lunes, 5 de junio de 2017

El demonio y la carne (1926)

Después de sus destacadas interpretaciones en La saga de Gösta Berling (Gösta Berlings sagaMauritz Stiller, 1924) y en Bajo la máscara del placer (Die freudlose GasseG.W.Pabst, 1925), filmadas en Suecia y Alemania respectivamente, Greta Garbo llegó a Hollywood acompañando al director que la lanzó a la fama, pero no fue Mauritz Stiller quien la consagró en suelo californiano. La inadaptación de su mentor y pareja dentro del sistema de estudios provocó su caída en el ostracismo y el honor de dirigirla en más ocasiones recayó en Clarence Brown, con quien la actriz sueca trabajaría en siete ocasiones, siendo la primera El demonio y la carne (Flesh and the Devil, 1926). Aunque ya había sobresalido en sus dos anteriores películas estadounidenses, Torrente (TorrentMonta Bell, 1926) y La tierra de todos (The TemptressFred Niblo, Mauritz Stiller, 1926), su tercer film estadounidense descubre a una actriz diferente, con un magnetismo quizá nunca visto con anterioridad en la pantalla, capaz de eclipsar a la estrella masculina John Gilbert (de evidentes limitaciones dramáticas), a quien figurativamente la musa nórdica se come en cada una de las escenas que comparten en este y posteriores films. El demonio y la carne centra su atención en el triángulo amoroso que completa el personaje de Lars Hanson (que también llegó a Hollywood tras el éxito de La saga de Gösta Berling), el primero de los protagonistas que asoma por la pantalla para descubrirnos la amistad que le une desde niño a Leo van Harden (Gilbert), una amistad que ambos asumen eterna, aunque esta se verá amenazada por la presencia de Felicitas (Garbo), la mujer que Leo descubre en el anden de la estación a su regreso a casa. En ese instante, ella se convierte en el objeto de deseo y, en su siguiente encuentro, él en el de ella. La atracción los convierte en amantes sin que el protagonista masculino sepa que se trata de una mujer casada. Esto lo descubre poco después, cuando el conde von Rhaden (Marc McDermott) los sorprende y lo abofetea con su guante para retarlo al duelo tras el cual Leo se ve forzado a partir hacia su exilio africano. Sin explicar a Ulrich el verdadero motivo, le pide que atienda a Felicitas durante su ausencia, pero, ajeno a la relación amorosa de su amigo, siente hacia la viuda la misma sensación que esta había provocado en Leo, lo cual anuncia la circunstancia que el exiliado conoce tras tres años en África, cuando regresa al hogar con un único pensamiento (Felicitas) y descubre que ella ha incumplido la promesa de <<cuando regreses, Leo, te estaré esperando>>. Casado con su amigo, la ruptura de las dos relaciones parece inevitable, ya que Leo sufre al comprender que la mujer amada ahora es la esposa del hombre que ama. Del mismo modo Ulrich sufre porque no puede soportar el distanciamiento de su compañero, lo cual provoca que Felicitas ruegue a su antiguo amante que no deje de verlos. Sin embargo, cuanto hace, no lo hace para unir a los amigos, sino para estar cerca del hombre que desea y a quien intenta seducir (y seduce) haciéndole creer que partirá con él para iniciar una vida en común que nunca llega a materializarse, porque en el último momento ella prefiere el lujo a la incertidumbre de partir con quien asegura amar. Por lo tanto, más que vampiresa, el personaje interpretado por Greta Garbo es una mujer que necesita rodearse del lujo y de la seguridad que Leo no puede ofrecerle (primero por su exilio y posteriormente porque tendría que huir sin más que lo puesto), pero ninguna de sus posesiones materiales le permite sentir la plenitud compartida con su amante, pues en ninguno de sus dos maridos logra la satisfacción pasional que encuentra entre los brazos de un hombre atormentado y dividido entre dos amores.

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