sábado, 25 de septiembre de 2021

El discreto encanto de la burguesía (1972)


¿Qué diferencia a un artista de otro, y a estos del resto? ¿Su mundo propio, edificado previo a su arte, sobre gustos, obsesiones, fobias, recuerdos, sueños y otras “irracionalidades” que, escapando a las explicaciones lógicas y científicas, se suman a la realidad en la que viven? Federico Fellini y Luis Buñuel tenían su universo personal y ninguno dejó de mostrarlo en la pantalla. Algunos cineastas, los nombrados son dos ejemplos excepcionales, convierten el cine en sueños y sus sueños en cine. Cierto que el italiano tomó contacto con el medio cinematográfico durante el neorrealismo, pero su filmografía evidencia que fue uno de los más grandes soñadores del celuloide y nadie más que él habría podido soñar la forma de sus películas, a pesar de crear escuela. Su personalidad artística, construida sobre experiencias y circunstancias propias, es irrepetible, como también lo son la de Buñuel y la de una minoría selecta de cineastas que ha hecho del cine un espacio de ensoñación que escapa de la realidad para insistir en ella, aunque “ella” sea la suya. Fellini habló de Buñuel, conocía su obra, pero en esto no hay nada de especial, pues ambos coinciden en el tiempo y en el oficio; se reconocen y, en ocasiones, lo expresan: <<De Fellini me gustan también La strada, Las noches de Cabiria, La dolce vita. No he visto I vitelloni, y lo siento. En cambio, en Casanova me salí mucho antes del final>>.1 Son ilusionistas de celuloide, crean imágenes físicas, al darles forma en la pantalla, a partir de las mentales. Por otra parte, Fellini decía muchas cosas y pocas deben interpretarse literal, pero de sus palabras sobre Buñuel y El discreto encanto de la burguesía (Le charme discret de la bourgeoisie, 1972) no creo que exagerase. Para alguien como él, que comprende que la exageración va en la misma interpretación de cuanto somos y de cuanto nos rodea, ¿qué puede significar “exagerar”, sino hablar de la realidad dotándola de su inseparable compañera la imaginación? ¿Exageraba cuando dijo que <<El discreto encanto de la burguesía es la película más enigmática, total y emblemática de Buñuel, que es un cineasta genial. Quisiera decir que Buñuel es el más genial de todos porque logra una operación que solo a él le sale bien: hacer que el cine se exprese con su lenguaje más propio, auténtico y puro, el lenguaje con el que se expresa el sueño. En sus películas, Buñuel sueña por nosotros, los espectadores>>2? Habrá quien no comparta su opinión y quien no comprenda a qué me refiero cuando hablo de exageración. No se trata de deformar la realidad, magnificándola o minimizándola; sencillamente, en artistas como Fellini es darle su forma, la de su sentir, y eso es lo que hace cuando atribuye a Buñuel la capacidad de soñar por nosotros, los espectadores. Y es cierto, el de Calanda sueña y construye El discreto encanto sobre instantes que no ocultan su origen onírico. Sueña mucho más que una película que le supuso el Oscar a mejor película de habla no inglesa, algo que por otra parte poco le importaría, y una cena gratis en casa de George Cukor, cuya afición por las celebraciones podría compararse con el rechazo que su homenajeado decía sentir por ellas.



El cineasta aragonés reúne en un mismo espacio cinematográfico su gusto por el tiro y las armas de fuego —la escena en la que el personaje de Fernando Rey dispara sobre un perro de juguete o la del obispo jardinero (Julien Bertheau), que hace lo propio sobre el moribundo a quien acaba de dar la extrema unción—, los sueños —el del soldado que se encuentra con un conocido muerto seis años atrás o el sueño dentro de un sueño de François (Paul Frankeur)—, lo inexplicable —el joven teniente narra a Simone (Delphine Seyrig), Florence (Bulle Ogier) y Alice (Stephane Audran) un instante trágico y espectral de su infancia—, la receta del Dry Martini —François los prepara a la manera de Buñuel mientras aguardan por una comida que nunca llega— y tantas otras cuestiones que, pieza a pieza, crean ese mundo donde lo irreal y lo real caminan por una carretera, sin destino, de la mano de la ironía y del humor de un cineasta consciente de que puede hacer su cine sin tener que dar explicaciones.



