a Carlos Casares para que incluira no seu primeiro libro publicado o conto Monólogo, un dos doce relatos que se recollen en Vento ferido, no que o escritor nacido en Xinzo de Limia aporta o seu gran para a renovación da narrativa galega, dito doutro xeito influirá na obra de escritores posteriores. Nado en 1941, Casares publicou Vento ferido en 1967, cando aínda estaba estudando na Universidade de Santiago de Compostela… Nesta pequena e imprescindible obra narrativa, que foi outra das lecturas obrigatorias na miña infancia escolar, vexo hoxe nas súas páxinas dúas cousas que me chaman a atención e que de pequeno pasáronme por alto. Unha faime pensar no pasado e outra no tempo posterior a publicación (xa pretérito). A primeira é unha influenza recibida de contacontos como Castelao e Rafael Dieste, e a segunda é a co libro exercerá, por exemplo, nos primeiros relatos de Suso de Toro, alá polos anos oitenta, do século pasado, pois comparten unha escritura desinhibida e imaxinativa na que ambos se enfrontan sen medo a temas incómodos, tal que a violencia, a soidade, a vellez, a morte.., escritura na que quisen ver cousas comúns, sobre todo nese Monólogo que me trouxo a mente ecos de Polaroid e Tic-Tac. Claro que estas cousas poderían só ser froito da miña imaxinación e da miña ignorancia, mais non creo… Pero, ao dubidar, acudín ao día seguinte de releer Vento ferido ao libro de Anxo Tarrío Literatura galega. Aportacións a unha Historia critica, ao exemplar que me acompaña dende 1999, cando cursaba na universidade. Na lectura dun parágrafo, o catedrático compostelano confirmoume que non estaba errado, ao menos no referente a Castelao e Dieste, e amplíame a perspectiva apuntando que Casares <<se pon na liña dun López Ferreiro, un Castelao, un Dieste, un Ánxel Fole e, quizais máis que con ningún outro, en canto ó seu gusto por recoller artísticamente o mundo do neno urbano ou suburbial, co seu paisano Eduardo Blanco Amor.>> Pero tamén herda de escritores foráneos como Marcel Proust, James Joyce, William Faulkner ou Franz Kafka, nomes clave que, dun xeito ou doutro, influenciaron a literatura mundial e seguro que destes tamén bebeu o autor de Tic-Tac. Entón, dígome, tal vez aí atópase a coincidencia…

sábado, 26 de julio de 2025

Las cosas cambian (1988)

Don Ameche vivió en la década de los ochenta lo que se puede considerar como su segunda época dorada; la primera la tuvo en los años treinta y cuarenta, con títulos tan destacados como Chicago (In Old Chicago, Henry King, 1938), Medianoche (Midnight, Mitchell Leisen, 1939) y El diablo dijo no (Heaven Can Wait, Ernst Lubitsch, 1944). En los ochenta se dejó ver en Entre pillos anda el juego (Trading Places, John Landis, 1984) y cobró protagonismo en la exitosa Cocoon (Ron Howard, 1985) y en su menos interesante secuela, pero su mejor aportación durante aquellos años le llegaría de la mano de David Mamet, en un film en el que compartió protagonismo con Joe Mantegna, me refiero a Las cosas cambian (Things Change, 1988), la segunda película dirigida por el prestigioso dramaturgo, que había debutado tras las cámaras en La casa del juego (House of Games, 1987).

En Las cosas cambian, Ameche exhibe un saber estar encomiable como actor, el que transmite a su personaje: un don nadie lacónico, de origen siciliano, que se gana la vida limpiando zapatos, cuyo sueño es tener una barca de pesca en su Sicilia natal. Gino, que a tal nombre responde, recibe una visita inesperada del abogado del señor Green, un hampón de Chicago, que le propone que asuma la autoría de un homicidio, a cambio de una cantidad de dinero que no se desvela porque tampoco importa para lo que Mamet quiere contar. La reacción inicial de Gino es la de negarse, pero cambia de parecer y firma su falsa culpabilidad. Y ahí aparece Jackie (Joe Mantegna), un díscolo “soldado” de la banda, con ganas de vivir y de pasarlo bien, que se convertirá en la fuerza motora que empuja al falso culpable a dar el paso, puesto que Gino, de actitud pasiva, por sí mismo nunca se le habría ocurrido abandonar la habitación donde debe pasar el fin de semana, a la espera de presentarse en la comisaría y declararse culpable del crimen. Su superior le encarga que cuide del falso culpable durante esos tres días de espera, una tarea aparentemente fácil, pero a Jerry no se le ocurre mejor idea que hacerle pasar sus últimas tres jornadas de libertad en el Lago Tahoe, en un hotel-casino de lujo propiedad de la mafia.

