jueves, 31 de diciembre de 2015
Semilla de maldad (1955)
jueves, 24 de diciembre de 2015
Mujeres en Venecia (1967)
(1) Joseph L. Mankiewicz en Michel Ciment: Billy y Joe. Conversaciones con Billy Wilder y Joseph L. Mankiewicz (traducción de David Rodríguez Trueba). Plot Ediciones, Madrid, 1994.
lunes, 21 de diciembre de 2015
Sansón y Dalila (1949)
En la obra cinematográfica de Cecil B.DeMille la presencia de la mujer adquiere suma importancia en el devenir de los personajes masculinos, de ahí que algunas de las que asoman por El signo de la cruz, Cleopatra, Piratas del mar Caribe o Policía Montada del Canadá resulten vitales en el desarrollo de los hechos que afectan a los protagonistas, cuestión esta que cobra mayor relevancia si cabe en Sansón y Dalila (Samson and Delilah), ya que la joven a la que alude el título provoca la caída de aquel a quien, más que amar, desea. Pero ¿y si Sansón no luciese la melena que le concede su fuerza sobrenatural? ¿Lo desearía de igual manera? Posiblemente no, ni tampoco saldría en las páginas del Libro de los Jueces y seguro que a Cecil B.DeMille no le habría servido como héroe de una película colorista y acartonada en la que, una vez más, empleó una perspectiva simplista y partidista, la suya, que se desentiende del rigor histórico y de la reflexión, porque en su concepción de cine como espectáculo, ni lo uno ni lo otro tienen cabida. Como consecuencia, el cineasta prescindió de cuanto no servía a sus fines, que si bien resultan conservadores en ciertos aspectos, muestran lo contrario en otros. De modo que DeMille se decantó por el erotismo y la sexualidad en detrimento de cualquier otra cuestión, por ello, si se profundiza más allá de esta intención, Sansón y Dalila naufraga en los aspectos históricos, narrativos y épicos, pero sobre todo naufraga en la falta de credibilidad del personaje interpretado por el inexpresivo Victor Mature, un actor que apenas podía ocultar sus carencias dramáticas. Esta circunstancia jugó en contra del héroe, pero, por suerte, la balanza se equilibró gracias a la presencia de la villana encarnada por Hedy Lamarr, aunque más que de una villana, habría que referirse a ella como una mujer caprichosa y despechada que busca vengarse del rechazo inicial que el danita muestra hacia sus encantos. Este rechazo encuentra su explicación en Semadar (Angela Lansbury), hermana de la femme fatale, a quien el coloso pretende convertir en su esposa, hecho que introduce el triángulo amoroso que se descubre en otras producciones del responsable de Los diez mandamientos. Sin embargo, en esta ocasión, no se trata de dos hombre y de una mujer, sino de dos mujeres y un hombre, aunque este posea la fuerza de cien, la misma que no le sirve para resistirse a la belleza y al erotismo de Dalila, capaz de manipular a cuantos incautos se crucen en su camino de castigar y someter a Sansón.
