viernes, 8 de julio de 2011

Hasta que llegó su hora (1968)



Monument Valley es el escenario que de inmediato se asocia a John Ford, no en vano fue quien mejor supo captar y mostrar su belleza en el western, aunque, claro está, no fue el único que sacó partido a tan lucida estampa. También Sergio Leone lo hizo cuando se trasladó a Utah y a Arizona para filmar su magnífico fresco sobre el final de aquel lejano Oeste con ese paisaje milenario como telón de fondo, un paisaje, inhóspito y bello, habitado por individuos que deben desaparecer para dejar paso a la modernidad que no les quiere, ni les necesitará una vez cerrado el pasado. Por el territorio de Leone deambulan cinco personajes: Frank (Henry Fonda), un pistolero sin escrúpulos, que vende sus habilidades al mejor postor; Cheyenne (Jason Robards), un forajido que se mantiene fuera de la ley porque no le queda otra opción o no quiere otra; Jill (Claudia Cardinale) —el personaje femenino más atractivo e importante de la filmografía de Leone—, la prostituta que busca su oportunidad para construir una nueva vida; Armónica (Charles Bronson), el solitario sin nombre, perseguido por un pasado que le exige venganza, y Morton (Gabriele Ferzetti), el empresario que, a las puertas de la muerte, apura sus últimas opciones para ver cumplido el sueño de su vida, un sueño que se transforma en la pesadilla de intentar alcanzar una charca. Estos son los personajes que se desenvuelven por el purgatorio polvoriento y moribundo donde se les exige purgar culpas o saldar sus deudas.


A las puertas del inevitable cambio que se producirá con la llegada del ferrocarril y con las muertes o la desaparición de quienes no puedan vivir dentro del nuevo orden, Hasta que llegó su hora (C'era una volta il west, 1968) reúne vida y muerte, violencia, pasado, futuro y, entremedias, un presente donde hombres fuera de tiempo no pueden cambiar lo que son y adaptarse a los nuevos tiempos a los que Jill, imagen del futuro, se encamina cuando se apea en la estación que se convierte en una puerta a la posibilidad del mañana. El cuarto western de Leone es el más logrado y el más complejo, nacido de una historia de Dario Argento y Bernardo Bertolucci y adaptado a la pantalla por el propio director y por Sergio Donati. Pero más que la historia, son las sensaciones las que engrandecen este film, que alcanza cotas emotivas que desbordan gracias a la excelente partitura de Ennio Morricone, en la que cada uno de los protagonistas tiene su tema, que se ajusta a la perfección a sus personalidades, pues, más que un adorno o un personaje,
 en Hasta que llegó su hora la música es la compañía y compañera de personajes solitarios a quienes de algún modo define y confiere rasgos distintivos; salvo en Frank y Armónica, que comparten la música que les une desde el pasado que debe cerrarse para que el tiempo de Jill se confirme. Además, es junto Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984) el film más estilizado de Leone, la cima de su estética de la violencia y de su ensoñación de América.


El argumento expone a esos cinco seres que no tienen cabida ni en el mismo lugar ni en el mismo tiempo, y para que la vida fluya deben desaparecer, al menos, aquellos en quienes se refleja el pasado salvaje que ya no tiene sentido en el nuevo orden que está a punto de nacer. El asesinato de McBain (
Frank Wolff) y de su familia, a manos del impasible y sanguinario pistolero, es un inicio que dilata la acción hasta un extremo que habla por sí mismo y muestra la desolación y la violencia que se desata en ese solitario, pero deseado, paraje, donde se esconde un valioso pozo de agua. La negativa a vender el terreno ha provocado la muerte de McBain y la de los suyos, del mismo modo que ha dejado sin la oportunidad para redimirse a Jill, quien llega de Nueva Orleans con la firme intención de ser una buena esposa, pero que sin embargo, se ha convertido en una joven viuda. La promesa de un futuro mejor ha muerto del mismo modo que lo ha hecho su desconocido marido. ¿Regresará a una vida que no desea y de la que ha escapado o permanecerá en ese solitario lugar, que ahora le pertenece, donde haría realidad el sueño de su esposo? La aparición, por separado, de dos personajes de dudosa moralidad, Cheyenne y Armónica, le hacen decidirse a favor del sueño del difunto: la creación de una estación que abastezca de agua a esa árida zona en la que se encuentran. Pero el trabajo no resultará sencillo, para alcanzar el objetivo tendrá que soportar sufrimientos y amenazas, así como enfrentarse a ese peligroso y desalmado pistolero que trabaja para la línea de ferrocarril. Hasta que llegó su hora es la cumbre del western del autor italiano, en ella expone de una manera soberbia su enfoque de un oeste desmitificado, plagado de personajes que sobreviven allí donde pueden y como pueden, tomando aquello que precisan, si es preciso, utilizando la ley que legitima la fuerza, porque se saben desahuciados.

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