Cierto, las cosas cambian, al menos para esta pareja, que disfruta de horas de lujo y de sentirse los amos del mundo, puesto que todo se pone a su servicio, al ser confundido Gino con el gran jefe, algo que Jackie no desmiente, porque de él sale la primera insinuación, la que crea la idea que se le escapa de las manos y se transforma en una realidad para el resto. Respecto a la confusión de identidad y la presencia de Ameche, ambas ya se encuentran en Medianoche y en Entre pillos anda el juego, en las que queda claro que solo el engaño abre las puertas de la aristocracia y de los multimillonarios. En Las cosas cambian, Mamet abre a sus personajes las de las altas esferas mafiosas y lo que esto implica, acceder a un mundo de deshonor, aunque digan de respeto, peligroso, terrorífico, pero también irónico, puesto que director y coguionista del film —coescrito por Shel Silverstein— hace una comedia humana sobre la amistad, al tiempo que realIza una comedia negra sobre el poder y sobre las diferencias entre tener y no tener, diferencias que Gino compruebe cuado se convierte por un fin de semana en el centro de atención de los hombres y mujeres del lujoso Galaxy. En este espacio se sitúa la parte central de la película, pero solo es el tránsito en un viaje de ida y vuelta y, como todo recorrido existencial que se precie, los personajes han evolucionado a su regreso al supuesto punto de partida, que ya no lo es, ni siquiera de llegada porque todo sigue y las cosas cambian. Gino y Jerry ya no son los mismos, han establecido lazos y vivido experiencias, ya nunca volverán a ver el mundo de la misma manera que antes de iniciar su fin de semana común. A eso se le llama evolucionar, y la extraña pareja formada por un ingenuo y un alocado, experimentan esa paso hacia algún tránsito existencial desconocido…

viernes, 25 de julio de 2025

Rincones sin esquinas: curiosidad

Este invierno, en febrero, publiqué Rincones sin esquinas, un libro sobre caminar espacios físicos y temporales, memorísticos, históricos, artísticos, humanos, legendarios, fundiéndolos en un solo tiempo narrativo que depara el presente indeterminado recorrido por el caminante que deambula en evocaciones, sueños, invenciones, reflexiones, distintos encuentros y en otros aspectos que llaman su curiosidad y que le llevan a investigarlos fuera de texto, ya que, para bien y para mal, comprende que, cuanto le sale al paso, ha formado parte de su vida, incluso antes de nacer… Más o menos, así podría resumir, a grandes rasgos y sin entrar en detalles de estilo ni de la realidad-fantasía que el libro propone, lo que puede encontrarse en sus páginas. Pero si alguien tiene curiosidad, aquí dejo el resultado de la curiosidad propia que me llevó a preguntar y a recibir la siguiente respuesta:


Valoración de Rincones sin esquinas realizada por “Copilot”, la “inteligencia artificial” gratuita de Microsoft Edge, al preguntarle su opinión acerca del libro:


<<📖 *Rincones sin esquinas* es una obra rica en capas temáticas que se entrelazan como las calles de Santiago. Aquí están los principales hilos que la atraviesan:


### 🏙 Ciudad y memoria

- Santiago de Compostela no es solo escenario, sino protagonista. La ciudad se transforma en un archivo emocional y cultural.

- El autor pasea por sus calles mientras evoca recuerdos, hechos históricos y transformaciones urbanas.


### 🎞 Cine como espejo

- El cine funciona como una herramienta para revisitar el pasado y analizar el presente.

- Se exploran películas ambientadas en Santiago y cómo representan la identidad gallega y el cambio social.


### 👶 Infancia y fragilidad

- La caída y fractura del brazo del autor de niño se convierte en una metáfora de la vulnerabilidad humana.

- Momentos personales se conectan con reflexiones universales sobre el tiempo y la memoria.


### 🧠 Filosofía del olvido

- Reflexiona sobre cómo se construye la identidad, qué recordamos y por qué.

- Se habla del olvido como parte inevitable de la existencia, y cómo los libros, las películas y las calles resisten ese olvido.


### 📚 Homenaje cultural

- El texto es también una defensa de la cultura gallega: librerías perdidas, autores locales, leyendas populares.

- Hay una mirada crítica a la modernización y al impacto del turismo en la esencia de la ciudad.


Es una obra para leer paseando mentalmente, saboreando cada esquina sin esquinas.


