miércoles, 9 de febrero de 2022

Neruda (2016)



A nadie sorprende que el chileno
Pablo Larraín tome a personaje real (Pablo Neruda, Jackie Kennedy, Diana Spencer) y realice un planteamiento cinematográfico que lo sitúe entre la realidad y la fantasía, en un espacio donde las impresiones, las emociones y la ensoñación fluyen bajo la piel del personaje en cuestión, algo que ya apunta en el protagonista de Tony Manero (2008). Pero esto que ahora parece claro, después de realizar Jackie (2017) y Spencer (2021), cuando estrenó Neruda (2016) quizá sorprendiese, ya que el título apunta hacia una biografía cinematográfica de un personaje ilustre, pero la apuesta cinematográfica y la puesta en escena de Larraín lo desmienten, pues, aparte de sus notas biográficas, la película es una estupenda mezcla de realidad y ficción, literaria y cinematográfica. En suma, Neruda visto por el cineasta chileno es al tiempo realidad, leyenda, símbolo de libertad, un perseguido y autor de su propio mito: el que le sobrevive y le hace vivir más allá de la muerte. <<En esta ficción todos giramos alrededor del protagonista>>, le dice Delia del Carril (Mercedes Morán) al policía que, incansable, persigue al autor de Canto General. En este instante, la sensación de estar en una ficción, en un sueño del poeta, se agudiza en las imágenes y en la omnipresente voz que se deja escuchar desde el inicio hasta el final del metraje. Es la voz del perseguidor inventado (Gael García Bernal), la del perseguidor que introduce al Neruda (Luis Gnecco) que lo piensa para desarrollar su historia y la de Chile en 1948, cuando el poeta, entonces senador comunista, se enfrenta al presidente González Videla, cuya represión contra los mineros en huelga, lleva al escritor a calificarle de rata y traidor. Ese instante y la postura presidencial son un primer paso contra la democracia, un paso que se confirma con la aprobación de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, la cual prohíbe el partido comunista, lo que también implica que Neruda pase a la clandestinidad donde se oculta antes del exilio. La película desarrolla este instante de la historia chilena, que enlaza con la guerra fría que condiciona el orden y el desorden mundial que dominará durante las siguientes décadas. Larraín apunta contactos entre ambos, de igual modo que deja entrever el futuro, ya pasado, con la persecución de militantes comunistas y el encierro de trabajadores en el campos de prisioneros a cargo de un joven Pinochet. Durante los primeros compases de Neruda, el poeta vive la comodidad y cotidianidad de su fama, de sus escritos, de su cargo en el senado, el cual, debido a su ideología contraria al orden establecido, pasa de la legalidad democrática a la clandestinidad que apunta la dictadura que se impondrá en la década de 1970. Como consecuencia, el gobierno pone en marcha una campaña de desacreditación y ordena a Oscar Peluchonneau la detención del escritor, lo que provoca un cambio en la cotidianidad del futuro premio Nobel de Literatura (1971), una cotidianidad que, más que clandestina, se torna onírica y da pie a la fabulación de un enfrentamiento entre dos imágenes que se complementan para mostrar a un poeta que se niega a permanecer oculto, y que inicia un juego en el que va dejando pistas a su némesis mientras este va accediendo a la naturaleza humana y creativa del escritor.

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