jueves, 17 de diciembre de 2015
La sal de la tierra (1952)
Aparte de la polémica que suscitó su rodaje y de los diversos intentos para impedir que la producción viera la luz —48 años después, el largometraje Punto de mira (One of the Hollywood Ten; Karl Francis, 2000) expuso las dificultadas del rodaje y la persecución a sus autores—, las imágenes de La sal de la tierra evidencian influencias del neorrealismo, del cine social soviético y del género documental, por lo que su puesta en escena es directa a la hora de mostrar a los mineros de origen mexicano en su intento de poner fin a la injusticia de la que son víctimas, para, de ese modo, igualarse en condiciones con el obrero de origen anglosajón. Este tema, abordado desde la perspectiva de los autores, se presenta en la lucha de los desheredados y desheredadas contra la explotación que sufren a manos de sus patrones, aunque, sobre todo, llama la atención por su crítica hacia el comportamiento de los propios obreros con respecto a sus mujeres, quienes, en un determinado momento del film, alcanzan el derecho a votar en una reunión sindical, un avance impensable antes de estallar el conflicto laboral. En este aspecto, Esperanza Quintero (Rosaura Revueltas) asume la posición de Ramón (Juan Chacón), su marido, la misma que él cree corresponderle porque tiene el convencimiento de que la protesta es cosa de hombres. En su visión conservadora de la unidad familiar, Ramón considera que el lugar de Esperanza se encuentra en el hogar, con su familia, cuidando de los hijos mientras él lidera el movimiento sindical que ha llevado a los trabajadores a la huelga indefinida, la cual conlleva el hambre y los atropellos por parte de quienes se verían perjudicados por los cambios exigidos. Pero nada de lo que estos hagan puede frenar el proceso iniciado, que se reafirma cuando se igualan ambos sexos en el montaje en paralelo de dos escenas en las que se suceden la tortura de Ramón y el sufrimiento de Esperanza al dar a luz, dos imágenes que se relevan en la pantalla para simbolizar el nacimiento de una realidad más justa que no puede ser destruida por la fuerza, y que será el legado que los hijos reciban de sus mayores para vivir en un mundo que quizá en algún momento pueda ser más solidario, tolerante y verdaderamente libre.
sábado, 12 de diciembre de 2015
Murmullos en la ciudad (1951)
Aparte de su posicionamiento a favor de las libertades, el cineasta también pudo expresar su inclinación hacia una medicina humanista, que tiene como principio y fin el paciente, tanto desde una perspectiva física como psíquica. Esta visión médica del responsable de Operación Cicerón (Five Fingers, 1952) se personaliza en la figura del doctor Praetorius (Cary Grant), quien asume como base fundamental de su trabajo el respeto y la preocupación por sus pacientes, a quienes trata como lo que son, seres humanos con nombre y rostro, con miedos y esperanzas, por eso asume un tono familiar y se dirige a ellos por su nombre de pila, mientras les insufla dosis de optimismo como parte de su terapia, la misma terapia que el doctor Elwell (Hume Cronyn) califica de poco profesional y de la que se vale para acusar a su homólogo de ser un curandero que desprestigia la profesión médica. Este personaje, intolerante y conservador en extremo, hurga en el pasado de su colega buscando cualquier indicio que le desprestigie ante el comité de la universidad donde ambos ejercen como docentes, y lo hace porque ni comprende ni comparte la postura humanista y moderna de un médico cuyo pensamiento choca de pleno con un entorno anclado en viejas costumbres, las cuales impiden ver al paciente más allá de alguien a quien medicar, sin entrar en consideraciones que Noah sí observa, como sería el estado anímico de las personas que tiene a su cuidado. El ejemplo más claro a este respecto se encuentra en su relación con Deborah Higgins (Jeanne Crain), la joven embarazada que intenta quitarse la vida como consecuencia de la noticia de su estado. Pero, a pesar de su intento de suicidio, el doctor descubre en ella a alguien más que a una mujer desesperada, en ella ve una vida llena de promesas y esperanzas, por ese motivo decide mentirle sobre su embarazo, para que la joven se aferre a ese renacer al que accede tras la no consumación de su muerte. Como cualquier película hecha en el Hollywood del momento, la presencia de una historia de amor era casi obligatoria por cuestiones comerciales, como consecuencia esta relación médico-paciente se convierte en un romance, aunque los sentimientos de los enamorados no son más que la escusa para acceder a otro entorno igual de intolerante que el médico-universitario, el habitado por personas como John Higgins (Will Wright), el tío de Deborah y un hombre que, tras su severa visión moral, esconde la ignorancia y la intolerancia que le permiten creerse en posesión de una verdad absoluta, que ni existe ni tiene cabida dentro del humanismo representado por los personajes positivos de un film muy especial en la filmografía de Mankiewicz y reflejo del Hollywood de la época.
