La infidelidad, consumada o sospechada, frecuenta las películas de Victor Sjöström para introducir las ideas de culpa y de redención que se repiten en su obra cinematográfica, estén ambientadas en entornos abiertos o en espacios cerrados como el palacio de El monasterio de Sendomir (Klostret i Sendomir, 1920). En sus producciones, el individuo se encuentra condicionado por la moral cristiana, costumbres y normas no escritas que forman parte del orden social al que pertenecen los personajes. Respecto a esto, apenas hay diferencias entre algunos de sus dramas, así, el conflicto, la culpabilidad y la penitencia (auto)impuesta puede encontrarse tanto en Terge Vigen (1917) como en La carreta fantasma (Körkarlen, 1920). Pero, ¿a qué se debe tal constante en Sjöström, que lleva a sus personajes de la felicidad aparente a la culpabilidad que genera en ellos la necesidad de redención y purificación final? ¿Al puritanismo en el que el cineasta sueco fue educado? ¿Al consecuente rigor de una educación que perpetúa el sentimiento de culpa en los educandos? ¿O simplemente obedece a la necesidad de introducir un conflicto y un desenlace dramático con los que ahondar en las emociones y en los sentimientos de personajes al límite de sí mismos? Fuese el motivo que fuere, la infidelidad provoca la pérdida de identidad del protagonista de Quien recibe el bofetón (He Who Gets Slapped, 1924) y su sospecha precipita la muerte del marido en Vem Dömer (1921). La infidelidad en las películas de Sjöström va pareja a la idea de pérdida y de honor mancillado y, por tanto, provoca el desorden en un orden anteriormente estable o feliz. Este cambio brusco en las vidas, provoca actos y culpabilidades que no podrán borrarse; aunque, en algunos casos, lograrán vivir con ellas, gracias a la redención referida o la penitencia de por vida a la que se ha entregado el monje que narra la historia de El monasterio de Sendomir. La relata a su pesar, para cumplir la hospitalidad que asume para con sus invitados. Su relato de los hechos viaja al pasado que le llevó a ese presente durante el cual sus oyentes, dos viajeros a quienes acogen en el monasterio, ignoran que el hombre de quien les habla es él.
Siguiendo el hilo de las infidelidades expuestas por Sjöström en este y otros films, esta recae en personajes femeninos como la condesa Elsa Starschensky (Tora Teje) de El monasterio de Sendomir o la sufrida esposa de La mujer marcada (The Scarlet Letter, 1927). Aunque existen diferencias entre las dos mujeres y en sus maridos, también hay similitudes en matrimonios que no nacen del amor. Sjöström inicia el drama con dos viajeros que reciben la hospitalidad del monasterio donde preguntan a un hermano quién fundó el lugar, asumen que debió ser un hombre devoto. Las palabras contrarían al religioso, que se enfada, pero, segundos después de haber salido de la habitación, asume que parte de la hospitalidad que se atribuye consiste en contar la historia del conde Starschensky (Tore Svennberg), el fundador del monasterio de Sendomir. El monje dice que el conde era feliz, pero no dice si lo era la mujer, hasta que la sombra de la infidelidad se proyecta sobre una relación que ha dado como fruto una hija que el marido, herido en su idea de honor —que no deja de ser un abstracto variable, dependiente de la interpretación y de la moralidad que lo interpreta—, intenta arrojar por la ventana cuando descubre que Elga mantiene relaciones con su primo Oginsky (Richard Lund), con quien se había prometido antes de que el padre de ella interviniese y rompiese el compromiso —presumiblemente, por la aparición de un mejor pretendiente: el conde cuya felicidad, mientras su monotonía seguía el orden por él deseado, dejó paso al crimen, a la culpa y a la penitencia.
Grande Victor Sjöström. "La carreta fantasma" es una de mis películas preferidas. También lo era de Ingmar Bergman, quien se la hacía proyectar cada año en su cine de la isla de Faro.
ResponderEliminarSaludos.
Aplaudo tu buen gusto (y el de Bergman).
EliminarSaludos