Seguro que es cuestión de oído, pero al mío le suena exagerado y falso cuando alguien dice que el cine es como la vida misma. Además, a nadie le escapa que la vida no se ensaya, ni se escribe, que existe en su propio tránsito y que no puede regresar sobre los pasos dados. Para bien o para mal, esto imposibilita alterar cualquier aspecto del pasado. A falta de que alguien logre cambiar su rumbo, los instantes vitales son en su presente hacia adelante, mientras que el cine puede retroceder en su tiempo narrativo y reinventar el pasado para emocionar y entretener —Hollywood inventó su far west, que nada tendría que ver con el real y, desde aquel, en su intento de caricaturizar y homenajear al género, Sergio Leone construyó su propio oeste, totalmente alejado de la realidad y edificado sobre el mito. La historia posee memoria y esta permite rehacer imágenes del pasado a partir de recuerdos y hechos. Pero una cosa es la mirada histórica y otra la existencia humana, que no puede prepararse ni ensayarse, como sí sucede con las películas. Resumiendo, nuestra memoria puede falsear un hecho, pero no puede cambiarlo. Lo mismo puede decirse del cine, de la literatura o de la propaganda de los sistemas totalitarios, que pueden falsear el pasado, pero, aunque lo ignoremos, el pasado seguirá siendo el que fue. Aunque a veces se improvise situaciones, el cine existe en su falsedad o, dicho de otro modo, las imágenes cinematográficas son recreaciones que no pueden abandonar la realidad falseada donde proyecta reflejos del mundo real que representa o altera en la pantalla. Lo expuesto hasta ahora no quiere decir que no exista veracidad en la imagen o detrás de ella, pero esa es una cuestión que no creo que se pueda tratar generalizando, sino desde la obra e intenciones de cada cineasta en particular. Por ejemplo, a lo largo de su filmografía, Quentin Tarantino asume la falsedad del cine y se acomoda en su farsa, en la broma que le posibilita presumir sus gustos cinematográficos y cómo ve el cine. Erase una vez en... Hollywood (Once upon a Time in... Hollywood, 2019) es otra muestra más de que en sus películas no pretenden profundizar, sino divertirse; apenas tiene que contar, pero no se ruboriza, al contrario, se gusta por esa falta de sustancia reflexiva —del
mismo modo que Ingmar Begman se gustaba por lo contrario—. El suyo es un cine de evasión, no de reflexión; por eso suele conectar con gran parte del público, pero resulta que hay quien no desea evadirse.
No todo el cine es introspectivo, ni tiene que serlo ni suele serlo, aunque la elección queda al gusto de sus responsables, que prefieren recorrer superficies y no interioridades. Tarantino no pretende exigir a su público que piense; le invita a ser cómplice de su sentido del humor y de sus gustos cinematográficos. Así que deja de lado otras opciones y apuesta por la violencia, por su humor, ya reconocible, y por personajes que hablan y hablan rompiendo cualquier posibilidad de silencio con palabrería y sonidos de relleno. Ray Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor mediocre que empieza a comprender su mediocridad, y Cliff Booth (Brad Pitt), su doble en las escenas de acción, desvelan con su relación profesional la mentira del cine narrativo, habrá quien prefiera llamarla fantasía. Tarantino se vale de ambos para introducir su realidad: la imagen que le permite reinventar a su antojo para ofrecer una nueva muestra de sus preferencias cinematográficas, que no agradarán a todos. Pero hay algo que no se puede negar y es que, gracias a su posición dentro del cine industria, el realizador de Reservoir Dogs (1991) hace las películas que él querría ver, algo de lo que no todos los directores de Hollywood pueden presumir. Por otra parte, me resulta indiferente que juegue con la historia, algo que ya había hecho con la Segunda Guerra Mundial en Malditos bastardos (Inglorious Basterds, 2009), pues la propia historia, quienes la escriben u omiten, se altera a sí misma para dar forma a la oficial que la mayoría da por cierta e inamovible. Evidentemente, tanto la alteración como el olvido