lunes, 11 de julio de 2022

Glauco y su maestro


Hablando de ismos cinematográficos, suena el mccarthismo y su periodo negro en la historia de los estudios de Hollywood en voz de dos dromedarios que abrevan en un pozo en el Mojave, de camino a la que algunos faisanes y gansos llaman la Meca del Cine, adonde la pareja de camélidos se dirige para presenciar una carrera en la que participan sus primos y, posteriormente, rumiar en familia en el banquete organizado por el hijo del Caid. El de mayor joroba dice que tal ismo surge después de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial y al inicio de la Fría, con la entrada en escena del cazador de mayor fama…


—Pero la historia viene de antes, del New Deal e incluso de un periodo anterior, cuando el capital y el proletario, previo a recibir dichos nombres, se dan el primer porrazo. ¿Convienes en ello?


—Convengo, maestro, pero no se ande por las ramas ni vuelva a guiarme por el Mileto de Tales ni por el Liberalismo inglés; ni por las teorías de Adam Smith o las de Engels y Marx. Ni por el paréntesis que supuso la Segunda Guerra Mundial en el pulso capitalismo-comunismo. Si fuese tan amable, que mañana empiezo las vacaciones y querría saber hoy...


—Pero ya sabes nada.


—No me jorobé más de lo que llevo encima, maestro.


—Ambos estamos jorobados, pero convendrás conmigo en atribuir al tal cazador afán de protagonismo.


—Ciertamente.


—A eso apunta que se lance, en compañía de intereses y mentalidades similares a la suya, a una cacería carente de lo que coloquialmente se entiende como sentido democrático. ¿Lo crees así? Las piezas a cobrar son supuestos subversivos y conspiradores comunistas que, en igual supuesto, amenazan la seguridad del país y su liberalismo económico empresarial. ¿Lo aceptas?


—Sí, puede ser una explicación aceptable para su caza.


—¿Puede? Acaso, ¿no es propósito de un cazador reaccionario cobrar su pieza subversiva? Una que le dé notoriedad y alimento político. ¿Y dónde obtener los trofeos más sabrosos y valiosos, cuando se trata de caza ideológica?


—¡Entre intelectuales y personajes públicos contrarios a su ideología!


—Exacto. A ellos atribuye gran carga de la rabia roja que podría contagiar a otros, y estos, a su vez, a otros, y así hasta que el brote sea epidémico y enferme a la nación entera y precipite la pérdida de las licencias y privilegios de los cazadores. Entonces, querido Glauco, aceptando que el ámbito cultural de mayor popularidad en Estados Unidos fuese el cine y la escasez de intelectuales una de las realidades culturales de la nación, ¿consientes que uno de los cotos favoritos de estos cazadores fuese Hollywood, el medio popular que podría acercarles mayor publicidad para sus fines de limpieza y suciedad?


—No me cabe duda.



—¿Recuerdas que durante nuestra travesía por Death Valley concluimos que, en 1947, cuarenta y un profesionales del cine fueron citados a declarar por Parnell Thomas, también muy republicano él y por entonces presidente del Comité? Diecinueve se opusieron a la comisión. De estos testigos "inamistosos", diez fueron condenados por desacato: prisión, multa económica, despido inmediato e inclusión en la lista negra que fue engordando hasta superar los trescientos nombres. ¿Qué opinión te merece la caza en Hollywood? 


—Que provocó la lucha entre dos bandos ideológicos.


—Más que una lucha entre opuestos ideológicos, dos posturas enfrentadas dentro de la industria cinematográfica. A favor y en contra. A favor, se posicionaron…


—¿Aquel actor mediocre que luego actuó de presidente?


—Haré como que no me has interrumpido con una pregunta que nos llevaría de vuelta a las ramas.


—Disculpe maestro, pero corren tantas historias y personajes.


—No te falta razón. Hay personajes que aspiran a correr más que la historia, ¿no es así?


—Sí, maestro. Escucho nombres. Huelo fragancias. Veo sombras... Ahora, la de quien se niega a la intención de aquel que pretende que los cineastas de Hollywood juren no ser comunistas. Glub —bebe, el joven Glauco—. Ahora, quien amante de la caza, aunque de otro tipo, protesta contra el Comité. Glub. Y el tipo duro que deja sus protestas, cuando alguien le insinúa que está defendiendo a enemigos del país y de su sueldo. Glub, glub. También aquel esclavo que pone en jaque a Roma, la fiera de mi niña o el ciudadano aficionado a los juegos de magia y con tendencia a Shakespeare y al sobrepeso. Mis sentidos me dejan ver más siluetas y escuchar protestas contra otras sombras que atentan contra las libertades democráticas…


—Refrena tu tendencia a la enumeración, al chismorreo, a fiarte de las apariencias y de las ideas totalitarias, incluidas las utópicas de aquel otro dromedario que le dio por hablar de una república gobernada por una minoría de sabios guardianes. Y di. Concedes que más callaron que protestaron y que el movimiento de protestas fue insignificante, en cuanto a resultados. ¿Se evitaron los atropellos? ¿Plantaron cara o simplemente fue un gesto y pronto regresaron a su cómoda cotidianidad? ¿Por qué la caza recibió el apoyo de los mandamases del lugar? ¿Se vieron estos amenazados por el poder? ¿Tuvieron miedo a perder su negocio, o eran más papistas que el papa? ¿Los ideales pueden ser universales u obedecen al deseo del individuo o de grupos con tendencias similares? ¿Es importante examinar estas y otras cuestiones?


—Concedo que hubo papismo en algunas posturas e insignificancia en las protestas liberales, pues no evitaron el daño psicológico, ni los despidos, ni los encarcelamientos ni los exilios de individuos que únicamente practicaban la libertad ideológica defendida en la constitución.


—Pero, si la defendía, ¿por qué se permitieron la coacción y la persecución o la lista negra y la lista gris? ¿Era Hollywood similar al sistema? ¿Era una maquinaria económica e industrial, puritana y disfrazada de liberal? Piensa en ello durante tus vacaciones, mi buen Glauco, y ahora sigamos, que cae la noche y el día empieza a enfriar.




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