viernes, 11 de diciembre de 2015
Rififí en la ciudad (1963)
jueves, 10 de diciembre de 2015
Por quién doblan las campanas (1942)
martes, 8 de diciembre de 2015
Historias de Nueva York (1989)
Algunas ciudades son escenarios propicios y recurrentes para desarrollar historias cinematográficas, sus calles, edificios, monumentos, puentes y parques resultan familiares para quienes nunca los han pisado, porque gracias al cine se han convertido en marcos geográficos populares donde sueños y pesadillas, comedias o dramas encuentran su espacio. Una de estas metrópolis, quizá la más reconocida y con mayor número de historias de película, es Nueva York, a veces una real, a veces una de decorado, pero siempre New York, New York con símbolos tan emblemáticos como aquel al que trepó King Kong. Aunque este romántico incomprendido no lo hizo por las vistas que se contemplan desde lo alto del Empire State, unas panorámicas que tienen su encanto, no lo discuto, pero es un encanto distinto al que uno siente cuando llega a casa después de Un día en Nueva York recorriendo Las calles de la ciudad en compañía de Travis, un Taxi Driver cuyo insomnio le impide pensar en ser amigo y mentor de Uno de los nuestros. Ya acomodado en El apartamento, Mientras Nueva York duerme, alguien llama a la puerta y se descubre que La tentación vive arriba, de modo que pierde interés el continuar mirando a La ventana de enfrente, donde El orgullo de los Yankis observa a través del cristal la escuálida figura de una joven transeúnte que se detiene en Tiffany's al amanecer, y sueña con un Desayuno con diamantes que no se puede permitir. Aunque siempre hay alguien que puede, quizá El Padrino tras su ascenso en Little Italy o quizá cualquier tiburón de las finanzas de Wall Street de camino a La calle 42, donde alguien exclama que Empieza el espectáculo. Se podría hablar durante horas de alegrías, fantasías, frustraciones, miedos, penas o sueños cinematográficos que se vivieron y se viven en Manhattan o en el resto de La ciudad desnuda, un escenario tan real como ficticio, donde se viven amores, atracos, violencia, amistad, risas o lágrimas. Aparte de servir de escenario, esta ciudad se convierte en un personaje más para cineastas como Martin Scorsese o Woody Allen y, en menor medida, para Francis Ford Coppola, tres grandes realizadores que se asociaron para contar unas Historias de Nueva York (New York Stories) que, como aclara su título, se desarrollan en suelo neoyorquino, aunque alguien podría añadir que también en su firmamento, donde el rostro de la madre de Sheldon se deja ver para avergonzar a su hijo en el episodio Edipo reprimido (Oedipus Wrecks). Pero esta película, que reunió a estos tres grandes directores, no llegó a ser lo que prometía, quedándose en un intento fallido, sobre todo el episodio filmado por Coppola.
La película, compuesta por tres mediometrajes que nada tienen que ver entre sí, tiene su nexo de unión en la presencia de la ciudad, aunque en el episodio de Coppola, Vida sin Zoe (Life without Zoe), la historia podría desarrollarse en cualquier otro espacio urbano que no fuese la Gran Manzana, de hecho, su parte final se traslada a Atenas. Sin embargo, tanto el de Scorsese como el de Allen, sí necesitan de la presencia de la metrópoli, ya que el primero se desarrolla en un estudio que remite directamente a Greenwich Village o en locales que solo pueden encontrarse en la ciudad de los rascacielos. Mientras, el filmado por Allen encuentra su momento estelar por las calles de una Nueva York donde la gente descubre las intimidades del protagonista. Apuntes al natural (Life Lessons), dirigido por Scorsese, quizá sea el mejor del conjunto y se centra en el comportamiento de un famoso pintor (Nick Nolte) antes de la exposición de sus cuadros, aunque su interés no parece ser la pintura sino recuperar a Paulette (Rosanna Arquette), pero en realidad su obsesión no es más que parte su inestabilidad emocional y del deseo que en él despierta la belleza. El segundo, aquel que rodó Coppola, y el más flojo de los tres, concede el protagonismo a Zoe (Heather McComb), una niña bien que se pasa gran parte del tiempo sin ver a sus padres, ocupados con profesiones artísticas como la de concertista de flauta. Este fragmento, a pesar de ser de lo menos interesante del responsable de La conversación, tiene el mérito de ser el primer guión de Sofia Coppola, que de este modo se vio respaldada por un padre que creyó en las posibilidades de su hija. El último episodio encaja a la perfección dentro del universo creativo del director de Annie Hall, al decantarse por una comedia de corte fantástico en la que da rienda suelta a las características de su cine. Aunque la idea de reunir a tres de los cineastas más reputados de la época se saldó con un resultado irregular, muy lejos de su verdadero talento cinematográfico, Historias de Nueva York (New York Stories) merece una mención precisamente por eso, por juntar en una misma producción a Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Woody Allen, tres realizadores tan distintos como igual de indispensables.
La película, compuesta por tres mediometrajes que nada tienen que ver entre sí, tiene su nexo de unión en la presencia de la ciudad, aunque en el episodio de Coppola, Vida sin Zoe (Life without Zoe), la historia podría desarrollarse en cualquier otro espacio urbano que no fuese la Gran Manzana, de hecho, su parte final se traslada a Atenas. Sin embargo, tanto el de Scorsese como el de Allen, sí necesitan de la presencia de la metrópoli, ya que el primero se desarrolla en un estudio que remite directamente a Greenwich Village o en locales que solo pueden encontrarse en la ciudad de los rascacielos. Mientras, el filmado por Allen encuentra su momento estelar por las calles de una Nueva York donde la gente descubre las intimidades del protagonista. Apuntes al natural (Life Lessons), dirigido por Scorsese, quizá sea el mejor del conjunto y se centra en el comportamiento de un famoso pintor (Nick Nolte) antes de la exposición de sus cuadros, aunque su interés no parece ser la pintura sino recuperar a Paulette (Rosanna Arquette), pero en realidad su obsesión no es más que parte su inestabilidad emocional y del deseo que en él despierta la belleza. El segundo, aquel que rodó Coppola, y el más flojo de los tres, concede el protagonismo a Zoe (Heather McComb), una niña bien que se pasa gran parte del tiempo sin ver a sus padres, ocupados con profesiones artísticas como la de concertista de flauta. Este fragmento, a pesar de ser de lo menos interesante del responsable de La conversación, tiene el mérito de ser el primer guión de Sofia Coppola, que de este modo se vio respaldada por un padre que creyó en las posibilidades de su hija. El último episodio encaja a la perfección dentro del universo creativo del director de Annie Hall, al decantarse por una comedia de corte fantástico en la que da rienda suelta a las características de su cine. Aunque la idea de reunir a tres de los cineastas más reputados de la época se saldó con un resultado irregular, muy lejos de su verdadero talento cinematográfico, Historias de Nueva York (New York Stories) merece una mención precisamente por eso, por juntar en una misma producción a Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Woody Allen, tres realizadores tan distintos como igual de indispensables.
viernes, 4 de diciembre de 2015
Buster Keaton, el rostro serio de la risa
Alguna vez he imaginado a Buster Kearon dándose la vuelta, desaparecido de la pantalla, en lugar de salir de ella, y ya fuera de marco, dejarse llevar por la carcajada que le genera la certeza de que su público se ríe de la ausencia de emociones en su rostro; cuando él es todo lo contrario: un tipo risueño y expresivo. Su apariencia pétrea rebosa vitalidad y emotividad, pues su laconismo y la quietud de sus facciones hablan por sí solas. Dicen lo que siente el personaje, expresa que es un estoico y un tipo que no dejará de perseguir aquello que busca, ya sea una locomotora o una vaca… Pero empecemos por el principio: Joseph Francis Keaton nació en el seno de una familia de cómicos, circunstancia que le introdujo a muy temprana edad en el mundo del espectáculo. Pero Joseph, conocido posteriormente como Buster, debe su notoriedad a su impagable e inigualable aportación a la comedia cinematográfica, dentro de la cual destaca entre los más grandes de la historia. Su talento, detrás y delante de las cámaras, quedó recogido en Siete ocasiones, El moderno Sherlock Holmes, El maquinista de la General y tantas otras obras maestras del slapstick mudo, aunque sus primeros papeles en el cine fueron personajes secundarios en producciones dirigidas y protagonizadas por Roscoe "Fatty" Arbuckle. Su primera aparición en pantalla se produjo en el cortometraje Fatty asesino (The Butcher Boy, 1917), la primera de sus catorce colaboraciones con Arbuckle. Pero, con cada película, sus personajes fueron adquiriendo mayor relevancia hasta que, en 1920, consiguió dirigir y protagonizar su primer corto en solitario. Una semana (One Week, 1920) fue codirigida por Eddie Cline, con quien volvería a coincidir en varias ocasiones, la última de las cuales, Tres edades (Three Ages, 1923), se convirtió en el primer largometraje realizado por Keaton, y en una parodia del film de David Wark Griffith Intolerancia (Intolerance; 1916). A partir de Una semana se puede apreciar la intención del cómico por crear un personaje melancólico que se enfrenta a situaciones complejas desde una actitud en la que se descubre la impasibilidad de su rostro, así como el continúo movimiento del antihéroe al que dio vida, siempre en lucha por superar las múltiples trabas que se le presentan antes de alcanzar el éxito. La impenetrabilidad facial es una de las características que mejor definen a su personaje, y fue asumida por el cómico cuando comprendió que la ausencia de expresividad en sus facciones provocaba la carcajada del espectador, de modo que habría que remontar a sus primeros años en el cine para observar su sonrisa, ya que Keaton, apodado "Cara de Palo", no permitió que el rostro de su personaje delatara emociones o se dejara afectar por las circunstancias, ya se encuentre a la deriva en El navegante o deba resistir las inclemencias atmosféricas que amenazan a El héroe del río. Como consecuencia del éxito de este rasgo físico, la MGM introdujo una cláusula contractual que le exigía no sonreír en público. Aunque para pocas sonrisas estaría Keaton cuando comprendió que su contrato con la major dirigida por Irving Thalberg y Louis B. Mayer, firmado en 1928, implicaría el final de su libertad creativa y el inicio de las malas decisiones de los ejecutivos que desaprovechaban el inigualable talento de este astro del humor que, entrado el sonoro, vio como su brillo empezaba a apagarse.
