martes, 8 de abril de 2014

Correo diplomático (1952)

Poco después de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, y como consecuencia del distanciamiento siempre existente entre soviéticos y aliados, las producciones de espionaje rodadas en Hollywood sustituyeron al enemigo nazi que se descubría en Enviado especial (Alfred Hitchcock, 1940) o El ministerio del miedo (Fritz Lang, 1943) por aquel que se encontraba más allá del telón de acero. Este nuevo enfoque cinematográfico encontró su razón de ser en la realidad surgida tras la contienda, que dividía el planeta en los dos grandes bloques político-ideológicos que se enfrentaron en películas como El telón de acero (William A.Wellman, 1946), La gran amenaza (Gordon Douglas, 1948), Danubio rojo (George Sidney, 1949) o Mi hijo John (Leo McCarey, 1952). Más cercana a un cine de espionaje de aventuras se descubre Correo diplomático (Diplomatic Courier), que además de exponer la rivalidad entre ambos bandos destaca por ser una entretenida e interesante mezcla de cine negro, intriga y desventuras, que tiene en Mike Kells (Tyrone Power) a su inexperto protagonista. Pero antes de centrarse en los avatares en los que se ve inmerso este personaje, Henry Hathaway realizó una breve introducción semidocumental de la organización que contacta con el funcionario, que presenta como rasgo principal la desorientación creada por el ámbito al que accede como consecuencia de la misión que se le encomienda desde Washington. Dicho encargo tiene como fin el contactar con su amigo Sam Carew (James Millican) en la estación de Salzsburgo, donde el agente debe entregarle unos documentos secretos de vital importancia. Sin embargo, la presencia de espías rivales obliga a Carew a subir de nuevo al tren en el que viajaba, impidiendo su contacto con el inexperto correo, a quien se le presenta la duda de cómo actuar en una situación que ya desde ese instante le supera. A lo largo del film, Kells muestra su inocencia a la hora de comprender un entorno habitado por individuos como el coronel Cagle (Stephen McNally), que no duda en utilizarle como cebo para conseguir la información, o Joan Roos (Patricia Neal), quien lo manipula desde su primer encuentro en el avión que despega de París hasta su reencuentro en Trieste, donde el enviado especial tampoco sospecha que exista nada anómalo en la presencia de esa mujer que se confiesa atraía por él. La ciudad libre de Trieste se descubre como un nido de espías, oscuro y amenazante para la seguridad de Kells durante su búsqueda de Janine (Hildegarde Neff), la joven que acompañaba a Sam en el tren donde aquel fue asesinado poco antes de poder entregarle el microfilm. A pesar de algunas carencias, Correo diplomático resulta una película de ritmo trepidante y de acertado planteamiento, que muestra a ese hombre confundido por circunstancias, que a duras penas supera, y perseguido por peligros que a menudo salva gracias a la intervención de su ángel custodio, el sargento Guelvada (Karl Malden), o, irónicamente, gracias a esa misma inocencia que le define y le mantiene alejado de la ambigüedad moral que se descubre en el resto de personajes, ya sean de uno u otro bando, condicionados todos ellos por un presente también ambiguo en el que se desarrolla la guerra silenciosa de la que forman parte.

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