históricos entrañan peligros y riesgos —entre ellos, los de ser más idiotas y menos libres—, salvo para quienes se benefician, pero este no es el caso del cineasta, que altera la historia para divertirse y divertir a la parte del público que comulga con su cine y con su humor, nada gamberros y, en buena medida, sí adolescentes. La impresión y la posterior sensación de indiferencia que me genera una película como Erase una vez en... Hollywood no reside en su alteración de sucesos —el asesinato de Sharon Tate (Margot Robbie) a manos de seguidores de Charles Mason no se produce gracias a la intervención de Cliff y Rick—, sino en la certeza de que el film no me aporta nada, ni siquiera un instante que pueda considerar irónico o transgresor, aunque la imagen del cineasta venda lo uno y lo otro. Tampoco me lo ofrece en su supuesto cine dentro de cine, con el que no pretende una perspectiva realista de los rodajes, ya que Tarantino no busca profundizar ni mostrar los entresijos de la industria en la que ha encontrado su lugar desde prácticamente sus inicios de director. Más bien, parece que su deseo o intención es la de mitificar desde la caricatura a su pareja protagonista, irreales respecto a la realidad de la que el cineasta escapa para introducir su no historia y sus gustos cinéfilos, sus bromas, ciertas dosis de violencia —menores en comparación con producciones anteriores—, y la confusión de identidad del actor, no así de su doble, con quien comparte, más que el parecido físico, una naturaleza caricaturesca.
Muy en sintonía con tu mirada... Suscribo tus sabias palabras y añado que, efectivamente es una budymovie atolondrada y mal montada -acabando con el sello por antonomasia del director-, llena de clichés e indecisa entre el formato clásico de cine y la miniserie.
ResponderEliminarTiene destellos del genio, indudablemente, pero soterrados por una melé de desaciertos y fallos que, a estas alturas, no se puede ni debemos permitir.
Tus comentarios me hacen pensar y amplían mi perspectiva, son enriquecedores, y eso me gusta y lo agradezco.
EliminarSaludos.
Admito que esos Rick y Cliff no tienen la “sustancia” de los personajes de “THE SEARCHERS”, o por ejemplo, cualquiera de los que pueblan las películas de Bergman. Pero ateniéndonos a la tesis (por otro lado, inteligente y brillante) que desarrollas sobre la película de Tarantino, aplicándola, nos cargaríamos la mayor parte de su filmografía -por no decir toda- y también la de otros muchos directores que han hecho, o han estado influenciados por el cine que sin duda les gustaba como espectadores.
ResponderEliminarNi mucho menos trato de defender el cine de Quentin Tarantino como defendería, pongamos por caso, el de Stanley Donen, pero sabemos que el autor de “PULP FICTION” en su adolescencia y juventud practicó la cinefagia (nos lo ha dicho él y la fuente de inspiración de sus películas así lo demuestra), aunque no fueron precisamente los títulos de grandes maestros los que “alimentarion” su aprendizaje. Fue ese cine cutre de consumo popular que llenaba las estanterías de los videoclubs el que le fascinó. Curioso, verdad? Pero ahí está su portentosa capacidad recicladora para sublimar materiales de derribo con los que ha ido construyendo la mayor parte de una filmografía desprejuiciada y audaz. No obstante, su evolución le ha llevado hasta la película que ahora comentamos planteada como un gran collage o fresco en el que vemos recreado un momento crítico en el tránsito de aquel Hollywood de los años sesenta, asentado en fórmulas que comenzaban a no funcionar según avanzaba la cambiante década y por ello forzado a reformular su supervivencia.
Soy Teo Calderón. Disculpa que mi comentario aparezca con el nombre de Pilar Sanjuán (es mi esposa). Hemos estado enredando en la cuenta de Google y ha ocurrido eso. ¡Dos veces! Veré de solucionarlo.
ResponderEliminarUn saludo.
Teo, ha sido un verdadero placer leer tu comentario. Tú explicación amplía mi entrada y le da mayor dimensión. Además, la consideró certera y está brillantemente expuesta. Muchas gracias por compartirla.
EliminarSaludos.