sábado, 13 de febrero de 2016

Boudu, salvado de las aguas (1932)


En el libro que André Bazin dedicó a la obra de Jean Renoir, el crítico apuntó que <<el encanto de Boudu está en la glorificación de la vulgaridad. En la formalización civilizada y desenfadada de la más fresca lubricidad. Boudu es un filme magníficamente obsceno>>. Esa tendencia a la lujuria se descubre en varios momentos de Boudu, salvado de las aguas (Boudu sauvé des eaux, 1932), pero, más allá de esta cuestión, la comedia filmada por Renoir a partir de la obra teatral de René Fauchois, opone a dos personajes en quienes se representa el comportamiento instintivo, aquel que define a Boudu (Michel Simon), y los convencionalismos de la clase burguesa a la pertenece el librero Edouard Lestingois (Charles Granval), aunque a este último no le importaría desprenderse de ellos cuando flirtea con su criada Anne-Marie (Séverine Lerczinska). En ese instante de galanteo, sus palabras evidencian deseo, aunque también su condicionamiento dentro de un espacio que no tarda en convertirse en el campo de batalla del enfrentamiento cómico que se inicia cuando Lestingois salva del Sena a su antagonista. Pero esta oposición satírica o, sería mejor decir, de sátiros, confronta al ser humano instintivo, aquel que nace de su propia naturaleza, con el ser socializado, y moldeado desde la cuna, sin que se alcance un entendimiento entre ambos, aunque sí un ligero acercamiento que no puede ir más allá de la negativa de Boudu a desprenderse de la esencia que lo distingue de sus anfitriones, a quienes ignora en los instantes que intentan corregir su caótico comportamiento para que asuma su inclusión dentro del orden establecido. La imposibilidad de que esto suceda prevalece a lo largo del metraje de una comedia que Renoir desarrolló de manera distendida y teatral, dentro de un ambiente donde las normas guardan las apariencias que el "Dionisio" rechaza una y otra vez, porque no pretende alterar su modo de hacer o, en este caso, deshacer. De tal manera, aquel que fue salvado de las aguas se aferra a su comprensión desenfadada de la vida, y da la espalda a las buenas costumbres tras las que sus anfitriones adormecen lo que en el vagabundo se vivifica y magnifica, como si con ello demostrase que su anarquía lo libera de las ataduras de la razón, que le impedirían disfrutar de la libertad natural a la que han renunciado los habitantes de la casa, sobre todo, la mujer del librero (Marcelle Hainia), aunque esta no tarda en sucumbir a la atracción que el invitado despierta en ella. Así pues, desde el primer momento, se comprende que Boudu es un espíritu ajeno a cuanto se impone según modas e intereses. Como consecuencia, en el personaje de Michel Simon nada externo puede alterar su naturaleza, que no tiene que aceptar ni asumir porque esta es la que le da forma, por ello, un cambio en su conducta resulta impensable y, para corroborarlo, no duda en mostrar su ingratitud, sus pésimos modales, tanto en la mesa como en la higiene, o en casarse con Anne-Marie, para poco después darse a la fuga. Esta aparente rebeldía es su manera de reafirmarse en su negativa a asumir etiquetas que eliminarían su yo liberado de convencionalismos, el mismo yo que trae de cabeza a quien asume la responsabilidad de cederle su casa, sus ropas e incluso a su amante y a su mujer, porque el bueno de Lestingois ve en su contrario aquella parte de sí mismo que se perdió entre las normas que definen el entorno donde habita y al cual pertenece desde que acató la primera regla impuesta.

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