<<Adoro los sueños, aunque mis sueños sean pesadillas, y eso son las más de las veces. Están sembrados de obstáculos que conozco y reconozco. Pero me es igual>>.3 Tales obstáculos, sueños y pesadillas reaparecen en ese mundo reconocible e irrepetible del aragonés, un mundo por donde pasean fantasmas, ensoñaciones, humor y personajes tan pintorescos como ese grupo que en El discreto encanto de la burguesía no logra satisfacer su estómago en las distintas reuniones gastronómicas. La imposibilidad se presenta desde el inicio, cuando los invitados acuden a la casa de Alice y Henri (Jean Pierre Cassel) y este no se encuentra allí porque se ha confundido con la fecha. Esta situación, inspirada en la anécdota ocurrida al productor Serge Silberman, abre el recorrido de seis personajes que no precisan buscar a su autor, puesto que Buñuel les guía en todo momento, para jugar con ellos y, aunque no asome físicamente, introducirse en la pantalla y crear un ingenioso y esperpéntico deambular por sendas donde realidad y sueño se confunden, y donde lo inexplicable no busca explicación.



<<Es que los sueños son una continuación de la realidad, de la vida de vigilia. En una película solo adquieren valor si no anuncia usted: “Esto es un sueño”, porque entonces el público dice: “Ah, es un sueño, entonces no tiene importancia.” El público se decepciona. Y la película pierde misterio, poder de inquietar.>>4 Buñuel no precisa más hilo conductor para su relato que esos seis personajes a quienes castiga sin concluir una cena: en el restaurante donde escuchan los lloros lastimeros que proceden de la sala contigua y descubren que allí se vela un cuerpo presente o en la mansión de Alice y Henri, donde la comida apenas llega a servirse, sea por la confusión que genera a los invitados la ausencia de los anfitriones o debido a la irrupción del coronel (Claude Piéplu) y sus soldados, que adelantan un día sus maniobras. Así, Buñuel logra introducir en la misma sala sueño, Ejército, burguesía, Iglesia, representada en el obispo obrero cuya pasión por la jardinería da pie al esperpento y a la confusión de identidad por parte de los anfitriones, que, primero, le echan a patadas de la casa —ya que viste de faena— y, minutos después, vestido de obispo, se inclinan, piden disculpas y le tratan con sumo respeto. Si los burgueses de El ángel exterminador (1962) no podían abandonar una habitación, los de El discreto encanto de la burguesía no pueden hacer realidad ninguna de sus cenas ni almuerzos. Tal imposibilidad está cargada de comicidad, de la genialidad de un cineasta que encuentra en sus personajes la posibilidad para introducir sus temas y dar rienda suelta a su humor negro, antidogmático, y a su rica inventiva, que no deja de ser una vuelta de tuerca a imaginación que sueña y recuerda.



1,3.Luis Buñuel: Mi último suspiro (traducción Ana María de la Fuente). Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2018.


2.Federico Fellini: Les cuento de mí. Conversaciones con Costanzo Costantini (traducción de Fernando Macotela). Sextopiso, Madrid, 2006.


4.Buñuel en Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel. Entrevistas y conversaciones. Plot Ediciones, Madrid, 1993.

2 comentarios:

  1. Contrariamente a lo que suele ser habitual en muchos directores, acomodados y absorbidos por la industria una vez alcanzan el éxito, el cine de Buñuel evolucionó, sin embargo, hacia posturas cada vez más subversivas. La figura del obispo o de los militares, en esta película, son claro ejemplo de ello.

    Saludos.

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    1. Coincido. Su cine nunca dejó de evolucionar: del surrealista inicial al más pasional del periodo mexicano, de ahí al más subversivo en sus películas españolas y al irónico francés, pero siempre con esa mirada inconfundible que va sumando provocación, formas y sueños al conjunto de la evolución.

      Saludos.

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