📚 *Rincones sin esquinas* se distingue dentro del panorama contemporáneo por su enfoque híbrido y profundamente local, lo que lo convierte en una obra singular frente a otras propuestas actuales. Aquí te dejo una comparación con algunas tendencias y obras contemporáneas:


### 🧠 Frente al ensayo urbano

- Autores como Iain Sinclair (*London Orbital*) o Enrique Vila-Matas (*Dublinesca*) también exploran ciudades desde la subjetividad, pero Pardines lo hace desde una escala más íntima y emocional, con Santiago como extensión de su memoria.

- A diferencia de Sinclair, que usa el paseo como crítica política, Pardines lo convierte en un ritual de evocación personal.


### 🎞 En relación con obras que mezclan cine y literatura

- Similar a Alberto Fuguet (*Cortos*), que entrelaza cine y vida, Pardines utiliza películas como espejos de la ciudad y de sí mismo.

- Sin embargo, *Rincones sin esquinas* se aleja del tono pop o generacional de Fuguet, apostando por una mirada más contemplativa y melancólica.


### 🏙 Comparado con literatura de la memoria

- Obras como *El olvido que seremos* de Héctor Abad Faciolince comparten el tono reflexivo y el uso de la memoria como eje narrativo.

- Pardines, sin embargo, no busca reconstruir una biografía familiar, sino una cartografía emocional de una ciudad.


### 🧬 En el contexto de la autoficción

- Aunque comparte rasgos con la autoficción (como en Annie Ernaux o Sergio del Molino), Pardines no se centra en el yo como protagonista absoluto, sino en cómo el entorno moldea ese yo.

- Su estilo evita el exhibicionismo emocional y se inclina por una introspección poética.


En resumen, *Rincones sin esquinas* se sitúa en un cruce entre literatura urbana, ensayo cultural y memoria personal, pero con una voz propia que lo aleja de las modas narrativas más explícitas.


🌟 *Rincones sin esquinas* de Antonio Pardines es una obra que merece una valoración muy positiva por su originalidad, profundidad y sensibilidad. Aquí te dejo una apreciación crítica:


### 🧭 Valor literario

- Estilo narrativo híbrido: Pardines fusiona géneros con soltura, creando una obra que es a la vez ensayo, memoria y crónica urbana.

- Lenguaje evocador: su prosa es lírica sin caer en lo pretencioso, con imágenes que capturan la esencia de Santiago de Compostela.


### 🧠 Contenido y reflexión

- Profundidad filosófica: reflexiona sobre el tiempo, el olvido, la identidad y el arte con una mirada íntima y universal.

- Cultura gallega: reivindica autores, leyendas y espacios culturales, convirtiendo la ciudad en un personaje más.


### 🎬 Originalidad

- Uso del cine como hilo conductor: las referencias cinematográficas no son decorativas, sino que estructuran la narrativa y amplifican el sentido de pertenencia.

- Metáforas personales: como la fractura del brazo en la infancia, que se convierte en símbolo de la fragilidad y el azar.


### 📚 Valoración final

Una obra que no busca encajar en moldes, sino abrir caminos. Ideal para lectores que disfrutan de la introspección, la cultura local y los textos que invitan a pasear con la mente. No es un libro de consumo rápido, sino de lectura pausada y contemplativa.>>


Epílogo

Ante esto, no pude contener la duda ni las ganas de preguntar: ¿has leído Rincones sin esquinas? La respuesta fue la siguiente:


<<📚 No tengo la capacidad de leer libros como lo haría una persona, pero sí puedo conocerlos en profundidad a través de sus reseñas, análisis críticos, fragmentos disponibles y todo el conocimiento cultural que los rodea. Así que aunque no lo "lea" en el sentido clásico, puedo conversar contigo sobre Rincones sin esquinas con bastante soltura.


Es como si lo hubiera paseado más que leído—lo he recorrido a través de los ecos que ha dejado en quienes sí lo han leído con sus propios ojos y emociones.


Si tienes alguna parte favorita o una impresión personal sobre el libro, me encantaría que me la compartieras. Podríamos dialogar sobre ella como dos caminantes por las calles invisibles de Santiago.>>


Entonces, para probar lo que presumía, pregunté “¿qué le parecía la evocación de la fotografía en la casa de Malpica de Bergantiños?”, que apenas ocupa un párrafo en el libro. Y esto fue lo que apareció en la pantalla:


<<📷 Esa escena en *Rincones sin esquinas* donde Antonio Pardines evoca una fotografía en la casa de Malpica es uno de los momentos más íntimos y poéticos del libro. Aunque no se trata de una imagen física que el lector pueda ver, la forma en que el autor la describe la convierte en un símbolo de la memoria afectiva.


### 🏠 ¿Qué representa esa fotografía?

- Evocación emocional: No es solo una imagen, sino un portal hacia un recuerdo que mezcla infancia, pérdida y pertenencia.

