sábado, 5 de octubre de 2013

La isla de las almas perdidas (1932)


La figura del científico visionario, cuyo afán idealista transgrede los límites de la ética, encuentra su origen literario en el Victor Frankenstein ideado por Mary Shelley, a raíz de este personaje surgirían otros ilustres de la literatura del siglo XIX y principios del XX como el Doctor Jekyll o su homólogo Moreau, que también serían fuente de inspiración para las producciones cinematográficas de terror que proliferaron en la década de 1930. En ellas se combinaron con acierto horror, ciencia-ficción y la presencia de mad doctors como Jekill en El hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and Mrs HydeRouben Mamoulian, 1931), Frankenstein en El doctor Frankenstein (FrankensteinJames Whale, 1931) Gogol de Las manos de Orlac (Mad Love, Karl Freund, 1932), Moreau de La isla de las almas perdidas (Island of Los SoulsErle C.Kenton, 1932) y otros tantos científicos que, en su obsesiva búsqueda, traspasaron barreras que provocaron su caída en el abismo, aunque su descenso sirvió para que los cineastas ofrecieran sus reflexiones antropológicas sobre el comportamiento humano. Dos de estos eminentes hombres de ciencia, estimulados por las posibilidades que desarrollan sus mentes, tuvieron su punto de partida en dos novelas de H.G.Wells: La isla del doctor Moreau y El hombre invisible; sin embargo, ni La isla de las almas perdidas ni El hombre invisible (The Invisible ManJames Whale, 1933) fueron del agrado del escritor. Ambos títulos tienen en común el protagonismo de un científico que se aparta de convencionalismos morales y sociales para acceder a la evolución que persiguen, aunque Moreau (Charles Laughton) no experimenta consigo mismo, cuestión que no impide que se convierta en una víctima directa de su hallazgo, porque, en su intento de dotar de humanidad a las bestias, pierde la suya. Moreau es un visionario obsesionado que, según sus palabras, ha desarrollado un proceso que permite un salto evolutivo de miles de años. Pero su trabajo ha podido con él y, si en algún momento el idealismo había guiado sus intenciones, este desapareció cuando asumió la idea de ser un creador todopoderoso, con derecho a controlar su obra sin considerar que las criaturas a las que da forma también les ofrece la capacidad de sentir, pensar y de mostrar emociones tan humanas como la confusión, el miedo, el deseo o la necesidad de elegir. <<¿Sabe lo que es sentirse Dios?>> le pregunta el doctor a Edward Parker (Richard Arlen) después de que el náufrago visite el laboratorio donde el científico le explica parte del proceso que ha seguido para humanizar a animales salvajes. Moreau, convencido de su omnipotencia, somete a las criaturas a las que ha dado vida mediante la ley que impone desde el violento condicionamiento que realiza en la temida "casa del dolor". <<Cuál es la ley?>>, pregunta a las bestias humanas con su látigo en mano, a lo que aquellas responden: <<¡no andar a cuatro patas, no comer carne y no derramar sangre!>>. Pero el doctor se olvida de que al convertir animales en humanos también les ha dado algo inherente a estos: la humanidad. Esta realidad se descubre a través de la mujer pantera (Kathleen Burke), capaz de sentir emociones como la soledad o el amor que en ella despierta el naufrago atrapado en una isla donde ambos comparten cautiverio. Para Parker el mundo creado por el científico es una aberración de las leyes naturales y sociales, no solo por los experimentos realizados, sino por la ausencia de valores en el comportamiento de Moreau, ya sea hacia los seres que habitan el lugar, sometidos a una ley que les imposibilita desarrollar cualquiera de las dos naturalezas que también habitan en los humanos, o hacia el propio Edward, que pretende servirse de él para continuar sus estudios. Moreau no presenta ningún tipo de conflicto o arrepentimiento que derive de sus actos, de hecho, no tienen cabida en su pensamiento, pues es el único que muestra una ausencia total de sentimientos humanos, y no puede mostrarlos porque estos dejaron de existir en el mismo instante que asumió su condición de encontrase por encima de quienes observa, para su propia satisfacción, sometidos a su voluntad demiúrgica. En el pensamiento del científico no existen límites que impidan sus intenciones, ni siquiera la presencia de Parker trastoca su conducta, que si bien es refinada no esconde su convencimiento de poder hacer y deshacer a su antojo, como demuestra su decisión de emplear a su invitado como conejillo de indias en su intención de comprobar las reacciones que aquel despierta en la sensible mujer felina. Pero el intruso solo tiene un deseo en mente, a parte del sexual que le despierta la pantera humana, que consiste en escapar de su cautiverio para reunirse con su prometida (Leila Hyams), aunque es ella quien se presenta en la isla poco después de descubrir el paradero de su amado. La aparición de Ruth coincide con la reflexión de las bestias humanas de que no son ni lo uno ni lo otro, porque su creador les ha privado de la posibilidad de pertenecer a cualquiera de los dos mundos que representan, realidad que Montgomery (Arthur Hohl), el ayudante del doctor, parece haber descubierto desde el desencanto que le produce saber que, en el afán de ser Dios, han sobrepasado los límites naturales para adentrarse en un terreno desconocido que no les pertenece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario