De las listas y del mccarthismo he hablado ya en bastantes entradas del blog, por ejemplo en las que dediqué a Elia Kazan, Dalton Trumbo, Jules Dassin, Lillian Hellman y mismamente en la reciente Glauco y su maestro o en la que escribí sobre McCarthy cuando inicié este cuaderno cinematográfico online, hace ya once años, o en las que comento películas como Caza de brujas, Buenas noches y buena suerte, Solo ante el peligro o La sal de la tierra, entre tantas otras en las que recuerdo el sinsentido del que fueron víctimas ciudadanos particulares estadounidenses, y la sociedad en general, mientras duró el mccarthismo —sociedad en general, porque cualquier sinrazón, aunque de forma distinta según se sufra directa o indirectamente, afecta a todo el conjunto. Sin embargo no lo hice en El último magnate, y alguien anónimo me lo reprochó dejando por escrito esta única pregunta que transcribo literal: <<Qué pasó con McCarthy y sus listas?>>
La cacería ideológica no asoma en El último magnate, tanto la novela de Scott Fitzgerald y la adaptación realizada por Kazan, porque se desarrolla en una época anterior a 1947, año en el que el Comité presidido por J. Parnell Thomas —y no por McCarthy, que este vino después para proseguir la caza de brujas— llama a declarar a los Diez de Hollywood, que se acogen a la primera enmienda y no a la quinta, como suelen decir quienes se mal informan o hablan de oídas. Los “Diez” se niegan a declarar, al menos al inicio, porque Edward Dmytryk acabaría hablando y dando nombres —entre ellos el de Herbert Biberman— para poder retomar su exitosa carreta de director. Esto mismo hicieron Robert Rossen o Kazan —uno de los nombres barajados por Paul Jarrico y Michael Wilson para dirigir La sal de la tierra—, que no estaban entre los “Diez”, pero serían sometidos a la presión y a una disyuntiva que podría ser similar a “o hablas y trabajas o callas y vas al caldero y a las listas negras”. Décadas después, hay quien no recuerda que Walt Disney fue uno de los firmantes de la ambigua Declaración Waldorf, ambigua porque entre otras aboga por la libertad suprimiéndola, o que Humphrey Bogart retiró públicamente su apoyo a los Diez, diciendo que había sido engañado, lo cual no favoreció a los investigados y posteriormente condenados por desacato al Comité presidido por Thomas; ni que Gary Cooper, Robert Taylor o Adolphe Menjou entre otros se pronunciaron a favor de la cacería. Pero también hay quienes recuerdan de entre los delatores sobre todo a Kazan, y luego están quienes tienden a confundir su obra con su comportamiento, del que solo saben de oídas sin saber realmente (y honestamente) qué harían si estuviesen en su lugar o en el de tantos otros delatores y no delatores. La medida de las personas no se mide en el sofá de casa, cuando todo es comodidad, sino en las decisiones y los comportamientos cuando la casa amenaza venírsele a uno encima y destruirlo todo; pero esta es otra historia y mejor hablar de la coproducción hispano-británica Punto de mira (One of the Hollywood Ten, 2000) en la que el galés Karl Francis apunta parte y más de lo dicho hasta ahora.
El realizador británico Inicia su mezcla de biopic, de cine dentro de cine, de drama y de cine político y social en 1937, con imágenes de El triunfo de la voluntad (Leni Reinfestalh, 1934), de la que un noticiario cinematográfico se hace eco de su estreno en Nueva York, y con la ceremonia de los Oscar, la primera en la que se concede el premio a la actuación de reparto. Francis pretende narrar este instante de intolerancia, de acoso y de persecución, que suele indicarse como el inicio de la caza de brujas en Hollywood, centrándose en las figuras del guionista y director Herbert Biberman (Jeff Goldblum), uno de los “Diez”, y la actriz Gale Sondergaard (Greta Scacchi) antes y durante la complicada gestación de La sal de la tierra. Este ya mítico film de denuncia social sería interpretado por Rosaura Revueltas (Ángela Molina), que sustituyó a la inicialmente prevista Gale Sodengaard, y Juan Chacón. Se trata de una película independiente, en las antípodas del documental de exaltación y propaganda nazi que Francis no inserta al inicio por capricho, sino para evidenciar el contrasentido y el sinsentido de la época; del mismo modo que tampoco es caprichosa la siguiente escena: la del nacimiento de una estrella, Sondergaard, que recibe el Oscar y en su discurso de agradecimiento hace un llamamiento a unirse a la liga anti-nazi, organización que años después será sospechosa de agrupación comunista.
Las imágenes se trasladan a 1945, a la conclusión de la guerra, cuando nada presagia la caza de brujas que se cobra sus primeras víctimas mediáticas en los Diez. No han cometido ningún delito, pero parte de la sociedad, de la política y del mundo del espectáculo han enloquecido. La insolidaridad, el miedo, las ambiciones personales en buena medida posibilitan el abuso del que son víctimas quienes se resisten a la coacción tanto de su medio laboral —despidos y la imposibilidad de encontrar trabajo, salvo firmando el juramento de lealtad o trabajando bajo seudónimo, en el caso de los guionistas— como de la oficial —escuchas, vigilancias, amenazas, encarcelamiento. Pero Punto de mira no se detiene solo en este aspecto gris, sino que también expone el rodaje de La sal de la tierra, las dificultades y peligros por los que pasan sus creadores, Jarrico y Wilson —quienes también serían incluidos en la lista negra—, su director y su equipo durante la gestación de un film social que denuncia la precaria situación de los trabajadores mexicanos de una empresa minera que pisa sus derechos.
Anexos
Anexo I: Lista de los Diez de Hollywood
Alvah Bessie, Herbert Biberman, Lester Cole, Edward Dmytryk, Ring Lardner, Jr., John Howard Lawson, Albert Meltz, Samuel Ornitz, Adrian Scott y Dalton Trumbo.
Anexo II: Primera Enmienda
<<El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas, ni solicitar al gobierno una compensación de agravios>>
Anexo III: Firmantes de la Declaración Waldorf
Barney Balaban (Paramount), James F. Byrne (Secretario de Estado), Harry Cohn (Columbia), Walt Disney (Walt Disney Studios), William Goetz (Universal), Samuel Goldwyn (Samuel Goldwyn Company), Eric Johnson (Asociación Cinematográfica de Estados Unidos), Louis B. Mayer (MGM), Dore Schary (RKO), Nicholas Schenck (Loews Theatres), Mendel Silberberg (abogado), Spyros Skouras (20th Century Fox), Albert Warner (Warner Bros.)
Anexo IV: Declaración Waldorf (1947)
<<Los miembros de la Asociación de Productores Cinematográficos deploran la acción de los 10 hombres de Hollywood que han sido citados por desacato de la Cámara de Representantes. No deseamos prejuzgar sus derechos legales, pero sus acciones han sido un mal servicio a sus empleadores y han deteriorado su utilidad para la industria.
Despediremos inmediatamente o suspenderemos sin compensación a los empleados, y no volveremos a emplear a ninguno de los 10 hasta que sea absuelto o se haya purgado de desprecio y declare bajo juramento que no es comunista.
En el tema más amplio de los supuestos elementos subversivos y desleales en Hollywood, nuestros miembros están igualmente preparados para tomar medidas positivas.
No emplearemos a sabiendas a un comunista ni a ningún miembro de ningún partido o grupo que defienda el derrocamiento del gobierno de los Estados Unidos por la fuerza o por métodos ilegales o inconstitucionales.
Al perseguir esta política, no vamos a ser influenciados por la histeria o intimidación de ninguna fuente. Somos francos en reconocer que tal política implica peligro y riesgos. Existe el peligro de herir a personas inocentes. Existe el riesgo de crear una atmósfera de miedo. El trabajo creativo en su mejor momento no puede llevarse a cabo en una atmósfera de miedo. Nos protegeremos contra este peligro, este riesgo, este miedo.
Con este fin, invitaremos a los gremios de talentos de Hollywood a trabajar con nosotros para eliminar cualquier subversivo: para proteger a los inocentes; y para salvaguardar la libertad de expresión y un cine libre donde sea amenazado.
La ausencia de una política nacional, establecida por el Congreso, con respecto al empleo de los comunistas en la industria privada dificulta nuestra tarea. La nuestra es una nación de leyes. Pedimos al Congreso que promulgue leyes para ayudar a la industria estadounidense a deshacerse de elementos subversivos y desleales.
Nada subversivo o no estadounidense ha aparecido en el cine, ni tampoco ninguna cantidad de investigaciones de Hollywood oscurecen los servicios patrióticos de los 30.000 estadounidenses leales empleados en Hollywood que han dado a nuestro gobierno una ayuda incalculable para la guerra y la paz>>.
Fuente: wikipedia
No hay comentarios:
Publicar un comentario