<<En enero de 1928 el productor Joe Schenck, cuñado de Buster Keaton, vendió el contrato de Keaton a la MGM. El cómico recibiría 3000 dólares a la semana a cambio de rodar dos películas al año, por las que su productora recibiría el 25 por ciento de los beneficios netos y Keaton, el 25 por ciento del porcentaje de la productora.>> (1) A priori, la oferta era magnífica, tentadora, difícil de rechazar. Le convertía en uno de los actores mejor pagados de la Metro Goldwyn Mayer y de Hollywood, pero, por otro lado, hacia de él un asalariado del sistema. A cambio de tantos dólares, el gran cómico tuvo que entregar su independencia creativa, la que le había hecho grande. Sin ser consciente entonces, firmar con MGM fue el error más grave de su carrera profesional; pues aceptar le costó su independencia creativa: el poder asumir el control y mayores riesgos artísticos. Sin ella, su genialidad se resintió. Y así, desoyendo los consejos de Charles Chaplin, siempre celoso de su independencia artística, Keaton aceptó entrar a formar parte del reino de Louis B. Mayer e Irving Thalberg. Mala elección para alguien que había hecho de la comedia una cuestión personal, es decir, la gran estrella cómica perdía la libertad artística. Durante su paso por la Metro protagonizó El cameraman (The Cameraman; 1928) y El comparsa (Spite Marriage; 1929), sus últimas comedias silentes en las que solo aparece acreditado como director Edward Sedgwick, a pesar de que Keaton también participó en la realización de la primera. Pero, a partir de su incorporación al estudio del león, la pérdida del control sobre las películas en las que participaba, unido a las nuevas tendencias surgidas a raíz de la imposición de la comedia hablada y a problemas personales, produjeron un descenso en la calidad y originalidad de los films sonoros que protagonizó, lo cual deparó su paulatino ostracismo. Aunque, por fortuna, en ocasiones fue rescatado para participar en films tan conocidos como El crepúsculo de los dioses, Candilejas, La vuelta al mundo en ochenta días o El mundo está loco, loco, loco, y en emisiones televisivas en las que recuperó parte de los gags interpretados por aquel personaje inolvidable que, junto al creado por Chaplin, fue y es el más alabado de la comedia realizada en el Hollywood silente.
Convicto 13 (Convict 13, Buster Keaton y Eddie Cline, 1920)
El espantapájaros (The Scarecrow, Buster Keaton y Eddie Cline, 1920)
Vecinos (Neighbors, Buster Keaton y Eddie Cline, 1920)
La casa encantada (The Haunted House, Buster Keaton y Eddie Cline, 1921)
Pamplinas nació el día 13 (Hard Luck, Buster Keaton y Eddie Cline, 1921)
El guardaespaldas (The High Sign, Buster Keaton y Eddie Cline, 1921)
La cabra (The Goat, Buster Keaton y Malcolm St.Clair, 1921)
El gran espectáculo (The Playhouse, Buster Keaton y Eddie Cline, 1921)
La barca (The Boat, Buster Keaton y Eddie Cline, 1921)
El rostro pálido (The Paleface, Buster Keaton y Eddie Cline, 1921)
La mudanza (Cops, Buster Keaton y Eddie Cline, 1922)
Las relaciones con mi mujer (My Wife's Relations, 1922)
El herrero (The Blacksmith, Buster Keaton y Malcolm St.Clair, 1922)
El Polo Norte (The Frozen North, Buster Keaton y Eddie Cline, 1922)
Sueños imposibles (Daydreams, Buster Keaton y Eddie Cline, 1922)
La casa eléctrica (The Electric House, Buster Keaton y Eddie Cline 1922)
El aeronauta (The Balloonatic, Buster Keaton y Eddie Cline, 1923)
Nido de amor (The Love Nest, Buster Keaton y Eddie Cline 1923)
Tres edades (Three Ages, Buster keaton y Eddie Cline, 1923)
La ley de la hospitalidad (Our Hospitality, Buster Keaton y John G. Blystone, 1923)
El moderno Sherlock Holmes (Sherlock Jr., 1924)
El navegante (The Navigator, Buster Keaton y Donald Crisp, 1924)
Siete ocasiones (Seven Chances, 1925)
El rey de los cowboys (Go West, 1925)
El boxeador (Battling Butler, 1926)
El maquinista de la General (The General, Buster Keaton y Clyde Bruckman, 1926)
El colegial (College, James W. Horne, 1927) (sin aparecer en los créditos)
El héroe del río (Steamboat Bill Jr., Charles F. Reisner, 1928) (sin aparecer en los créditos)
El cameraman (The Cameraman, Edward Sedgwick, 1928) (sin aparecer en los créditos)
(1) Scott Eyman: El león de Hollywood. La vida y la leyenda de Louis B. Mayer (traducción de Ricardo García). Debate, Barcelona, 2008.
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