miércoles, 3 de junio de 2020

De tal padre, tal hijo (2013)


Nadie precisa un discurso para concluir que las relaciones humanas son complejas, que cada quien las vive, experimenta, cree, prioriza, siente o inventa según la suma de cuanto lo hace individuo. Tampoco sería justo ir más allá y establecer una sola respuesta para todos, un solo ser o un juicio universal para intentar comprender o atrapar las disparidades emocionales y sentimentales que las generan, unen y desunen. La sensibilidad con la que Hirokazu Kore-eda aborda las relaciones familiares y los lazos paterno-filiales en De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni naru, 2013) es suya y conmueve por la sinceridad que transmite a personajes que no fuerzan emociones, las viven en cada plano en el que asoman su cercanía, su distancia y su desorientación ante una realidad que implica un antes y un después en sus vidas. A Kore-eda no le interesa falsear ni manipular imágenes, personajes, sentimientos, ni dar respuestas tajantes; se acerca respetuoso, curioso e intenta comprender las contradicciones, las dudas y la desorientación que surgen a raíz de la notificación de que dos niños de seis años fueron intercambiados el día de su nacimiento. Pero antes de que la cotidianidad de las familias Nonomiya y Saiki salte por los aires, el director de Kiseki (2011) abre su película con la presentación de los primeros: un padre, una madre y, en medio de ambos, su hijo de seis años. No vemos a quien dirigen sus palabras, quizá un profesor o profesora, pero, mediante la omisión de dicho personaje, nos hablan a nosotros; nos expresan intimidades y comentan a quién o a quién no se parece el pequeño Keita (Keita Ninomiya). El padre asume que el carácter del niño es similar al de la madre, aunque, en realidad, muestra dudas sobre su hijo y la relación que les une, dudas que se agudizan cuando reciben la noticia de que el pequeño fue cambiado al nacer. Este es el detonante para que se plantee si es la sangre o la cercanía diaria la que depara el cariño y el amor entre padres e hijos. Pero el atractivo no reside en la respuesta, ni en la nuestra ni en la de Kore-eda, en el si tenemos claro que el roce hace el cariño, tal como expuso Chaplin en El chico (The Kid, 1920), o si lo reducimos a una cuestión de lazos de sangre. Lo interesante está en el camino que se inicia, en las dudas y en las certezas -los niños sienten por lo que han vivido, no por genética, y las madres viven una cercanía natural e instantánea a la que los padres no tienen acceso inmediato- que asoman, en las preguntas que plantea. ¿Qué es ser padre? ¿En qué consiste? ¿O cuándo un hombre se convierte en padre? Ser padre no es una cuestión física ni fruto de un instante de sexo compartido, sino que implica un después de proximidad, de intercambio y de aprendizaje; la compleja experiencia vital que en un primer instante no observamos en Ryota Nonomiya (Masaharu Fukuyama). La desorientación de los protagonistas adultos -que contagian con sus comportamientos y decisiones a los niños- en Ryota se transforma en la negación que, a la postre, resulta indispensable para comprender su egoísmo y sus carencias afectivas previas -que guardan relación con su padre y, desde esta experiencia anterior, con su hijo, quizá su idea filial-. Necesita comprender, precisa caminar en busca del paso que le descubra que el hijo también puede dar forma al padre, y no solo al revés. De apariencia altiva y fría, este arquitecto de éxito, exigente y entregado a su oficio, vive en la distancia familiar, lo que apunta a que sus juicios y relaciones serán insatisfactorias independientemente de quién sea su hijo. En un primer momento, deja entrever su decepción con Keita porque no encuentra ningún parecido que le recuerde a él. Aunque, en realidad, es incapaz de valorar al niño porque todavía no comprende que el pequeño no tiene que ser una proyección suya. Con el tiempo, lo comprenderá, así como tendrá acceso a aspectos que inicialmente pasa por alto y que le permitirán replantearse si <<la sangre siempre es más importante>>. ¿Lo es? Varios personajes dan su respuesta, incluso su propia relación de pareja le ofrece una, ya que no existen vínculos de sangre entre Midori (Michiko Ono) y él, pero la no conexión sanguínea no les impide reconocerse, quererse y finalmente fundar hogares comunes. Entonces, si Ryota vive con Midori, su mujer y, por tanto, su familia, ¿cómo puede asegurar que <<la sangre siempre es más importante>>? De tal padre, tal hijo contempla a este individuo en su negativa, en sus dudas, en su despertar y en su maduración, puesto que él (mucho más que el resto de implicados) vive una desorientación doble: por un lado, la individual (la de ser padre) y por otro, el conflicto global que, evidentemente, acabará afectando a los niños intercambiados; un conflicto que también permite establecer diferencias entre los cuatro personajes adultos en su cotidianidad, en su manera de entender las relaciones paterno-filiales, en la cercanía de los Saiki, que evidencian la distancia de los Nonomiya, o el aislamiento y las dudas de Ryota.

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