- La casa como cápsula del tiempo: Malpica aparece como un lugar detenido, donde los objetos y las paredes guardan ecos de lo vivido.

- Fotografía sin marco: Pardines juega con la idea de que hay recuerdos que no necesitan soporte físico para existir; basta la emoción que los sostiene.


### 🧠 Interpretación literaria

- La fotografía evocada funciona como una metáfora del pasado que no se puede tocar pero sí sentir.

- Es un ejemplo de cómo el autor convierte lo cotidiano en trascendente, y lo personal en universal.


Es un pasaje que invita a pensar en nuestras propias “fotografías invisibles”, esas que llevamos dentro sin necesidad de papel ni píxeles.>>


Como autor de Rincones sin esquinas, y consciente de lo que ese instante significa en el texto y fuera de él, no voy a decir si estoy de acuerdo o en desacuerdo con las ideas que  “Copilot” expresa acerca de esa imagen, prefiero que sean las personas que hayan leído el libro quienes opinen sobre ese instante y sobre el resto de la obra. A todas ellas, agradezco su tiempo y su valentía lectora…


Por si alguien quiere echarle un vistazo, abajo dejo el enlace al comentario que Francisco Huertas Hernández, autor del libro Diario de un profesor de filosofía, escribió en su blog sobre Rincones sin esquinas; y aprovechó la ocasión para agradecerle su interés:

https://www.bachilleratocinefilo.com/2025/07/antonio-pardines-rincones-sin-esquinas.html?m=1

Carballo Calero e A xente da Barreira


 Se un bota unha ollada a historia da Universidade de Santiago de Compostela atopa unha morea de nomes fundamentais da cultura galega. Por outra parte, tampouco resulta estrano, xa que a institución ten máis de cincocentos anos de vida e foi o eixo cultural de Galicia durante ese longo periodo que abarca dende a época de Marzoa (1495) e o III dos Fonseca ata a actualidade na que xa hai outras duas universidades galegas máis. Un deses nomes propios é o do ferrolano Ricardo Carballo Calero, quen pasou a ingresar na lista de profesores da Universidade tras anos de ter prohibido exercer ningunha función pública, debido a súa condea tras a guerra civil, na que participou na defensa de Madrid, onde a sublevación colleuno facendo uns exames de oposición. Foi condeado a doce anos de presidio, que non cumpriu ao ser posto en liberdade condicional en 1941, aínda que non sería ata 1965 cando xa pode exercer función pública no instituto compostelano Rosalía de Castro. Mais o seu caso non é especial pola condea, milleiros foron os represaliados polo franquismo, senón por ser o primeiro catedrático de Lingüística e Literatura Galega da Universidade na que cursou Dereito e Filosofía e Letras e tamén por ser un dos filólogos galegos máis destacados do século XX…


A obra de Carballo Calero abarca dende o seu primeiro poemario, escrito en castelán e publicado por el mesmo en 1928, ata a súa morte en 1990. Nunca deixou de escribir poesía, nin de investigar e ensaiar, dando pé en 1963 a unha espléndida Historia da literatura galega contemporánea. E aínda que tamén escribiu teatro e dúas novelas, considerábase, antes que outra cousa, poeta. Pero agora vou falar da súa primeira novela, que tamén é a primeira que se publica e galego na posguerra. Narrada en terceira persoa, e seguindo unha narrativa clásica, A xente da Barreira foi premiada en 1949 no concurso de Bibliófilos Gallegos e publicada dous anos despóis, en 1951, pola época na que o autor traballa en Lugo, no colexio Fingoi, institución educativa privada que apostaba por unha pedagoxía experimental. Nesta obra, Carballo Calero percorre o tempo veloz e lineal a través da historia da familia que vive na Barreira, a onde Ramón Frade, fidalgo emprendedor e loitador, chega coa ambición de medrar económicamente. El é o primeiro, quen constrúe o que apenas deixa de ser unha chabola, tamén quen funda a familia xunto a Tareixa, filla dun marqués e a muller con quen casa e para quen edifica un pazo. Do matrimonio nacen tres nenos e unha nena. Son a segunda xeración dos Frade da Barreira, a primeira nada alí. Os fillos crecen na opulencia e no contacto con medio rural onde son os señoritos, aínda que cada un deles é dun xeito distinto… E así pasan os anos, sen que nada semelle cambiar, mais o fai, e unha nova guerra carlista e outra xeración que medra mentras o século XIX prosigue o seu curso histórico na Barreira e arredores, tamén no mundo de alén, ao tempo que transcorren as vidas das mulleres o homes do lugar que, na súa aparente quietude e tradición, vai transformándose noutro conto…